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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Como buscar la voluntad de Dios
Todos queremos que nuestras vidas tengan propósito. Queremos asegurarnos de que estamos siguiendo un curso de vida conforme a la voluntad de Dios, e incluso podemos temer que nos sucedan cosas malas si estamos fuera de la voluntad de Dios. El deseo de estar en la voluntad de Dios no es algo malo, después de todo, Jesús mismo oró «No se haga mi voluntad, sino la tuya» (Lc 22:42). La verdadera dificultad es cuando tratamos de discernir cuál es la voluntad de Dios para nuestras vidas. Sería mucho más sencillo si el Señor escribiera un mensaje en el cielo o diera a cada creyente alguna señal sobrenatural. No habría duda alguna si despertara una mañana y las nubes formaran de manera legible «¡Sé un ingeniero!» (o mejor aún, «Sé un ingeniero eléctrico de la Compañía XYZ»). Sin embargo,
Ahora bien, no es prudente pensar que todas las personas están igualmente dotadas para todas las vocaciones. La palabra vocación viene de la palabra en latín para «llamar», lo que implica que cada uno de nosotros ha sido llamado por Dios para usar los dones que se nos han otorgado. Los cristianos no deben negar que tienen habilidades, talentos e intereses, porque la Biblia nos dice que el Señor les da estas cosas a los cristianos. Cada uno de nosotros es diferente del otro porque Dios ha determinado que así es como Él edificará Su Iglesia y la sociedad. El apóstol Pablo nos dice que «los dones y el llamamiento de Dios son irrevocables» (Rom 11:29) y que esos dones son diferentes (12:6). Esto lo vemos todos los días en las personas a nuestro alrededor: algunos sobresalen en matemáticas y números, mientras que otros brillan en idiomas; algunos se sienten atraídos por vocaciones que requieren colaborar con otras personas, mientras que otros prefieren trabajar en soledad; algunos siempre están iniciando nuevos proyectos y empresas, mientras que otros se deleitan en trabajar en áreas ya establecidas. Las diferencias no son malas, pero es crucial entender que esas diferencias no son el resultado de nuestros propios esfuerzos, sino que las recibimos del Señor (1 Cor 4:7).
¿CÓMO PUEDO DISCERNIR MI LLAMADO?
Si cada uno de nosotros tiene diferentes dones e intereses, la siguiente pregunta que surge es: ¿Cómo sé cuál es mi llamado? Esta pregunta es esencial para aquellos que quizás han sido llamados al ministerio vocacional, pero es también aplicable a quienes están en alguna vocación secular. Anhelamos éxito y satisfacción en nuestra labor, por lo que tiene sentido pensar en qué es nuestro llamado. Lo primero que debemos entender, es que no hay diferencia significativa entre el llamado al ministerio y el llamado a cualquier otra vocación. Lo que quiero decir es que no es menos cristiano ser mecánico, médico o arquitecto que ser pastor o misionero. Hay diferentes dones y habilidades necesarias para cada uno, pero un creyente no debe considerar que es un fracaso trabajar en un empleo «secular» en lugar de en una iglesia o ministerio. Este fue uno de los grandes principios de la Reforma, expresado mejor por Martín Lutero. Lutero enseñó que el trabajo, o nuestra vocación (llamado), es agradable al Señor sin importar su carácter religioso. Esto fue revolucionario en los días de Lutero porque se le había enseñado a la gente que ser monje o sacerdote era la más alta vocación y que todas las demás ocupaciones eran inferiores. Se daba a entender que Dios no estaba muy complacido con los granjeros, panaderos y zapateros. Estar involucrado en cualquier cosa que no fuese el ministerio vocacional era perder las oportunidades de completar tu fe a través de buenas obras y perder la seguridad de la salvación que viene de tal llamado. Lutero enseñó que todos los cristianos tienen una posición en la vida dada por Dios, una vocación que sirve a los demás a nuestro alrededor. Lutero añadió que aun la humilde lechera era, a través de su vocación, el instrumento por medio del cual «Dios ordeña las vacas».
Debido a este importante principio, cuando examinamos nuestro llamado no debemos buscar un escalafón de posibles vocaciones y elegir la «mejor»; en cambio, debemos examinar nuestros dones e intereses para discernir para qué profesión somos más adecuados. Nuevamente, si Dios es el dador de dones y talentos, y si Dios no suele dar señales sobrenaturales para dirigir a Su pueblo hacia sus vocaciones, entonces la mejor dirección que podemos tener para nuestra vocación es buscar aquello para lo que Dios nos ha equipado mejor. Así, el ministerio vocacional no es diferente de otros llamamientos, nos miramos a nosotros mismos y a nuestras capacidades y buscamos la afirmación y el consejo de aquellos a nuestro alrededor para ayudarnos a determinar si un llamado es el adecuado. Estas dos evaluaciones se han descrito históricamente como el «llamado interno» y el «llamado externo» cuando se aplican a un llamado al ministerio del evangelio. Al observar el llamado interno y el externo, es importante reconocer que también se aplican en un contexto secular, solo que con circunstancias diferentes.
