
Nuestra actitud hacia el fariseo
22 septiembre, 2022
La necesidad de la Reforma
24 septiembre, 2022El club cristiano

Muchas iglesias norteamericanas están en un caos. Son teológicamente indiferentes, confusas o están peligrosamente equivocadas. En cuanto a la liturgia, son cautivas de modas superficiales. Moralmente viven vidas indistinguibles del mundo. A menudo tienen mucha gente, dinero y actividades. Pero ¿son realmente iglesias o se han degenerado en clubes peculiares?
¿Qué ha fallado? En el centro del desorden hay un fenómeno simple: las iglesias parecen haber perdido el amor y la confianza en la Palabra de Dios. Todavía llevan sus biblias y declaran la autoridad de las Escrituras. Todavía tienen sermones basados en versículos bíblicos y todavía tienen clases de estudio de la Biblia. Pero no se lee mucho de la Biblia en sus servicios. Sus sermones y estudios no suelen examinar la Biblia para ver lo que esta considera que es importante para el pueblo de Dios. Cada vez más, tratan la Biblia como trozos de inspiración poética, de psicología pop y de consejos de autoayuda. Las congregaciones donde la Biblia es ignorada o abusada corren el mayor peligro. Las iglesias que se alejan de la Palabra pronto descubrirán que Dios se ha alejado de ellas.

¿Qué solución ofrece la Biblia para esta triste situación? La respuesta, breve pero profunda, la da Pablo en Colosenses 3:16: «Que la palabra de Cristo habite en abundancia en ustedes, con toda sabiduría enseñándose y amonestándose unos a otros con salmos, himnos y canciones espirituales, cantando a Dios con acción de gracias en sus corazones». Necesitamos que la Palabra habite ricamente en nosotros para que conozcamos las verdades que Dios considera más importantes y para que conozcamos Sus propósitos y prioridades. Necesitamos preocuparnos menos por las «necesidades que sentimos» y más por las necesidades reales de los pecadores perdidos, tal como se enseña en la Biblia.
Pablo no solo nos llama aquí a que la Palabra habite ricamente en nosotros, sino que también nos muestra cómo es esa rica experiencia de la Palabra. Nos lo muestra en tres puntos. (Al fin y al cabo, Pablo era un predicador).
En primer lugar, nos llama a ser instruidos por la Palabra, lo que nos conducirá a una sabiduría cada vez más rica, «enseñándose y amonestándose unos a otros». Pablo nos está recordando que la Palabra debe ser enseñada y aplicada a nosotros como parte de que habite ricamente en nosotros. La iglesia debe fomentar y facilitar dicha enseñanza, ya sea en la predicación, los estudios bíblicos, la lectura o las conversaciones. Debemos crecer en la Palabra.
Sin embargo, no es solo información lo que debemos obtener de la Palabra. Debemos crecer en el conocimiento de la voluntad de Dios para nosotros: «Por esta razón, también nosotros, desde el día que lo supimos, no hemos cesado de orar por ustedes y de rogar que sean llenos del conocimiento de Su voluntad en toda sabiduría y comprensión espiritual» (Col 1:9). Conocer la voluntad de Dios nos hará sabios y en esa sabiduría seremos renovados a la imagen de nuestro Creador, una imagen muy dañada por el pecado: «y se han vestido del nuevo hombre, el cual se va renovando hacia un verdadero conocimiento, conforme a la imagen de Aquel que lo creó» (3:10).
Esta sabiduría también reordenará nuestras prioridades y propósitos, de lo que es mundano a lo que es celestial: «…la esperanza reservada para ustedes en los cielos. De esta esperanza ustedes oyeron antes en la palabra de verdad, el evangelio» (1:5). Cuando esa Palabra habita en abundancia en nosotros, podemos confiar en que conocemos la plena voluntad de Dios, de la cual Pablo dice: «fui hecho ministro conforme a la administración de Dios que me fue dada para beneficio de ustedes, a fin de llevar a cabo la predicación de la palabra de Dios» (1:25). Mediante la Biblia sabemos todo lo que necesitamos para la salvación y la piedad.
En segundo lugar, Pablo nos llama a expresar la Palabra con corazones siempre renovados en nuestro canto. Es interesante que Pablo conecte la Palabra que mora en nosotros con el canto. Nos recuerda que el canto es un medio invaluable para colocar la verdad de Dios en lo más profundo de nuestras mentes y corazones. He conocido a cristianos de edad avanzada con la enfermedad de Alzheimer que todavía pueden cantar canciones de alabanza a Dios. Cantar también ayuda a conectar la verdad con nuestras emociones. Nos ayuda a experimentar el estímulo y la seguridad de nuestra fe: «que con esto sean alentados sus corazones, y unidos en amor, alcancen todas las riquezas que proceden de una plena seguridad de comprensión, resultando en un verdadero conocimiento del misterio de Dios, es decir, de Cristo, en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento» (2:2-3).
La importancia del canto, por supuesto, hace que el contenido de nuestras canciones sea vital. Si cantamos canciones superficiales y repetitivas, no estaremos guardando mucho de la Palabra en nuestros corazones. Pero si cantamos la propia Palabra en su plenitud y riqueza, nos estaremos enriqueciendo de verdad. Debemos recordar que Dios nos ha dado un libro de cantos, el Salterio, para ayudarnos en nuestro canto.
En tercer lugar, Pablo nos llama a recordar el efecto de la Palabra para hacer de nosotros un pueblo siempre dispuesto a la «acción de gracias». Tres veces en Colosenses 3:15-17 Pablo nos llama al agradecimiento. Cuando la «palabra de Cristo» habite en nosotros en abundancia, seremos conducidos a vidas de gratitud. Al aprender y contemplar todo lo que Dios ha hecho por nosotros en la creación, la providencia y la redención, nos llenaremos de agradecimiento. Al recordar Sus promesas de perdón, renovación, preservación y gloria, viviremos como un pueblo verdaderamente agradecido.
Hoy, más que nunca, necesitamos que la Palabra de Cristo habite ricamente en nosotros. Entonces las iglesias podrán escapar de ser un desorden y convertirse en el cuerpo radiante de Cristo, tal y como Dios lo dispuso.