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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVII
La Reforma fue una lucha sobre los puntos esenciales de la fe. Primero con Lutero, y luego con otras tradiciones protestantes, los reformadores contrapusieron la fe bíblica a las enseñanzas católico romanas y al magisterio papal. Sin embargo, señalando a la Biblia como la fuente exclusiva de la doctrina, los protestantes tuvieron que articular su entendimiento sobre la enseñanza bíblica. En ese sentido, las confesiones de la Reforma fueron un florecimiento natural del compromiso protestante con la Biblia.
Los protestantes no inventaron la necesidad de las confesiones. A lo largo de los siglos, la iglesia siempre ha confesado la fe en medio de la confusión o de la crisis. El rol de un credo o de una confesión nunca fue sustituir la Escritura, sino resumir el testimonio de la iglesia sobre la verdad de la Escritura frente al error.
Los ejemplos más famosos de este impulso son los credos históricos —como los credos Niceno y de Calcedonia— escritos entre los siglos III y V. Estos credos surgieron de la misma necesidad que las posteriores confesiones protestantes, es decir, la necesidad de aclarar lo que la iglesia considera esencial sobre asuntos doctrinales.
Sin embargo, lo que diferencia a las confesiones protestantes es el deseo que tienen los reformadores de llevar a cabo una reforma profunda y radical. Los problemas de la Reforma no eran simplemente controversias sobre una doctrina, o un conjunto de doctrinas, sino la necesidad de reformar la iglesia en su totalidad. Algunas doctrinas, como la de la Trinidad, se conservaron como bíblicas; mientras que otras, como la justificación por la fe sola, necesitaban una articulación cuidadosa. Por el bien de las iglesias en sus tradiciones, los líderes protestantes se esforzaron en redactar con un lenguaje cotidiano el razonamiento detrás de la aceptación de doctrinas como la justificación por la fe sola o el rechazo del magisterio papal.
Así que en este sentido, las confesiones protestantes son las mismas que los primeros credos, salvo que su profundidad de enfoque es más precisa. Al igual que un credo, no sustituyen la Escritura, ni tampoco se equiparan con la Escritura. En cambio, son la articulación de lo que los protestantes encuentran en la Escritura.
LAS CONFESIONES LUTERANAS
El primer ejemplo de esta tendencia en el protestantismo lo encontramos durante la primera Reforma de Lutero. Después de haber luchado por la justificación por la fe sola desde 1517 hasta 1519, y de haber sido declarado criminal y hereje en la Dieta de Worms (1521), Lutero se dedicó inmediatamente a escribir los fundamentos de su mensaje en un conjunto de documentos confesionales. Dos eran para la iglesia y uno para la defensa pública del mensaje de Lutero.
En los primeros dos casos, Lutero escribió los Catecismos Mayor y Menor en 1529, el primero para la formación de discípulos adultos y del clero, y el segundo para niños o nuevos conversos. Estos primeros catecismos señalan una de las características distintivas de las confesiones: son herramientas para el discipulado, esenciales para la vida de la iglesia.
La tercera confesión fue la famosa Confesión de Augsburgo (1530), redactada por Lutero y Felipe Melanchton, no con un espíritu de confesión corporativa para la iglesia, sino para presentarla ante el emperador Carlos V y los príncipes de Europa. Era una apología del mensaje luterano, en momentos con un tono combativo, o al menos en sus implicaciones. Aclara lo que realmente creían los luteranos frente a las acusaciones de los católicos alemanes contra ellos.
Por lo tanto, los catecismos y las confesiones luteranas forman un microcosmo de las maneras en que se utilizaron las confesiones en la era de la Reforma: una para la vida de la iglesia, la otra para la disputa pública en contra de las afirmaciones falsas sobre la ortodoxia protestante; una para cada creyente en la iglesia, la otra para que sus líderes aclaren lo que consideran una enseñanza ortodoxa.
LA PROLIFERACIÓN DE LAS CONFESIONES REFORMADAS
La tradición reformada estaba igualmente comprometida con la causa de la confesionalización. Dependiendo de cuánto abarcamos, entre 1520 y 1650 se escribieron entre cuarenta y cincuenta confesiones reformadas (o influenciadas por la Reforma), el mayor número en cualquier tradición protestante. En 1523, casi inmediatamente después del inicio de la tradición reformada, Ulrico Zuinglio redactó sus sesenta y siete tesis con el fin de articular las cuestiones en juego en Zúrich. Le siguieron las Diez tesis de Berna (1528), la primera Confesión de Basilea (1534), y algunas más a medida que las ciudades comenzaron a adoptar la perspectiva reformada. Otras seguirían en otros países con la Confesión de fe francesa (1559) y la Confesión escocesa (1560).