EL LLAMADO INTERNO
La primera evaluación relacionada con la vocación es la evaluación que la persona realiza de sus propios dones, talentos, e intereses. Es lo que se ha denominado el llamado interno. Sin embargo, esto no significa que consista completamente de sentimientos y deseos internos. Esos deseos son un componente del llamado interno, pero hay más que considerar. El llamado interno también implica una autoevaluación. Es apropiado y bueno que los individuos reflexionen sobre las habilidades que tienen, los dones que se les han dado y los deseos que tienen para ciertas vocaciones. Cada una de estas áreas es importante para una adecuada autorreflexión. No le hace ningún bien a una persona ignorar sus dones o habilidades. En nuestros días, se ha difundido ampliamente la idea de que una persona debe seguir solamente la vocación que le apasiona, que uno nunca debe «conformarse» con otra vocación, y que debes siempre «seguir tu corazón». El anhelo por abrazar una vocación es importante, pero no es suficiente. Si así fuera, yo estaría jugando béisbol en las Grandes Ligas.
En el contexto del llamado al ministerio del evangelio, por ejemplo, se necesita mucho más que el deseo de ayudar a otros o de intentar hallar propósito en la vocación como tal. Si un llamado viene del Señor, entonces Él te habrá de equipar para que florezcas en ese llamado. Esto comienza con el cumplimiento de los requisitos para el ministerio del evangelio. El llamado de Cristo no llega hoy al futuro ministro como lo hizo con Mateo, con la persona de Cristo diciéndole directamente: «Sígueme», sino que el llamado al ministerio comienza con el llamado de Cristo a llevar Su nombre y seguirlo. Con mucha frecuencia, los hombres buscan el ministerio como un medio para calmar la voz de descontento en sus propios corazones. Es fácil caer presa del pensamiento de que si dedico mi vida al servicio del evangelio, Dios me aceptará y recompensará ese compromiso con la vida eterna. El prerrequisito absoluto para el ministerio del evangelio es ser llamado personalmente por Dios y ser reconciliado con Él a través de la obra terminada de Cristo, para que sea tu nombre el que Dios llame. Horatius Bonar señaló lo mismo hace más de un siglo: «El verdadero ministro debe ser un verdadero cristiano. Debe ser llamado por Dios antes de poder llamar a otros hacia Dios».
El futuro ministro del evangelio debe tener cuidado de no caer presa de tendencias perfeccionistas, y tampoco debe confiar demasiado en su capacidad. La naturaleza misma del ministerio debe hacer que un hombre se detenga antes de embarcarse en ese camino y debe hacer que un hombre vea la grandeza de la obra y clame junto a Pablo que no es suficiente para estas cosas (2 Co 3:5). Cuando se ve a sí mismo, debe ver a Aquel que da dones a los hombres. Es Dios quien hace a la persona suficiente al proveerle las habilidades, destrezas y conducta que necesita para tener éxito en el ministerio vocacional. Estos dones no tienen todos que existir en su forma completa antes de que un hombre se dedique al ministerio del evangelio, pero una humilde autoevaluación debe mostrar la presencia de los dones requeridos (por ejemplo, un entendimiento de la Escritura y la capacidad de enseñar). El aspirante al ministerio debe también hacerse preguntas difíciles sobre las calificaciones de carácter establecidas en 1 Timoteo 3 y Tito 1. Él debe saber que los requisitos de carácter no son solo obstáculos a superar, sino que son el porte y los rasgos necesarios para tener éxito en el ministerio vocacional. Finalmente, el aspirante debe mirarse a sí mismo para determinar si está comprometido con el ministerio vocacional. El compromiso es vital para el ministerio, un compromiso de fe hacia el crecimiento espiritual, la humildad, el conocimiento, la disciplina, la sabiduría y el liderazgo, entre otras cosas. Cuando un hombre pone su mano en el arado, no puede mirar atrás (Lc 9:62). Pablo nos da una excelente guía para la autoevaluación: él sabía que no era perfecto, sabía que aún no se había convertido en lo que sería, pero también sabía que tenía que seguir adelante hacia la meta (Flp 3:12). Una visión adecuada del llamado interno se toma esto muy en serio.
EL LLAMADO EXTERNO
Aunque el llamado interno es muy importante, no es la única parte al discernir el llamado de Dios. Incluso una cuidadosa autoevaluación tiene sus puntos ciegos. Por esta razón, el sentido subjetivo del llamado se confirma mejor por medio de una afirmación externa. En el caso del ministerio del evangelio, esto sería una confirmación del llamado del aspirante por el cuerpo de Cristo. Ya que Cristo no da dones a un hombre sin la oportunidad de ejercerlos. Los dones de un hombre pueden ser evaluados y estimulados por la iglesia. La mejor ayuda para determinar si eres llamado al ministerio es que sirvas a Dios en el presente, y por medio de la evaluación de tal servicio, poner a prueba tus dones. De hecho, en la mayoría de los casos, el llamado al ministerio viene mientras se sirve a la iglesia. La presencia de dones para el ministerio en un hombre lo marcará ante el pueblo de Dios como alguien que es llamado al ministerio, porque todos los dones que tiene son para ser usados en el cuerpo y tales dones son dignos de ser honrados por la iglesia.
