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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XV
El objeto más brillante del cielo, después del sol y la luna, es la estrella de la mañana. Aparece aproximadamente una hora antes del amanecer. A John Wycliffe (c. 1330-84) se le llama a menudo la «estrella de la mañana de la Reforma», y con razón, pues su vida brilló como precursor de la Reforma. Jan Hus (c. 1370-1415) trabajó a la luz de esta estrella de la mañana, incluso cuando la luz mayor de la Reforma estaba a punto de amanecer. A través de Wycliffe, Dios llevó la luz a personas que vivían en la oscuridad, una de las cuales fue Hus. Hus continuó con valentía la controversia que Wycliffe comenzó, la controversia sobre la autoridad final de las Escrituras, que pronto se extendería a todo el continente europeo en la Reforma del siglo XVI. De hecho, Martín Lutero (1483-1546), en su debate con Johann Eck, llegó a declarar: «Soy husita».
Estos hombres no eran la fuente de la luz; eran espejos empañados que reflejaban la única fuente de luz, la luz del mundo: Jesucristo. La Palabra viva y activa de Dios revela esta luz. En Su soberanía, Dios utilizó a estos precursores de la Reforma para dirigir a Su pueblo de vuelta a Su Palabra. Una vez redescubierta la Escritura, la luz de la verdad de Dios comenzó a brillar cada vez más en los corazones del pueblo de Dios, lo que, a su vez, llevó a la Reforma.
Aunque Wycliffe murió de muerte natural, sus restos fueron posteriormente desenterrados, quemados y dispersados. Por otro lado, la Iglesia católica romana quemó a Hus en la hoguera, aunque se le había prometido un salvoconducto de ida y vuelta a su juicio. Se dice que cantó un himno a Cristo mientras las llamas envolvían su cuerpo. Sus restos, al igual que los de Wycliffe, fueron dispersados. Sin embargo, la oscuridad no pudo disipar la Luz del mundo. Esta luz, oscurecida durante mucho tiempo pero aún brillante, no tardó en amanecer de nuevo en Europa y posteriormente en el resto del mundo.
En su vida y muerte, Hus no se señaló a sí mismo, sino a la Palabra de Dios como nuestra única autoridad infalible para la fe y la vida. La Palabra de Dios proclama la luz del evangelio, la buena nueva de Jesucristo. El mensaje de Hus era sencillo: Para conocer la verdad, la iglesia debe ir a la fuente de la verdad, que es la Sagrada Escritura misma. Los reformadores recogieron el manto de Wycliffe y Hus, gritando ad fontes, «a las fuentes». Imploraron a la iglesia que volviera a la revelación divina, al texto original de la Sagrada Escritura por el que el Espíritu Santo da vida y libertad a través de la luz del evangelio.
Como cristianos, sabemos que no hay más que una verdadera fuente de luz, y el Espíritu Santo seguirá disipando las tinieblas en los corazones del pueblo de Dios a través de Su Palabra. Y un día, cuando Cristo vuelva a consumar Su reino, lo transformará todo. Al vivir como cristianos en el siglo XXI, estamos llamados a vivir coram Deo, delante del rostro de Dios, mientras llevamos la misma antorcha encendida que llevaron Wycliffe, Hus y Lutero al proclamar con valentía la Luz del mundo a un mundo oscuro y moribundo.