La razón detrás de tantas confesiones reformadas es el resultado de su contexto. La fe reformada siempre estuvo dirigida por un grupo de hermanos (a pesar de la impresión moderna de que Juan Calvino creó por sí solo la ortodoxia reformada). Pero la tradición reformada nació en varias ciudades y países casi a la misma vez. A partir de 1520, una ciudad tras otra adoptó la Reforma, muchas veces de forma fragmentada, y muchos incluso antes de que la Reforma llegara a Ginebra. Por lo tanto, no hubo una voz única como la de Lutero para la conformación de los documentos fundacionales de las confesiones reformadas.
Como resultado, iglesia tras iglesia, comunidad tras comunidad, invirtió una parte considerable de su energía en consolidar una confesión para sus iglesias locales. Por eso, la mayoría de las confesiones reformadas se identifican con la ciudad de su origen: esta era la confesión para esta ciudad, para esta iglesia, no para que todas las iglesias reformadas la adoptaran como una sola.
Sin embargo, como señalan los historiadores y teólogos, existe una armonización entre estas confesiones reformadas que une sus diversas voces en una única voz reformada. Sus diferencias no son tan grandes como para que no podamos ver su unidad en cuestiones de salvación, adoración y práctica. Hoy en día, muchas iglesias reconocen que existe una armonía básica en las llamadas Tres formas de unidad —la Confesión Belga, los Cánones de Dort y el Catecismo de Heidelberg—, una unidad que no es de autoría, sino de testimonio de los principios reformados.
Esto no quiere decir que todas las confesiones reformadas son idénticas. A medida que la fe reformada se extendía desde los cantones suizos hacia Alemania, Francia, los Países Bajos, y luego a Inglaterra y Escocia, existían diferencias notables de énfasis o aplicación. Estas identidades confesionales constituyeron los pasos iniciales que darían lugar a la diversidad de denominaciones y comunidades reformadas que conocemos hoy.
LOS REMONSTRANTES Y DORT
Por ejemplo, en los Países Bajos, el auge del arminianismo dentro de las iglesias reformadas dio lugar al Sínodo de Dort (1618-19), una aplicación única de los principios reformados a los desafíos de Jacobo Arminio. Después de haber estudiado en Ginebra con el sucesor de Calvino, Teodoro Beza, Arminio regresó a los Países Bajos para servir como pastor. (Una gran ironía es que Beza escribió una carta de recomendación para Arminio al regresar a casa). Sin embargo, Arminio tenía cada vez más dudas sobre el escolasticismo reformado y sus enseñanzas sobre la predestinación y la gracia. Con el tiempo, sus enseñanzas se convirtieron en el grito de guerra de otros líderes contra el establecimiento calvinista.
Tras la muerte de Arminio en 1609, la posición arminiana —también conocida como la fe remonstrante— codificó cinco puntos que fueron presentados a los líderes de la guerra de los Países Bajos para separarse de las regiones católicas controladas por España. El Sínodo de Dort se reunió en respuesta a esto y rechazó cada uno de los cinco puntos. Así nacieron los llamados cinco puntos del calvinismo, aunque la intención del sínodo no era reducir la fe a cinco puntos, sino simplemente dar respuesta a los cinco puntos del arminianismo.
Avanzando hasta finales del siglo XVII, vemos esta misma expresión individual de los principios reformados en la Confesión Bautista de Fe de Londres de 1689. Como creación de los bautistas puritanos, o bautistas primitivos, esta confesión fue escrita por aquellos comprometidos con la doctrina reformada que, sin embargo, diferían de los presbiterianos, anglicanos y calvinistas holandeses en términos de su política y su rechazo al paidobautismo. Esta confesión fue la culminación de generaciones de bautistas que surgieron en Inglaterra y vendría a definir las posturas bautistas reformadas durante siglos.
LOS ESTÁNDARES DE WESTMINSTER
Sin embargo, la marca más notable de las confesiones fueron los Estándares de Westminster, que comprenden la Confesión de Fe de Westminster, los Catecismos Mayor y Menor, el Directorio para la Adoración Pública, y la Forma de Gobierno de la Iglesia. La confesión sirvió como una nueva expresión de la ortodoxia reformada, mientras que los dos catecismos imitan el compromiso de Lutero de proporcionar un manual tanto para el clero o los adultos (el Catecismo Mayor), como para niños (el Catecismo Menor). En términos de extensión y profundidad, ninguna norma confesional de la Reforma o posterior a la Reforma rivaliza con la Asamblea de Westminster. No obstante, su historia surge de la lucha por el puritanismo dentro de la Iglesia inglesa.
