Conociendo la Escritura
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Uno de los grandes inventos del mundo moderno es el sistema de posicionamiento global (GPS). Los dispositivos que utilizan este sistema de satélites facilitan los viajes y mejoran la felicidad conyugal al hacer innecesarias las disputas entre maridos y esposas sobre la necesidad de pedir indicaciones. Al proporcionar una norma objetiva y autorizada, el GPS ha eliminado el subjetivismo y la opinión personal del proceso de navegación.
En cierto modo, la Palabra de Dios es como un dispositivo GPS. Como ese dispositivo, la Biblia nos proporciona una norma objetiva para guiarnos en la dirección que debemos seguir. Por supuesto, nuestra cultura ha rechazado este rol de la Palabra de Dios. Cuando se trata de la verdad y la autoridad, nuestra cultura cree que la verdad es, en el mejor de los casos, incognoscible y que la autoridad reside en el individuo. Ambos presuposiciones culturales conducen en última instancia a una realidad: en nuestra cultura, la verdad está sometida a la tiranía del individuo.
El rechazo de las normas objetivas de verdad en favor de la opinión subjetiva se conoce como «relativismo». Cuando el relativismo impregna una cultura, genera efectos tóxicos. El relativismo corroe el tejido del carácter y la cohesión nacionales. En lugar de estar unida por verdades objetivas y creencias compartidas, una cultura plagada de relativismo está desgarrada por una mentalidad que exalta los derechos individuales y de grupo por encima de todo. Esta es una descripción exacta de la cultura en que vivimos, y las consecuencias tóxicas del relativismo se manifiestan cada día en las noticias y en nuestros barrios.
Aunque la mayoría de los cristianos reconocen la prevalencia del relativismo en nuestra cultura y lamentan su impacto devastador, a veces somos menos eficaces a la hora de reconocer su impacto en la iglesia. La iglesia no es inmune a los efectos tóxicos del relativismo.
Un ejemplo claro del impacto del relativismo en la iglesia es el auge del movimiento de la Iglesia Emergente dentro del evangelicalismo. Una de las marcas distintivas de la Iglesia Emergente es la idea de que el cristianismo carece de certeza y que la verdad es incognoscible. Por ejemplo, David Wells señala que los emergentes emplean los mismos mantras que los relativistas de nuestra cultura: «No sabemos», «No podemos saber con seguridad», «Nadie puede saber con certeza», «No debemos hacer juicios» y «El cristianismo trata de la búsqueda, no de lo que se descubre».
Aunque la perspectiva de la Iglesia Emergente, tal y como se expresa en estas declaraciones, puede parecer humilde al principio, lo que representa realmente es una rendición de la verdad de Dios al espíritu de la época. Al fin y al cabo, Jesús no dijo que Él «podría ser» el camino, la verdad y la vida; dijo, inequívocamente, que Él es todas esas cosas. Wells hace la siguiente advertencia sobre los riesgos de tolerar este tipo de relativismo en la iglesia:
Los miembros de la Iglesia evangélica de hoy que se dejan atraer por el canto de las sirenas del relativismo posmoderno, que cada vez tienen más dudas de que se pueda conocer la verdad, o de que esta importe tanto, harían bien en reflexionar sobre el hecho de que esta incertidumbre llega al corazón mismo de lo que es el cristianismo.
El fundamento de nuestra fe es que la verdad de Dios es objetiva, conocible y cierta. Aunque intercalar la incertidumbre en nuestro mensaje pudiera hacer que la iglesia luzca más «moderna» a los ojos del mundo, no la hará más fiel ni más eficaz.
Sin embargo, el problema del relativismo no se limita al movimiento de la Iglesia Emergente ni al evangelicalismo en general. El relativismo también está afectando a la Iglesia reformada. Un área en la que el impacto del relativismo puede evidenciarse en la Iglesia reformada es en la erosión de la autoridad de la iglesia respecto a la interpretación de la Escritura. R. Scott Clark señala esta tendencia en su libro Recovering the Reformed Confession [Recuperando la confesión reformada], al señalar que los reformados están adoptando cada vez más un «enfoque fundamentalmente individualista de la Escritura y la tradición» que sitúa los juicios privados individuales de los miembros de la iglesia por encima de la voz corporativa y confesional de la iglesia. En una aplicación errónea del sacerdocio de todos los creyentes, el individuo está siendo exaltado como árbitro último de la verdad bíblica.
Otro ámbito en el que se puede observar el aumento del relativismo es en el de la disciplina eclesiástica. Aunque de labios se habla sobre la autoridad de los oficiales y los tribunales de la iglesia, a menudo ocurre que, cuando se intenta imponer la disciplina, la autoridad de la iglesia se ve superada por la voluntad del individuo. Por ejemplo, si un miembro cree que la disciplina es inapropiada, simplemente rechazará la disciplina abandonando la iglesia.
En los días de los jueces, Israel adoptó el relativismo: «En aquellos días no había rey en Israel; cada uno hacía lo que a sus ojos le parecía bien» (Jue 17:6). Al igual que nuestra cultura, Israel desechó el dispositivo GPS de la Palabra de Dios a cambio de la autoridad del individuo. El resultado fue que Israel retrocedió durante este periodo.
Cada vez que la iglesia abraza el relativismo, los efectos son igualmente tóxicos. Cuando nosotros, como miembros de la iglesia, empezamos a abrazar el relativismo, cuando empezamos a hacer lo que nos parece, socavamos la eficacia y la misión de la iglesia. Por lo tanto, es vital que nos preguntemos: ¿de quién estamos recibiendo dirección?