Confesión diaria, reforma perdurable
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12 enero, 2022Si nadie se pierde, entonces la misión de Cristo fue una pérdida de tiempo
Es fácil aislarnos —no de forma consciente, ni maliciosa— pero aún así, tendemos a irnos al otro extremo para desentendernos del dolor y la desesperanza espiritual que nos rodea. Ese no fue el ejemplo de Jesús. Él buscó el dolor. Buscó a los perdidos. Ese fue Su primer paso en la redención de ellos.
Jesús se ganó una reputación por asociarse con aquellos que eran considerados marginados. Los indeseables, los desestimados de la cultura judía, todos estos se reunían con Jesús. Esto molestó a los fariseos y a los escribas, a los dignatarios y al clero de la época. Ellos habían adoptado una tradición que enseñaba que la salvación era por segregación: mantente apartado de todo aquel involucrado en pecado y así es cómo puedes asegurar tu propia redención. Era parte de su filosofía de trabajo el aislarse de todos aquellos que fuesen pecadores. Jesús vino y desafió aquella tradición al asociarse abiertamente con los rechazados de la cultura.
Fue en una de estas ocasiones cuando los fariseos comenzaron a murmurar y a quejarse de las compañías de Jesús. En respuesta, Jesús cuenta una serie de parábolas, la primera de las cuales dice lo siguiente:
¿Qué hombre de vosotros, si tiene cien ovejas y una de ellas se pierde, no deja las noventa y nueve en el campo y va tras la que está perdida hasta que la halla? Al encontrarla, la pone sobre sus hombros, gozoso; y cuando llega a su casa, reúne a los amigos y a los vecinos, diciéndoles: «Alegraos conmigo, porque he hallado mi oveja que se había perdido». Os digo que de la misma manera, habrá más gozo en el cielo por un pecador que se arrepiente que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentimiento (Lc 15:4-7).
Esta parábola se llama «la parábola de la oveja perdida». Hay algunos hoy en día que no creen que haya quien se pierda; rechazan por completo el concepto de estar perdido. Hay algunos que son universalistas, que creen que todas las personas irán directo al cielo de forma automática; la justificación no es ni por fe ni por obras, sino simplemente por la muerte, porque en verdad nadie está perdido. Luego, hay quienes dicen que, dado el tiempo suficiente, los perdidos eventualmente encontrarán su camino de regreso; solo necesitamos dejarlos solos.
Sin embargo, si nadie se pierde, o si al final todos terminan encontrando su camino de regreso, entonces la misión de Cristo fue una pérdida de tiempo: la expiación de Cristo no era necesaria. Esto ensombrece la misión de Jesús.
Jesús definió Su misión diciendo: «el Hijo del Hombre ha venido a buscar y a salvar lo que se había perdido» (Lc 19:10). No se limitó a decir que vino solo a salvar a los perdidos, sino que vino a buscarlos y salvarlos. Esto es, antes de que los perdidos puedan ser redimidos, ellos tienen que ser hallados.
Es encontrar a los perdidos lo que requiere la labor de las misiones. Es fácil engañarnos a nosotros mismos pensando que no hay nadie perdido, y una forma de hacer esto es hacernos a un lado de la búsqueda; esto es, asegurarnos de mantenernos desinformados sobre las necesidades del perdido, aislarnos para desconocer lo que realmente está pasando en el mundo. Por ejemplo, no nos detenemos para conocer y entender sobre tantas personas que mueren de hambre en el mundo. Cuando somos confrontados con ello, nuestras conciencias son punzadas y somos movidos a la acción. Pero no nos detenemos de nuestro andar diario para encontrarnos con la miseria; pensamos que ya hay suficiente miseria en nuestras propias vidas y que no necesitamos buscar más.
Cuando era chico, aún era común que un doctor hiciera visitas a domicilio y viniera a tu casa. Todos los días conducía por el barrio y visitaba a niños, ancianos y a todo aquel que estuviera enfermo. Hoy en día, si estás enfermo, el doctor no es quien va a ti sino que eres tú quien debe ir al doctor. Por desgracia, muchas iglesias se manejan de esta forma: cuelgan un letrero e invitan a que la gente vaya a ellas.
Jesús no tenía un edificio. Él no esperaba detrás de puertas cerradas a que la gente se acercara a verlo. Su ministerio era de «andar por todas partes». Él salía adonde estaban las personas. De eso se tratan las misiones. El ministerio de Cristo era un ministerio de buscar el dolor y a aquellos que estaban perdidos.
Publicado originalmente en el Blog de Ligonier Ministries.