No debemos pensar en cosas como la necesidad de recomendaciones personales, exámenes de ordenación, o la elección de una congregación como si fueran necesidades burocráticas. Más bien, estas son manifestaciones de la importante validación del llamado externo. Una persona no es completamente soberana sobre su llamado, especialmente el llamado al ministerio del evangelio. Que los demás afirmen esos dones es vital para determinar si se debe buscar una vocación. Si a un hombre se le han dado oportunidades para ejercer y probar sus dones para el ministerio, y si esas pruebas han sido recibidas con el estímulo y la aprobación de otros en la iglesia, ¿Cuánta más confianza tendrá el hombre en su llamado? Si el hombre ha sido examinado por aquellos a quienes ya se les ha encomendado el ministerio del evangelio, y los exámenes muestran que está calificado en carácter y dones, eso es una bendición. Al mismo tiempo, si el hombre recibe advertencias de sus hermanos cristianos de que no parece estar bien preparado para el ministerio, y no es capaz completar los exámenes satisfactoriamente, entonces debe detenerse y hacer un balance de su deseo por el ministerio vocacional. Puede muy bien ser la misericordia de Dios que le protege del potencial dolor, sufrimiento y fracaso.
Este llamado externo se extiende más allá del ministerio hacia otras vocaciones. Está bien establecido que, para aspirar a muchas ocupaciones, la persona debe recibir aprobación externa, los médicos deben aprobar los exámenes de la junta médica, los abogados deben aprobar los exámenes del colegio de abogados, y así los arquitectos, ingenieros y técnicos todos tienen que aprobar requisitos de licencias y certificación. Estos exámenes y certificaciones sirven, en efecto, para prevenir a los no calificados de tales profesiones, pero también ayudan a ratificar las habilidades y dones de las personas. Recuerdo que hace muchos años aprobé el examen del colegio de abogados del estado, esto me animó a que realmente podía ser un abogado. Esa reafirmación fue de mucha ayuda en los meses y años que siguieron, durante los días largos y los proyectos exigentes. El que debía ejercer esa vocación no solo era una idea en mi cabeza sino que los expertos en este campo también creían que yo tenía las habilidades necesarias para tener éxito. Es por eso que, aunque no se requiera una prueba o certificación formal para la vocación que quieres seguir, te aconsejaría que obtuvieras una opinión sobre tus dones para esa vocación fuera de ti mismo. La sabiduría y el apoyo que recibes de otros es invaluable.
¿CÓMO PUEDO ADMINISTRAR MI LLAMADO?
Por último, debemos considerar cómo debemos administrar mejor nuestros llamados. Las personas pueden examinar su propio sentido de llamado, sus dones, habilidades e intereses y luego someterse a una evaluación externa de los mismos sin llegar a una conclusión infalible. A veces nos damos cuenta de que no hemos tomado la mejor decisión y necesitamos cambiar de rumbo. Lo más insensato sería seguir adelante ante la evidencia de que hemos elegido la vocación equivocada. También está el hecho de que las personas cambian con el paso del tiempo, cuando nos casamos, tenemos hijos, nos mudamos a nuevos lugares, o incluso tenemos nuevas experiencias, nuestros intereses pueden cambiar. Podemos desarrollar nuevos dones y habilidades que no sabíamos que teníamos. Si este es el caso, la providencia de Dios puede traer nuevas oportunidades para nuevas vocaciones. Una vez más, si tomamos en cuenta todos los parámetros mencionados anteriormente, no hay nada malo en encontrar una vocación diferente. Dios a menudo cambia las circunstancias y vidas de Su pueblo para ayudarles a crecer en Cristo.
Lo importante al pensar en el llamado es buscar usar los dones que Dios nos ha dado y glorificarle en el ejercicio de esos dones. Si eso significa elegir una nueva vocación, que así sea. Creo que Dios me ha dirigido al menos hacia tres llamados: Empecé convencido de que sería un académico y busqué confirmar esa vocación a través de la educación. Entonces me convencí de que la academia no era el mejor llamado para mí y en lugar de eso me dediqué a las leyes trabajando como abogado durante casi una década. Fue mientras estaba en esa vocación que sentí el llamado a entrar en el ministerio del evangelio (llamado interno), y fui animado por aquellos en la iglesia a seguir ese rumbo (llamado externo). Espero servir al Señor de esta manera hasta el final de mis días, pero siempre debo permanecer abierto a la dirección del Señor. Que el Señor te lleve a una confianza similar en Él, para que conozcas que Él sostiene todos tus días y todas tus vocaciones en Sus manos.