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Cuando Dios instituyó la Pascua, Moisés le dijo al pueblo de Israel:
Y sucederá que cuando vuestros hijos os pregunten: «¿Qué significa este rito para vosotros?», vosotros diréis: «Es un sacrificio de la Pascua al SEÑOR, el cual pasó de largo las casas de los hijos de Israel en Egipto cuando hirió a los egipcios, y libró nuestras casas» (Ex 12:26-27).
Dios sabía que esta cena ceremonial traería preguntas a las mentes de los espectadores. La Cena del Señor provoca el mismo tipo de preguntas. ¿Sabemos nosotros cómo responder a esas interrogantes? ¿Sabemos qué decir cuando nuestros hijos nos preguntan: «¿Qué es la Cena del Señor?»?
Nuestros ancestros en la fe nos han legado muchas ayudas para esta tarea, incluyendo nuestras confesiones y catecismos. Por ejemplo, la pregunta 168 del Catecismo Mayor de Westminster (CMW), aborda este tema «¿Qué es la Santa Cena?», y la responde de esta manera:
La Cena del Señor es un sacramento del Nuevo Testamento, en el cual, por medio de dar y recibir pan y vino, según lo establecido por Jesucristo, se declara Su muerte; y quienes participan dignamente se alimentan de Su cuerpo y Su sangre, para su sustento espiritual y crecimiento en gracia; se les confirma así su unión y comunión con Él; testifican y renuevan su gratitud y compromiso con Dios, y su amor mutuo unos con otros como miembros del mismo cuerpo místico.
Lo primero que notamos acerca de la Cena del Señor es que es un sacramento. Pero, ¿qué es un sacramento?
Un sacramento es una santa ordenanza instituida por Cristo en Su Iglesia, para señalar, sellar y manifestar los beneficios de Su mediación, a quienes están dentro del pacto de gracia; a fin de fortalecer y aumentar su fe y todas las demás cualidades; para obligarlos a la obediencia; para testificar y mantener el amor y la comunión del uno con el otro; y para distinguirlos de quienes están fuera (CMW 162).
El catecismo continúa explicando que los sacramentos tienen dos partes: un elemento externo visible y la realidad espiritual representada por el elemento (CMW 163). Solo hay dos de estos sacramentos instituidos por Jesucristo: el bautismo y la Cena del Señor.
La Cena del Señor exhibe los beneficios de Cristo en el sentido de que esos beneficios son ofrecidos verdaderamente a los creyentes.
La Cena del Señor, como sacramento, representa los beneficios de la mediación de Cristo. El pan y el vino representan a Cristo crucificado y Sus beneficios (Confesión de Fe de Westminster —CFW— 29.5, 7). Más específicamente, el pan es el signo del cuerpo de Cristo, y el vino es el signo de Su sangre (Mt 26:26-28; 1 Co 10:16). De manera significativa, se dice que estos elementos están unidos a las realidades que representan. Hay «una relación espiritual, o unión sacramental, entre el signo y la cosa significada» (CFW 27.2). Y debido a esta unión sacramental, el signo se distingue de lo que significa, pero no está separado de él.
La Cena del Señor es un sello porque confirma la promesa de Dios respecto a la realidad de los beneficios recibidos por aquellos que participan de la Cena del Señor en fe. Aquellos que participan en fe realmente «se alimentan de Su cuerpo y de Su sangre» (CMW 168). La Cena del Señor exhibe los beneficios de Cristo en el sentido de que esos beneficios son ofrecidos verdaderamente a los creyentes. Esto no significa que el pan y el vino tengan algún tipo de poder inherente. La exhibición de los beneficios de Cristo depende completamente de la obra del Espíritu Santo y de la promesa de Dios en las palabras de la institución. Pero ¿cuáles son los beneficios exhibidos?
Los recipientes dignos, al participar externamente de los elementos visibles de este sacramento, en ese momento también participan interiormente por la fe, real y verdaderamente, aunque no carnal y corporalmente, sino espiritualmente, reciben y se alimentan del Cristo crucificado y de todos los beneficios de Su muerte. Por lo tanto, el cuerpo y la sangre de Cristo no están carnal y corporalmente en el pan y el vino; sino que están real pero espiritualmente presentes en aquella ordenanza para la fe de los creyentes, tal como los elementos lo están para sus sentidos externos (CFW 29.7).
La confesión indica que existe un paralelo entre lo que está sucediendo externa y visiblemente y lo que está sucediendo interna e invisiblemente. Los creyentes realmente «reciben y se alimentan del Cristo crucificado», pero no «carnal o corporalmente». Esto sucede espiritualmente porque el cuerpo y la sangre de Cristo están presentes en la fe de los creyentes en lugar de estar corporalmente presentes en el pan y el vino. Este es el aspecto vertical de la Cena del Señor, la unión sacramental entre las realidades celestiales, que son invisibles, y las acciones y los elementos terrenales, que son visibles.
Cuando participamos de Cristo en la cena, nos nutrimos espiritualmente y crecemos en gracia. Además, al participar espiritualmente del cuerpo y la sangre de Cristo, nuestra unión con Él se fortalece. La Cena del Señor es también una ocasión para «testificar y renovar nuestra gratitud y compromiso con Dios». Debemos recordar la muerte de Cristo en la cruz por nuestros pecados y agradecer a Dios por Su obra expiatoria a nuestro favor.
También existe un aspecto horizontal en la cena. Como explicaron Agustín y Juan Calvino, la Cena del Señor es un «vínculo de amor» entre los creyentes. Al participar de la cena, debemos comprender que todos somos miembros del mismo cuerpo místico de Cristo. Si todos los cristianos están unidos a Cristo como su única Cabeza, todos los cristianos están unidos entre sí en el único cuerpo de Cristo. Esta comprensión de nuestra unión con Cristo y nuestra comunión entre nosotros debe dar como resultado el amor mutuo y la comunión, todo para la gloria de Cristo (1 Co 11:17-34).