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Este es el séptimo y último artículo de la colección de artículos: ¿Qué son las cinco solas?
Soli Deo gloria es el lema que surgió en la Reforma protestante y que Johann Sebastian Bach utilizó en todas sus composiciones. Bach colocaba las iniciales SDG al pie de cada manuscrito para comunicar la idea de que es Dios y solo Dios quien debe recibir la gloria por las maravillas de Su obra creadora y redentora. En el centro de la controversia del siglo XVI sobre la salvación estaba el tema de la gracia.
No se trataba de la necesidad de gracia por parte del hombre. Era un asunto sobre el alcance de esa necesidad. La iglesia ya había condenado a Pelagio, quien había enseñado que la gracia facilita la salvación pero que no es absolutamente necesaria para ella. Desde entonces, el semipelagianismo siempre ha enseñado que sin la gracia no hay salvación. Pero la gracia que se considera en todas las teorías semipelagianas y arminianas de la salvación no es una gracia eficaz. Es una gracia que hace posible la salvación, pero no una gracia que hace segura la salvación.
Dios es el Sembrador
En la parábola del sembrador vemos que, en lo que respecta a la salvación, Dios es quien toma la iniciativa para que se produzca la salvación. Él es el sembrador. La semilla que se siembra es Su semilla, que corresponde a Su Palabra, y la cosecha que resulta es Su cosecha. Él cosecha lo que se propuso cosechar cuando inició todo el proceso. Dios no deja la cosecha a los caprichos de las espinas y piedras en el camino. Es Dios y solo Dios quien se asegura de que una porción de Su Palabra caiga en buena tierra. Un error crítico en la interpretación de esta parábola sería asumir que la buena tierra es la buena disposición de los pecadores caídos, aquellos pecadores que hacen la elección correcta, respondiendo positivamente a la gracia preveniente de Dios. La interpretación reformada clásica de la buena tierra es que si la tierra es receptiva a la semilla sembrada por Dios, es Dios el único que prepara el terreno para la germinación de la semilla.
La pregunta más grande que cualquier semipelagiano o arminiano tiene que enfrentar a nivel práctico es esta: ¿por qué escogí creer el evangelio y comprometer mi vida a Cristo cuando mi prójimo, quien escuchó el mismo evangelio, escogió rechazarlo? Esa pregunta ha sido contestada de muchas maneras. Podríamos especular que la razón por la que una persona elige responder positivamente al evangelio y a Cristo, mientras que otra no lo hace, es porque la persona que respondió positivamente era más inteligente que la otra. Si ese fuera el caso, entonces Dios seguiría siendo el proveedor supremo de la salvación porque la inteligencia es Su don, y podría decirse que Dios no dio la misma inteligencia al prójimo que rechazó el evangelio. Pero esa explicación es obviamente absurda.
La otra posibilidad que uno debe considerar es esta: que la razón por la que una persona responde positivamente al evangelio y su prójimo no, es porque el que respondió era una mejor persona. Es decir, esa persona que tomó la decisión correcta y buena lo hizo porque era más justa que su prójimo. En este caso, la carne no solo proveyó algo, sino que lo proveyó todo. Este es el punto de vista que sostiene la mayoría de los cristianos evangélicos: que la razón por la que ellos son salvos y otros no lo son es que ellos dieron la respuesta correcta a la gracia de Dios, mientras que los demás dieron la respuesta equivocada.
Podemos hablar aquí no solo de la respuesta correcta en oposición a una respuesta errónea, sino que podemos hablar en términos de una respuesta buena en lugar de una respuesta mala. Si estoy en el reino de Dios porque di la respuesta buena en lugar de la mala, tengo algo en lo que jactarme: la bondad con la que respondí a la gracia de Dios. Nunca he conocido a un arminiano que responda a la pregunta que acabo de plantear diciendo: «Oh, la razón por la que soy creyente es porque soy mejor que mi prójimo». Se resistirían a decir eso. Sin embargo, aunque rechazan esta implicación, la lógica del semipelagianismo exige esta conclusión. Si, en efecto, en el análisis final la razón por la que soy cristiano y otra persona no lo es es que yo di la respuesta adecuada a la oferta de salvación de Dios, mientras que otra persona la rechazó, entonces, por lógica irresistible, yo he dado la respuesta buena, y mi prójimo ha dado la respuesta mala.
La regeneración precede a la fe
Lo que enseña la teología reformada es que es cierto que el creyente da la respuesta correcta y el no creyente da la respuesta equivocada. Pero la razón por la que el creyente da la respuesta buena es porque Dios en Su elección soberana cambia la disposición del corazón de los elegidos para efectuar una respuesta buena. Yo no puedo tomar crédito por la respuesta que dí por Cristo. Dios no solo inició mi salvación, Él no solo sembró la semilla, sino que también se aseguró de que esa semilla germinara en mi corazón al regenerarme por el poder del Espíritu Santo. Esa regeneración es una condición necesaria para que la semilla eche raíces y florezca. Por eso en el corazón de la teología reformada resuena el axioma de que la regeneración precede a la fe. Es esa fórmula, ese orden de salvación, que todos los semipelagianos rechazan. Sostienen la idea de que en su condición caída de muerte espiritual, ejercen la fe y luego nacen de nuevo. En su opinión, responden al evangelio antes de que el Espíritu haya cambiado la disposición de su alma para llevarlos a la fe. Cuando eso sucede, la gloria de Dios es compartida. Ningún semipelagiano puede decir con autenticidad: «Solo a Dios sea la gloria». Para el semipelagiano, Dios puede poseer gracia abundante, pero además de la gracia de Dios, mi obra de respuesta es absolutamente esencial. Aquí la gracia no es eficaz, y tal gracia, en el análisis final, no es realmente gracia salvadora. De hecho, la salvación es del Señor de principio a fin. Sí, debo creer. Sí, debo responder. Sí, debo recibir a Cristo. Pero para que yo pueda decir «sí» a cualquiera de esas cosas, mi corazón debe ser cambiado primero por el poder soberano y eficaz de Dios el Espíritu Santo. Soli Deo gloria.