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Nota del editor: Este es el capítulo 21 de 25 en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Preguntas claves sobre la oración.

Orar por nuestros hijos surge naturalmente cuando entendemos que Dios nos ha hecho criaturas dependientes, creadas para depender del Señor. Dios diseñó nuestros corazones con un deseo insaciable de estar en comunión con Él. Y aunque la oración no surge fácilmente, nosotros los que tenemos un corazón que ha sido regenerado por el Espíritu Santo, no podemos evitar ir una y otra vez a nuestro Padre celestial para darle gracias, alabarlo y pedir Su ayuda.
Queremos que nuestros hijos conozcan al Señor y el gozo y el gozo de la comunión y el compañerismo con Él. Queremos que sean regenerados —que nazcan de nuevo— pero no tenemos la capacidad de hacerlo en nuestras propias fuerzas, ya que solo el Espíritu Santo tiene la gracia soberana y el poder de salvar a nuestros hijos. Para tal fin, podemos orar por nuestros hijos mientras aún crecen en el vientre de su madre. Podemos orar primero y ante todo para que Dios soberanamente regenere sus corazones a fin de que tengan una vida nueva en Jesucristo. Podemos orar para que nuestros hijos confíen en Dios, amen a Dios, amen y obedezcan la Palabra de Dios, confiesen sus pecados a Dios, adoren a Dios y tengan comunión con Dios todos los días de su vida. Podemos orar para que el Señor les conceda humildad, sabiduría, discernimiento, honor, integridad, amor y gracia en todo en la vida. Podemos orar para que confíen y sigan al Señor toda su vida, para que nunca conozcan un tiempo en el que no confiaron en el Señor, y podemos orar para que tengan testimonios excepcionalmente ordinarios de vidas vividas confiando y siguiendo al Señor.
Podemos orar para que nuestros hijos confíen en Dios, amen a Dios, amen y obedezcan la Palabra de Dios, confiesen sus pecados a Dios, adoren a Dios y tengan comunión con Dios todos los días de su vida.
Más allá de orar por nuestros hijos, quizás lo más fundamental que podemos hacer es modelar una vida de oración ante ellos. Estamos llamados a hacer discípulos y la Gran Comisión comienza en casa. Nosotros mismos necesitamos conocer más acerca de la oración si vamos a instruir a nuestros hijos de una manera que los prepare para orar genuinamente por sí mismos, en nuestra ausencia. A medida que ellos maduran, podemos seguir explicándoles qué es la oración y cómo pueden orar. Podemos orar con ellos, por ellos y en torno a ellos. También podemos orar por sus circunstancias particulares y por la obra de Dios en sus vidas.
Mientras continuamos dependiendo de Dios y disfrutando de la comunión con Él, reflejaremos a Cristo en nuestras propias vidas, dirigiendo a nuestros hijos no a nosotros mismos, sino a su Padre celestial; para que así nuestro Dios pueda usarnos, siendo vasijas pecaminosas y rotas, como modelo de una vida de oración arrepentida y fiel en comunión con Él. Que nuestros hijos nos vean siempre regocijándonos, orando sin cesar y dando gracias en toda circunstancia mientras anhelamos que venga el Reino de nuestro Señor y que sea hecha Su voluntad, así en la tierra como en el cielo (1 Tes 5:16–18; Mt 6:10).