El «TULIP» y la teología reformada: la perseverancia de los santos
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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo X
Tengo un amigo que es católico romano. No hace mucho tiempo fue a «confesión», después de lo cual me dijo, con lágrimas en los ojos, que se sintió «limpio como un bebé recién nacido». La confesión es un componente integral del sacramento católico de la penitencia. Cuando alguien confiesa sus pecados a su sacerdote, el sacerdote absuelve sus pecados y se le asignan actos justos de penitencia y oraciones de acuerdo con la naturaleza de sus pecados.
Conociendo mis convicciones protestantes, mi amigo pensó que me alegraría saber que él estaba confesando sus pecados y sintiéndose limpio. Y aunque yo ciertamente estaba agradecido, sabía muy bien que esa respuesta emocional tan natural solo duraría hasta su próximo pecado. Aunque históricamente Roma ha enseñado la necesidad de la confesión de pecado, tanto privada como pública, muchos católicos han sido persuadidos de que solo cuando confiesan sus pecados a sus sacerdotes, son absueltos y hacen penitencia es que realmente poseen el perdón de Dios. Pero aparte de la fe sola puesta en Cristo solo, nadie poseerá la justicia imputada de Cristo para justificación, lo cual lleva a una fe activa en palabra y obra, y a una vida de confesión de pecados tanto pública como privada.
En el siglo X, en un pequeño rincón del mundo, el Señor levantó a un nuevo teólogo en la Iglesia oriental. Simeón el Nuevo Teólogo (949-1022) predicó contra el cristianismo nominal, que se expresaba como una fe simplemente externa y una confesión pública de los pecados. Simeón argumentó que si nuestra fe cristiana es genuina, nos comprometeremos no solo a la confesión pública y periódica de nuestros pecados, sino también a la confesión privada diaria de ellos. De sus Discursos, leemos: «Procuremos alcanzar la pureza de corazón, que proviene de prestar atención a nuestros caminos y de la constante confesión de los pensamientos secretos del alma. Porque si nosotros, movidos por un corazón penitente, los confesamos constante y diariamente, se producirá arrepentimiento por lo que hemos hecho o pensado». A través de los siglos, el Señor ha seguido sosteniendo y reformando a Su Iglesia, levantando hombres fieles que proclamen Su evangelio y llamen a Su pueblo a vivir coram Deo, ante Su rostro, en arrepentimiento genuino, confesión humilde y fe auténtica que conduzca a una vida dedicada a Dios de todo corazón.