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23 mayo, 2022La desaparición de la herejía


Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIII
El 29 de octubre de 1929, los rugientes años veinte se detuvieron de golpe. El mercado de valores se desplomó, sumiendo a los Estados Unidos de América en la Gran Depresión, que a su vez afectó a gran parte del mundo industrializado. El 25 de septiembre de 1929, en el tiempo soberano de Dios, solo un mes antes de la caída de Wall Street, cincuenta y dos estudiantes comenzaron a cursar su semestre otoñal en el Seminario Teológico de Westminster de Filadelfia. Unos pocos meses antes, J. Gresham Machen (1881-1937) había renunciado al Seminario Teológico de Princeton y fundado el Seminario Teológico de Westminster. Machen, junto a Robert Dick Wilson, Oswald T. Allis y Cornelius Van Til (y posteriormente John Murray), renunciaron a sus puestos como profesores de Princeton, no solo porque el seminario había negado rotundamente ciertas doctrinas esenciales de la fe, sino también por su creciente falta de consideración por la doctrina misma. Princeton, el segundo seminario más antiguo de los Estados Unidos, que en su momento había sido un bastión de la ortodoxia doctrinal, se fue convirtiendo gradualmente no solo en un baluarte de la doctrina falsa, sino también en una cloaca de apatía hacia la doctrina misma. El seminario y su denominación de origen intentaron poner la unidad de la iglesia por encima de la pureza doctrinal de la iglesia, y el resultado no fue pureza ni unidad, sino herejía abierta. Naturalmente, el desprecio gradual hacia la doctrina y la actitud complaciente hacia la ortodoxia confesional condujeron a un desinterés generalizado por contender por la fe que de una vez para siempre fue entregada a los santos. Básicamente, la herejía del seminario era la indiferencia hacia la doctrina. Y como Machen escribió en su ahora clásico libro Cristianismo y liberalismo, años antes de renunciar a Princeton, «La indiferencia hacia la doctrina no produce héroes de la fe» (p. 42).


Actualmente en la iglesia, nos enfrentamos a mucho de lo mismo que afrontaron Machen y sus colegas, solo que de un modo más sutil: hay servicio de labios hacia la ortodoxia confesional, pero complacencia a la hora de predicarla y defenderla. Hoy en día, lo único que no se tolera es la intolerancia de la tolerancia doctrinal, el único mal es denunciar lo malo, y la única herejía es decir que algo es herejía. Aunque no podemos aprobar en modo alguno las tácticas antibíblicas de la iglesia del siglo XIII en sus intentos erróneos de erradicar y matar a los herejes, en particular las cruzadas contra los valdenses y albigenses y la Inquisición, de todos modos debemos apreciar y recuperar su lucha celosa por proteger la verdad doctrinal de todo error y herejía. Con todos sus problemas y abusos eclesiásticos, el siglo XIII nos dio la sólida teología sistemática de Tomás Aquino ―la Suma Teológica―, el escolasticismo y una reforma en desarrollo que, en los siglos posteriores y en el momento soberano de Dios, nos dio héroes de la fe bíblica y ortodoxa que de una vez para siempre fue entregada a los santos.