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La desaparición de la herejía
21 mayo, 2022![](https://i0.wp.com/es.ligonier.org/wp-content/uploads/2022/05/620x268_BlogHeader_IO_12thCentury_BlogArt_8_ChristiansGPS.jpg?resize=150%2C150&ssl=1)
El GPS del cristiano
24 mayo, 2022Conociendo la Escritura
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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las epístolas del Nuevo Testamento
A menudo se ha dicho que no se puede confiar en la Biblia porque la gente puede hacer que diga lo que quiera que diga. Esta acusación sería cierta si la Biblia no fuera la Palabra objetiva de Dios, si fuera simplemente una nariz de cera, capaz de ser moldeada, retorcida y distorsionada para enseñar los preceptos de cada quien. La acusación sería cierta si no fuera una ofensa a Dios Espíritu Santo el leer en la Sagrada Escritura lo que no dice. Sin embargo, la idea de que la Biblia puede enseñar cualquier cosa que queramos no es cierta si nos acercamos a la Escritura con humildad, intentando escuchar lo que ella dice por sí misma.
A veces se rechaza la teología sistemática porque se considera una imposición injustificada de un sistema filosófico sobre las Escrituras. Es vista como un sistema preconcebido, un lecho de Procusto en el que hay que forzar la Escritura cortando miembros y apéndices para que encajen. Sin embargo, el enfoque adecuado de la teología sistemática reconoce que la propia Biblia contiene un sistema de verdad, y la tarea del teólogo no es imponer un sistema a la Biblia, sino construir una teología entendiendo el sistema que la Biblia enseña.
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En la época de la Reforma, para poner fin a las interpretaciones desenfrenadas, especulativas y fantasiosas de la Escritura, los reformadores establecieron el axioma fundamental que debe regir toda interpretación bíblica. Se trata de la analogía de la fe, que significa básicamente que la Sagrada Escritura es su propio intérprete. En otras palabras, debemos interpretar la Escritura según la Escritura. Es decir, el árbitro supremo a la hora de interpretar el significado de un versículo concreto de la Escritura es la enseñanza global de la misma.
Detrás del principio de la analogía de la fe está la confianza previa en que la Biblia es la Palabra inspirada de Dios. Si es la Palabra de Dios, debe ser, por tanto, consistente y coherente. Sin embargo, los cínicos dicen que la coherencia es el duende de las mentes pequeñas. Si eso fuera cierto, tendríamos que decir que la mente más pequeña de todas es la mente de Dios. Pero no hay nada inherentemente pequeño o débil en la coherencia. Si se trata de la Palabra de Dios, se puede esperar con razón que toda la Biblia sea coherente, inteligible y unificada. Suponemos que Dios, debido a Su omnisciencia, nunca sería culpable de contradecirse. Por lo tanto, es una calumnia al Espíritu Santo elegir una interpretación de un pasaje en particular que ponga innecesariamente ese pasaje en conflicto con lo que Él ha revelado en otro lugar. Así pues, el principio rector de la hermenéutica o interpretación reformada es la analogía de la fe.
Un segundo principio que rige la interpretación objetiva de la Escritura se llama sensus literalis. Muchas veces la gente me ha dicho, con incredulidad, «Tú no interpretas la Biblia literalmente, ¿verdad?». Nunca respondo a la pregunta diciendo «Sí», pero tampoco respondo a la pregunta diciendo «No». Siempre respondo a la pregunta diciendo: «Por supuesto, ¿qué otra forma hay de interpretar la Biblia?». Lo que se quiere decir con sensus literalis no es que se dé a cada texto de la Escritura una interpretación «rígidamente literal», sino que debemos interpretar la Biblia en el sentido en que está escrita. Las parábolas se interpretan como parábolas, los símbolos como símbolos, la poesía como poesía, la literatura didáctica como literatura didáctica, la narración histórica como narración histórica, las cartas ocasionales como cartas ocasionales. Ese principio de interpretación literal es el mismo que utilizamos para interpretar responsablemente cualquier fuente escrita.
El principio de la interpretación literal nos da otra regla, a saber, que la Biblia, en un sentido, debe leerse como cualquier otro libro. Aunque la Biblia no es como cualquier otro libro en el sentido de que lleva consigo la autoridad de la inspiración divina, sin embargo, la inspiración del Espíritu Santo sobre un texto escrito no convierte los verbos en sustantivos ni los sustantivos en verbos. No se vierte ningún significado especial, secreto, arcano y esotérico en un texto por el mero hecho de estar divinamente inspirado. Tampoco existe esa capacidad mística que llamamos «griego del Espíritu Santo». No, la Biblia debe interpretarse según las reglas ordinarias del lenguaje.
Estrechamente relacionado con este punto está el principio de que lo implícito debe ser interpretado por lo explícito, en lugar de que lo explícito sea interpretado por lo implícito. Esta regla particular de interpretación se viola constantemente. Por ejemplo, leemos en Juan 3:16 que «todo aquel que cree en Él, no se pierda, más tenga vida eterna», y muchos concluyen que, puesto que la Biblia enseña que todo el que crea será salvo, implica por tanto que cualquiera puede, sin la obra regeneradora previa del Espíritu Santo, ejercer fe. Es decir, como el llamado a creer se da a todos, implica que todos tienen la capacidad natural de cumplir el llamado. Sin embargo, el mismo escritor del Evangelio nos muestra tres capítulos más tarde a Jesús explicando que nadie puede venir a Él si el Padre no se lo ha concedido (6:65). Es decir, se enseña explícita y específicamente que no tenemos la capacidad moral para venir a Cristo, aparte de la gracia soberana de Dios. Por lo tanto, todas las implicaciones que sugieren lo contrario deben quedar incluidas bajo la enseñanza explícita, en lugar de forzar la enseñanza explícita para que se conforme a las implicaciones que extraemos del texto.
Por último, siempre es importante interpretar los pasajes oscuros a la luz de los que son claros. Aunque afirmamos la claridad básica de la Sagrada Escritura, al mismo tiempo reconocemos que no todos los pasajes son igualmente claros. Se han desarrollado numerosas herejías cuando la gente se ha conformado forzosamente a los pasajes oscuros en lugar de a los claros, distorsionando todo el mensaje de la Escritura. Si algo no está claro en una parte de la Escritura, probablemente esté aclarado en otra parte de la misma. Cuando tenemos dos pasajes de la Escritura que podemos interpretar de diversas maneras, queremos interpretar siempre la Biblia de manera que no se viole el principio básico de la unidad e integridad de la Escritura.
Estos son simplemente algunos de los principios básicos y prácticos de la interpretación bíblica que expuse hace años en mi libro Cómo estudiar e interpretar la Biblia. Menciono ese libro aquí porque muchas personas me han expresado lo útil que ha sido para guiarles hacia una práctica responsable de la interpretación bíblica. Aprender los principios de la interpretación es sumamente útil para guiarnos en nuestro propio estudio.