Nota del editor: Este es el undécimo de 13 capítulos en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Gratitud.
Si la gratitud debe ser nuestra respuesta automática a la gracia que experimentamos en la vida cristiana, entonces ¿por qué a menudo somos ingratos? ¿Cuál es la raíz de la ingratitud? En parte, la respuesta a esa pregunta se encuentra en el último de los Diez Mandamientos, donde Dios dice: “No codiciarás”. Si nos detenemos a pensar en este mandamiento, podríamos preguntarnos si sería exagerado decir que la codicia es la raíz de la ingratitud. Inicialmente podríamos ser tentados a pensar que este mandamiento es solo una décima parte de la ley, o que es el más insignificante porque está de último. Sin embargo, es lo contrario, deberíamos reconocer que es el decreto sumativo y concluyente de la ley de Dios. Al hacer esto, notamos el carácter integral del mandamiento.
El carácter integral de la codicia
El carácter integral de este mandamiento muestra la manera en que la codicia suele estar involucrada cuando se quebranta cualquiera de los Diez Mandamientos. Esto se evidencia claramente en algunos pasajes de la Escritura. Cuando Pablo reflexiona sobre toda la ley, él utiliza la codicia para resumirla (Rom 7:7). Cuando advierte a los gálatas que deben guardarse del pecado, él se refiere al pecado como la codicia de la carne en contra del Espíritu (Gál 5:17). Y cuando Santiago está advirtiendo en contra del homicidio, de las peleas y de las guerras, él muestra cómo la codicia es la raíz de todos estos pecados (Stg 4:2).
El Catecismo de Heidelberg también expone el carácter integral de la codicia (Pregunta y Respuesta 113). Nos dice que el décimo mandamiento ordena: “Que nunca surja en nuestros corazones ni la más mínima inclinación o idea contraria a alguno de los mandamientos de Dios”. Esta respuesta apunta al hecho de que cuando nuestra ingratitud nos lleva a desafiar cualquiera de los Diez Mandamientos, la raíz es la codicia, nuestro deseo de posicionarnos por encima de Dios.
El contentamiento produce piedad y gratitud en la vida del creyente.
Cuando adoramos a otros dioses, cuando no descansamos ni adoramos en el día de reposo, cuando no honramos a las autoridades, o cuando luchamos con alguna forma de adulterio, es porque estamos codiciando. Estamos codiciando cuando adoramos la manera de vivir del mundo, cuando deseamos un día de reposo enfocado en nuestros intereses, cuando reclamamos autoridad sobre nuestra vida, o cuando deseamos al cónyuge de nuestro prójimo. El carácter integral del pecado revela cómo la codicia es la raíz de todo acto de ingratitud hacia Dios.
El Conquistador absoluto de la codicia
Las raíces de la codicia están profundamente arraigadas en nuestras vidas cristianas. Reconocer esto nos conduce a nuestro Señor y Salvador Jesucristo, quien luchó perfectamente contra la codicia y siempre mostró contentamiento al obedecer la voluntad de Dios. Durante la tentación de Cristo en el desierto, ¿qué buscaba Satanás si no tentarle a codiciar en contra de la Palabra de Dios? Satanás estaba tentando al Salvador con la esperanza de que Él codiciara comida, fama y el cumplimiento de metas egoístas (Lc 4:1-13). Sin embargo, Cristo resistió el pecado de la codicia, en el cual el primer Adán cayó como presa (Gn 3:6). Él estaba completamente satisfecho con las promesas de Su Padre; la Palabra Viva no tenía necesidad de lo que el diablo le ofrecía. Y al desarraigar el pecado de la codicia, el Señor nos muestra al principio de los Evangelios cómo Él cumplió la ley en su totalidad por nosotros.
El contentamiento en la vida cristiana
Entender la codicia y cómo Cristo conquistó el pecado nos ayuda a enfrentar y desarraigar la codicia de nuestras vidas como cristianos. Primero debemos despojarnos del viejo hombre y destruir la codicia que proviene de nuestra naturaleza caída. Asimismo, como aquellos que ahora estamos vivos en Cristo, debemos vestirnos del nuevo hombre, cuya motivación para todas las cosas es el contentamiento, no la codicia. Los que pertenecemos a Cristo debemos cultivar contentamiento y satisfacción en Él, confiando en que se aproxima una cosecha fructífera.
Este verdadero contentamiento significa que no estamos deseando vivir como el mundo ni disfrutar de sus placeres. Más bien, debemos estar satisfechos con las promesas del Evangelio. Esta es la exhortación de Pablo a Timoteo (1 Tim 6:3-11): sigue la sana doctrina de la Escritura “que es conforme a la piedad”. Pablo le recuerda a su discípulo: “Pero la piedad, en efecto, es un medio de gran ganancia cuando va acompañada de contentamiento” (v. 6). Pablo exhorta a los cristianos a evitar los “deseos necios y dañosos, y toda clase de mal” y a estar contentos con lo que tienen (vv. 8-9). Luego de mencionar las cosas de las que Timoteo debe huir, Pablo le exhorta a “seguir la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia y la amabilidad”. El contentamiento produce piedad y gratitud en la vida del creyente. Además, el cristiano que vive con contentamiento se mantiene expectante, aguardando el regreso del Rey, quien lo recibirá en Su reino por siempre (Ap 21-22).
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