Desde la época de Enrique VIII (quien reinó durante los años 1509-47), la iglesia inglesa solo había adoptado una confesión esencial: primero los Cuarenta y dos artículos (1552), que luego fueron reducidos a los Treinta y nueve artículos (1563). Aunque estos artículos eran en teología plenamente protestantes, no aclaraban el compromiso de la iglesia con los principios de la adoración ni especificaban una posición frente a las doctrinas controversiales como las estructuras de liderazgo eclesiológico o la presencia de Cristo en la comunión. Gran parte del fracaso de la iglesia inglesa en redactar una confesión más completa no se debió a la indecisión, sino a la incapacidad, producida por las oscilaciones violentas entre las lealtades protestantes y católicas bajo los dos hijos de Enrique: Eduardo VI y María I. Durante gran parte del siglo XVI, la Iglesia anglicana no se dio el lujo de redactar una confesión extensa y unificada.
En la época de Isabel I, muchos ingleses veían una confesión reducida como una virtud. Las confesiones breves podían reducir el número de disputas doctrinales que estaban surgiendo, por ejemplo, entre los líderes reformados y luteranos en Europa. Obispos como Matthew Parker, aunque estaban comprometidos con la fe reformada, comenzaron a expresar su preocupación por la creciente voz de la Iglesia inglesa para modificar su posición con respecto a la adoración, las vestimentas, la doctrina y otras prácticas litúrgicas.
El resultado de esta tensión provocó el surgimiento del puritanismo, primero bajo el reinado de Isabel, y luego cada vez más bajo el reinado de Jacobo I. El etiqueta se le aplicaba más al impulso de buscar mayores reformas, que a un movimiento claramente definido. Sin embargo, los puritanos compartían la frustración ante la vacilación de los obispos y los líderes políticos en reformar más la Iglesia inglesa.
En la época de Carlos I, la situación era bastante sombría. Bajo el reinado de Isabel y Jacobo, los puritanos a menudo eran ignorados, aunque eran duramente perseguidos. Sin embargo, Carlos adoptó una postura más agresiva contra ellos. Al final, el conflicto entre el Parlamento y el rey desembocó en la Guerra Civil Inglesa (1642-51).
Los puritanos ganaron la batalla, liderados por los esfuerzos heroicos de Oliver Cromwell, cuya estatua todavía se encuentra frente al Parlamento. Durante la guerra, el Parlamento ordenó a los líderes puritanos (y a algunos asesores escoceses) que convocaran una asamblea para ampliar los Treinta y nueve artículos y convertirlos en una confesión completa que igualara otras confesiones europeas. La Asamblea de Westminster hizo un esfuerzo honesto por fundamentar su obra en los Treinta y nueve artículos, pero encontró que este modelo era muy restrictivo, por lo que comenzó desde cero.
Este contexto de las luchas contra Carlos y la necesidad de nuevas reformas explican la extensión y la profundidad de los Estándares de Westminster. En lugar de ser vistos como un intento de sintetizar toda la doctrina, los Estándares deben ser vistos como una explosión de energías reprimidas dentro del puritanismo para definir la doctrina y la práctica reformada inglesa. Se había derramado sangre y se habían silenciado voces, y ahora que esas voces habían sido liberadas de sus confines, sintieron que era su deber exponer no solo sobre su posición doctrinal, sino sobre la adoración, el discipulado y una serie de otros temas en la vida de la iglesia.
LAS CONFESIONES EN LA ACTUALIDAD
Hoy en día, las confesiones se utilizan de diversas maneras en la vida de las iglesias protestantes. No todas las tendencias de las iglesias evangélicas acogen las confesiones. Fuerzas como el auge del pietismo y el Segundo Gran Despertar han tenido un efecto fulminante en el papel de las confesiones, tanto corporativa como privadamente, a favor de una articulación más inmediata de la fe. En ocasiones, las confesiones son vistas como obstáculos para la fe auténtica.
Aunque estas tendencias son alarmantes, las confesiones de los siglos XVI y XVII no han desaparecido. Se utilizan semanalmente en muchas iglesias, tanto en el contexto de la adoración, como en la catequesis de nuevos creyentes y niños. También se utilizan para verificar la fidelidad de los pastores y ancianos en diversas denominaciones. En este sentido, las confesiones de fe no solo marcan el límite que ayuda a garantizar la ortodoxia, sino que también se utilizan como documentos vivos que moldean el caminar diario de los discípulos cristianos.