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Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Conflicto en la iglesia
¿Imaginas el malestar que sintió la gente en Antioquía cuando Pablo confrontó a Pedro, según se describe en Gálatas 2? Probablemente recuerdas la historia: hombres de Jerusalén habían venido a la iglesia en Antioquía. Su visita creó una división. En lugar de que judíos y gentiles adoraran juntos y tuvieran comunión libremente, algunos de los judíos (incluso Pedro y Bernabé) se apartaron de los gentiles. Pablo dijo a los gálatas que había confrontado a Pedro «delante de todos» (v. 14). ¿Fue durante una comida o inmediatamente después de una oración? ¿Atrapó Pablo a Pedro en el patio o lo denunció en medio de un sermón?
Aunque no sabemos las respuestas a estas preguntas, puedes preguntarte si fue un error que Pablo confrontara a Pedro de esta manera. ¿No debió haber seguido los pasos indicados en Mateo 18? No, Gálatas 2 y pasajes como Hechos 5 y Filipenses 4 demuestran que hay momentos en los que una confrontación pública del pecado y el error es necesaria para la salud y el bienestar de la iglesia.

Pablo confrontó a Pedro pública e inmediatamente cuando fue testigo de pecado público. Al apartarse de los gentiles, Pedro había actuado de una manera que negaba el evangelio. Pablo no dudó en condenar a Pedro públicamente porque el pecado fue público. Este mismo principio se demuestra en Hechos 5, donde Pedro confronta a Ananías y Safira por mentir al Espíritu Santo al no declarar que se habían quedado con una parte de las ganancias del terreno que habían vendido para dar a la iglesia. Su pecado fue público, y por lo tanto, la condena del pecado fue pública. El mismo principio se ve en Filipenses 4:2, donde Pablo «ruega» a Evodia y Síntique «que vivan en armonía en el Señor». Aunque no sabemos qué fracturó la relación de estas dos hermanas, su desacuerdo fue público y, por tanto, la confrontación de Pablo del pecado —aunque menos enérgica que la que aparece en Gálatas 2 o Hechos 5— también es pública. El principio que se expone en cada uno de estos pasajes es que la confrontación pública del pecado y el error es necesaria para corregir el pecado y el error público.
Otro principio que podemos derivar de estos textos es que la confrontación pública del pecado y el error se hace en el contexto de la iglesia local. Por desgracia, vivimos en una época de «Pablos» autoproclamados que vagan por la Internet en busca de «Pedros» a quienes denunciar. Podemos sentirnos tentados a recurrir a Gálatas 2 para justificar que tomemos los tridentes electrónicos a fin de perseguir a los villanos teológicos. Sin embargo, el principio de Gálatas 2, Hechos 5 y Filipenses 4 es que tal confrontación pertenece al contexto de la iglesia local, donde se experimenta el pecado y el error y donde al pecador puede perdírsele que rinda cuentas.
Un tercer principio está implícito en estos pasajes. No hay muchos ejemplos de este tipo de confrontación pública del pecado y el error públicos, pero los que tenemos abordan graves amenazas para la iglesia. La conducta de Pedro no era conforme al evangelio. El pecado de Ananías y Safira amenazaba la existencia misma de la iglesia, como el pecado de Acán después de que Israel cruzara a la tierra prometida (Jos 7). La fractura entre Evodia y Síntique amenazaba la unidad de esa iglesia. El hecho de que haya pocos ejemplos de este tipo de reprensión pública nos indica que no todos los errores —ni siquiera todos los errores públicos— deben ser confrontados públicamente. Pero cuando un pecado o error público amenaza la existencia misma de la iglesia, o incluso el evangelio mismo, puede ser necesaria una reprensión pública.
En 1553, estalló una disputa en Ginebra sobre quién tenía la autoridad para excomulgar. El gobierno de la ciudad quería que Philibert Berthelier fuera readmitido para tomar la Cena del Señor. Berthelier, opositor a Juan Calvino y abogado del hereje Miguel Serveto, había sido excomulgado por rebelión. El día en que debía celebrarse la Cena del Señor, Berthelier y sus amigos abarrotaron la iglesia de St. Pierre y se sentaron en primera fila. Sin embargo, Calvino se negó a servir la comunión a los «aborrecedores de los misterios sagrados». Dijo: «Pueden aplastar estas manos; pueden cortar estos brazos; pueden quitarme la vida; mi sangre es de ustedes, pueden derramarla; pero nunca me obligarán a dar cosas sagradas a los profanos, ni a deshonrar la mesa de mi Dios». Tal audacia es necesaria ante el pecado y el error público. Que Dios dé a Sus ministros el valor de tomar tales medidas para proteger la pureza y la paz de la iglesia.