Bienaventurados los que procuran la paz
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Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Por qué somos reformados
Cuando llegamos a comprender la teología reformada, no solo cambia nuestra comprensión de la salvación, sino también nuestra comprensión de todas las cosas. Por esta razón, cuando la gente lucha con las doctrinas fundamentales de la teología reformada y llega a comprenderlas, a menudo siente que se han convertido por segunda vez. De hecho, como muchos me han admitido, en verdad se han convertido por primera vez. Fue al examinar la teología reformada que se encontraron cara a cara con la cruda realidad de su corrupción radical y de estar muertos en el pecado, con la elección incondicional de Dios de los Suyos y la condenación de los demás, con el logro real de la redención por parte de Cristo para Su pueblo, con la gracia eficaz del Espíritu Santo, con que la razón por la que perseveran es la gracia preservadora de Dios, y con la manera pactual en la que Dios obra en toda la historia para Su gloria. Cuando las personas se dan cuenta de que, en última instancia, no eligieron a Dios, sino que Él las eligió a ellas, de forma natural llegan a un punto de admisión humilde de la asombrosa gracia de Dios hacia ellas. Solo entonces, cuando reconocemos lo miserables que somos en realidad, podemos cantar verdaderamente «Sublime gracia». Y eso es precisamente lo que hace la teología reformada: nos transforma desde adentro hacia afuera y nos lleva a cantar: nos lleva a adorar a nuestro Dios soberano y trino, misericordioso y amoroso en todo en la vida, no solo los domingos, sino todos los días y en todo en la vida. La teología reformada no es simplemente una insignia que nos ponemos cuando ser reformado es popular y está de moda, sino que es una teología que vivimos y respiramos, confesamos y defendemos incluso cuando está bajo ataque.
Los reformadores protestantes del siglo XVI, junto con sus precursores del siglo XV y sus descendientes del siglo XVII, no enseñaron y defendieron su doctrina porque fuera guay o popular, sino porque era bíblica y se jugaron la vida por ella. No solo estuvieron dispuestos a morir por la teología de las Escrituras, sino que estuvieron dispuestos a vivir por ella, a sufrir por ella y a ser considerados tontos por ella. No te equivoques: los reformadores fueron audaces y valientes, no por su confianza y seguridad en sí mismos, sino por el hecho de que habían sido humillados por el evangelio. Fueron valientes porque el Espíritu Santo moraba en ellos y los equipó para proclamar la luz de la verdad en una época oscura de mentiras. La verdad que predicaban no era nueva; era antigua. Era la doctrina de los mártires, los padres, los apóstoles y los patriarcas; era la doctrina de Dios expuesta en la sagrada Escritura.
Los reformadores no inventaron su teología, sino que su teología les hizo ser quienes eran. La teología de la Escritura los hizo reformadores. Esto es debido a que no se propusieron ser reformados per se, sino que se propusieron ser fieles a Dios y a las Escrituras. Ni las solas de la Reforma ni las doctrinas de la gracia (los cinco puntos del calvinismo) fueron inventadas por los reformadores, y mucho menos lo fue el resto de la doctrina de la Reforma. Más bien, estas se convirtieron en premisas doctrinales subyacentes que ayudaron a la Iglesia de épocas posteriores a confesar y defender lo que cree. Incluso hoy en día hay muchos que piensan que abrazan la teología reformada, pero su teología reformada apenas consiste en las solas de la Reforma y las doctrinas de la gracia. Es más, hay muchos que dicen adherirse a la teología reformada, pero lo hacen sin que nadie sepa que son reformados. Estos «calvinistas de armario» no confiesan ninguna de las confesiones históricas reformadas de los siglos XVI o XVII ni emplean ningún lenguaje teológico claramente reformado.
Sin embargo, si realmente nos adherimos a la teología reformada según las confesiones históricas reformadas, no podemos evitar que nos identifiquen como reformados. En realidad, es imposible seguir siendo un «calvinista de armario» y es imposible seguir siendo reformado sin que nadie lo sepa: inevitablemente saldrá a la luz. Para ser históricamente reformado, hay que adherirse a una confesión reformada, y no solo adherirse a ella, sino confesarla, proclamarla y defenderla. La teología reformada es fundamentalmente una teología confesional.
La teología reformada es también una teología que lo engloba todo. No solo cambia lo que sabemos, sino que cambia el cómo sabemos lo que sabemos. No solo cambia nuestra comprensión de Dios, sino que cambia nuestra comprensión de nosotros mismos. De hecho, no solo cambia nuestra visión de la salvación, sino que también cambia nuestra forma de adorar, evangelizar, educar a nuestros hijos, tratar a la iglesia, orar, estudiar la Escritura: cambia nuestra forma de vivir, de movernos y de ser. La teología reformada no es una teología que podamos ocultar ni es una teología a la que podamos limitarnos a honrar de labios, pues ese ha sido el hábito de los herejes y los progresistas teológicos a lo largo de la historia. Afirman adherirse a sus confesiones reformadas, pero nunca las confiesan realmente. Afirman ser reformados solo cuando están a la defensiva, cuando se les cuestiona su teología progresista (que es muy popular) y, si son pastores, solo cuando sus puestos de trabajo están en juego. Aunque los liberales teológicos pueden estar en iglesias y denominaciones que se identifican como «reformadas», se avergüenzan de tal identidad y han llegado a creer que ser conocidos como «reformados» es una piedra de tropiezo para algunos y una ofensa para otros. Además, según las marcas históricas y ordinarias de la iglesia —la predicación pura de la Palabra de Dios, la oración según la Palabra de Dios, el uso correcto de los sacramentos del bautismo y la cena del Señor, y la práctica consistente de la disciplina eclesiástica— tales iglesias «reformadas» a menudo ni siquiera son verdaderas iglesias. Hoy en día, hay muchos laicos y pastores que están en iglesias y denominaciones tradicionalmente reformadas y protestantes que, junto con sus iglesias y denominaciones, hace años que abandonaron sus lazos reformados y rechazaron sus confesiones.
En contra de esta tendencia, lo que más necesitamos son hombres en el púlpito que tengan el coraje para ser reformados, hombres que no se avergüencen de la fe que de una vez y para siempre fue entregada a los santos, sino que estén dispuestos a luchar por ella, no de labios, sino con toda su vida y con todas sus fuerzas. Necesitamos hombres en el púlpito que sean audaces e inquebrantables en su proclamación de la verdad y que al mismo tiempo tengan gracia y sean compasivos. Necesitamos hombres que prediquen la pura verdad de la teología reformada a tiempo y fuera de tiempo, no con un dedo apuntando a las personas, sino con un brazo en los hombros de ellas. Necesitamos hombres que amen las confesiones reformadas precisamente porque aman al Señor nuestro Dios y Su inmutable Palabra, inspirada y autoritativa. Solo cuando tengamos hombres en el púlpito que tengan el coraje para ser reformados, tendremos personas en los bancos que comprendan la teología reformada y sus efectos en toda la vida, para que podamos amar más a Dios con todo nuestro corazón, alma, mente y fuerzas y amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Esa es la teología que reformó a la Iglesia en el siglo XVI, y esa es la única teología que traerá la reforma y el avivamiento en el siglo XXI. Porque en nuestros días de liberalismo teológico progresista radical, lo más radical que podemos ser es ortodoxos según nuestras confesiones reformadas, pero no con arrogancia, sino con coraje y compasión por la Iglesia y por los perdidos, todo ello para la gloria de Dios, y solo para Su gloria.