


Estad siempre gozosos
27 mayo, 2021


Nuestra autoridad está viva
29 mayo, 2021El gozo de Cristo


Nota del editor: Este es el séptimo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El gozo
Nuestros corazones se preparan para el Adviento con: «Vino a la tierra a probar nuestra tristeza, Aquel cuya gloria no conoce fin». Iniciamos la Semana Santa cantando sobriamente: «¡Varón de dolores! Qué nombre para el Hijo de Dios que vino». Isaías escribió versos acerca del Siervo que sufriría (42:1-4; 49:1-6; 50:4-9; 52:13 – 53:12). Él es el varón de dolores, con un gusto por la tristeza, nuestra tristeza. Al llorar en la tumba de Lázaro (Jn 11:33-43), lo vemos conmovido al sentir nuestras debilidades (Heb 4:15).
¿Es este el cuadro completo? ¿Acaso no existe una corriente más profunda y palpitante bajo la disposición de Cristo a entrar en nuestro dolor, una fuerza nacida de algo trascendente y eterno? Mientras Jesús veló Su gloria cuando vino a la tierra (Fil 2:5-11), no obstante trajo Su gozo eterno.
La palabra gozo es usada regularmente por los cristianos y, sin embargo, no se define tan fácilmente. El gozo nos sostiene cuando la felicidad nos elude. El gozo hace que la felicidad sea más que un sentimiento pasajero. El gozo se parece a la palabra precioso. Es difícil definirla sin utilizar la palabra misma. Tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, la palabra transmite la idea de un «placer alegre» o, como dijo un erudito, de un «corazón que danza».
¿Danzaría alegremente el corazón de Jesús? Si el evangelio es una buena noticia, no debería sorprendernos que los evangelios muestren a nuestro Señor personificando y proclamando alegremente el euangelion (buenas nuevas). Su ministerio estuvo impregnado de gozo. Detractores malhumorados lo acusaron de divertirse demasiado (Lc 7:34). Para muchos, existen pocas cosas que traigan mayor gozo que los recuerdos del día de su boda. Jesús se presentó como un novio que anuncia el banquete de Su boda a Sus invitados (Mr 2:18-20).
El gozo de Jesús estaba ligado a hacer la voluntad de Su Padre. Él se regocijaba en el Espíritu, agradeciendo al Padre por traer el evangelio de acuerdo al diseño de Su elección soberana (Lc 10:21-22). El gozo del evangelio de nuestro Salvador está entretejido hermosamente en las parábolas de Lucas 15. La oveja rescatada de un pastor sobre sus hombros (vv. 5-7), una moneda perdida hallada por su dueña (vv. 8-10), ¡imágenes de gozo incontenible! Nada ilustra tanto el abandono gozoso en el corazón de nuestro Señor como un padre que corre y abraza afectuosamente a su hijo perdido (vv. 11-32). De seguro que hay fiesta y baile cuando se desata el evangelio.
Jesús anhela que Su gozo sea nuestro (Jn 15:11; 16:24; 17:13). Él quiere que Su gozo cubra la creación, a medida que todas las cosas son hechas nuevas (Rom 8:18-23; Ap 21:5). La famosa afirmación de Abraham Kuyper sobre Jesús exclamando «¡Mío!» sobre el universo, debe entenderse como el gozoso reclamo legítimo de Jesús en Su compromiso de restaurar el cosmos. En sus Confesiones, Agustín habló del Señor como el «gozo verdadero, el gozo soberano… más dulce que todos los placeres». En su intento de rescatar al cristianismo de las sombras estoicas, C. S. Lewis habló de unas «vacaciones en el mar», un «gozo infinito» muy superior a nuestros ídolos. En Los afectos religiosos, Jonathan Edwards describe este dulce gozo como «la crema de todos nuestros placeres».
Necesitamos desarrollar un gusto por el gozo, por Su gozo. Es el gozo trinitario de conocer a nuestro Padre, el gozo satisfactorio de permanecer en Cristo, de ser habitados por el Espíritu. Nuestro gozo fluye al contemplar la persona y obra de Cristo. En Navidad cantamos «¡Al mundo paz [o gozo, como dice la versión en inglés], nació Jesús!», y en la Pascua «¡Alzad vuestro gozo y vuestros triunfos en alto!», como garantía de que le veremos de nuevo y de que nuestro gozo no nos será quitado jamás (Jn 16:22). El amor por el Cristo invisible nos llena de un gozo inefable y glorioso (1 Pe 1:8). Una obediencia en el poder del Espíritu es crucial para el gozo. Este gozo a su vez nos motiva a una obediencia continua. Donald Macleod dice que Jesús experimentó un «gozo profundo y continuo… un elemento indispensable en la psicología de Su obediencia… [sirviendo] no como esclavo sino como Hijo». Esto es cierto también de nosotros, ya que como hijos podemos clamar con gozo: «¡Abba, Padre!» (Rom 8:15).
Todo esto está basado en la cruz del Señor, la cual soportó por el gozo puesto delante de Él (Heb 12:1-2). En su libro The Emotional Life of Our Lord [La vida emocional de nuestro Señor], B. B. Warfield presenta a Jesús como «un vencedor con la alegría de una victoria inminente en Su corazón». La palabra «gozo» en Hebreos 12:1-2 es «una palabra fuerte que transmite la idea de una alegría exuberante, una alegría que llena el corazón».
Pero ¿qué pudo ser motivo de tanto gozo a la luz del horror humillante de la cruz que se acercaba? Si la página que estás leyendo pudiera convertirse en un espejo y apareciera tu reflejo, podrías ver el gozo que había delante de Él. Porque tú y yo somos las ovejas rescatadas que están sobre Sus hombros, la moneda recuperada, el hijo pródigo abrazado. Tú hiciste que Su corazón se regocijara en ese entonces. Tú haces que Su corazón se regocije ahora. Tú harás que Su corazón se regocije por la eternidad, y Él hará lo mismo por ti.