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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las misiones mundiales y la teología reformada
Hace poco, mientras salía de una iglesia después del culto, de manera instintiva visité el mostrador de misiones. Habiendo pasado muchos años en el ministerio transcultural, tenía curiosidad por ver el alcance del ministerio de la iglesia, la naturaleza de sus obras y los misioneros con los que se asocia. Esta iglesia me animó de manera especial porque presentó su participación en las misiones mundiales no en un rincón apartado, sino en un lugar de gran visibilidad. Sirve como un recordatorio constante para todos los que entran de que esta es una iglesia que envía… a las misiones mundiales.
Hubo algo más que me llamó la atención en esa mesa: varias piezas de literatura con títulos coordinados que declaraban: «Esto es misiones…». Algunos presentaban oportunidades de negocios como misiones, otros enseñar inglés, otros respuestas ante desastres y también el ministerio médico. Claramente, el punto que se intentaba hacer detrás del título creativo es la verdad de que el Señor usa creyentes de todos los ámbitos de la vida para servir en misiones. Pero la declaración del título también plantea una pregunta más profunda que se deriva de la original: ¿Qué son las misiones?

Con las misiones siendo conceptualizadas de tantas maneras diferentes en la iglesia, una cosa queda clara: debemos cuidarnos de definir las misiones de manera tan vaga que pierdan su sentido. Como dijo un misionero y erudito: «Si todo es misión, nada es misión». Entonces, ¿qué son las misiones mundiales? Aunque imperfecta, propongo mi definición sintetizada como punto de partida:
Las misiones son el plan y el acto de Dios para redimir y hacer discípulos de toda lengua, tribu, pueblo y nación al enviar a Su pueblo a proclamar las buenas nuevas de Jesucristo, para mostrarles el amor redentor y misericordioso de un Dios glorioso, y organizarlos en iglesias bíblicas que adoren.
Un entendimiento correcto de las misiones mundiales contiene varios conceptos clave.
Primero, Dios es el arquitecto y constructor de las misiones. Él ha planeado las misiones, de manera pactual, desde la eternidad pasada y, en Su tiempo soberano, las va a completar (Ef 1:4-5; 2 Tim 1:8-10). Por lo tanto, nuestros ministerios misioneros deben reflejar Su plan misionero revelado.
Segundo, desde el principio, el alcance del diseño de Dios abarca a las naciones. Desde el establecimiento del pacto (Gn 12; 17) hasta la consumación del reino (Ap 22:2), el corazón revelado del Señor es para el mundo entero. Como dijo el Padre al Hijo: «Poca cosa es que tú seas mi siervo, para levantar las tribus de Jacob y para restaurar a los que quedaron de Israel; también te haré luz de las naciones, para que mi salvación alcance hasta los confines de la tierra» (Is 49:6). Por lo tanto, si el enfoque de nuestras misiones es simplemente «misiones locales» porque «hay mucho trabajo por hacer aquí», está muy incompleto.
Tercero, el plan de Dios para las misiones es usar a Su pueblo redimido para llamar a las naciones a la fe en Cristo y discipular a todos los que respondan. En otras palabras, en el poder del Espíritu servimos como instrumentos en los ministerios mellizos de la justificación y santificación: justificación al llamar a la gente a confiar solo en Cristo, y santificación al enseñar a la gente todo lo que Cristo ha mandado. Tristemente, la historia de la iglesia está repleta de ejemplos de dos grandes errores misionales: enfocarse en uno a expensas del otro, y simplemente descansar en la soberanía de Dios como excusa para no hacer nada.
Cuarto, los creyentes no solo están comisionados para evangelizar y discipular, sino que también están llamados a representar a Cristo en ambas funciones. Cada lección de instrucción, cada obra de misericordia, cada acto de bondad y cada acto de sanación fluye del corazón amoroso de Dios y lo representa. Estos retratos adornan el evangelio y se convierten en sendas hacia las misiones.
Por último, y lo que con frecuencia falta en nuestra comprensión de las misiones, es el mandato de reunir a todos los creyentes en iglesias que adoren. Jesús prometió: «edificaré mi iglesia» (Mt 16:18). Pablo declaró que «por medio de la iglesia» se dará a conocer la multiforme sabiduría de Dios (Ef 3:10). En otras palabras, el propósito de Cristo y nuestra meta apropiada para las misiones no es simplemente hacer conversos sino hacer discípulos, y no solamente discípulos, sino discípulos reunidos de manera local en iglesias fieles donde son instruidos bíblicamente y pastoreados espiritualmente. Este concepto está cimentado en la comisión de Jesús a los creyentes de ir y «[hacer] discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo» (Mt 28:19). En este contexto, entendemos el bautismo como un sacramento de la iglesia, como señal y sello del pacto de gracia de Dios.
¿A dónde nos llevan los puntos anteriores? Primero, aunque hay muchas voces que buscan ampliar el alcance de las misiones, aferrémonos a los tres elementos esenciales dados por Cristo: evangelización, discipulado y membresía de la iglesia. Segundo, cuando consideremos todas las actividades posibles de las misiones, no confundamos el camino con el destino. Ese destino es la presentación de cada uno «perfecto en Cristo» (Col 1:28). En tercer lugar, bien entendidas nuestras especialidades terrenales no son misiones en sí mismas, sino que sirven como puentes para las misiones. Las usamos para abrir puertas, así como Jesús usó un trago de agua con la mujer en el pozo para proclamar el agua viva. Debemos tener un propósito similar, al darnos cuenta de que si, por ejemplo, en el ministerio médico curamos perfectamente la pierna rota de un joven pero retenemos el evangelio, su verdadera miseria permanece. Si le damos una muleta pero no la cruz, no hemos hecho misiones.
Que todos participemos de manera fiel en el plan del Señor al invitar con valentía a los perdidos a la fe y a los salvos a un discipulado para toda la vida en el cuerpo de Cristo, y que nos cuidemos de una versión atractiva pero a fin de cuentas diluida de las misiones, en las que las almas en bancarrota salen de nuestra presencia con estructuras renovadas, extremidades reparadas y acentos perfectos pero sin haber escuchado nunca las palabras de vida.