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El mandamiento de Jesús de colocar la otra mejilla (Mt 5:38) probablemente nos resulte extraño a muchos de nosotros, al menos a primera vista. En el mejor de los casos, parece que Jesús aboga por la neutralidad de la víctima, y en el peor, parece querer que reciba más daño. Una mirada más atenta mostrará una comprensión centrada en Cristo del llamado del creyente a estar libre de un corazón vengativo cuando es agraviado por otros.
«Ojo por ojo, diente por diente» es un versículo popular en películas, libros y canciones relacionadas con la venganza. Sin embargo, eso malinterpreta la intención de la ley. Esta ley no fue diseñada como un medio para buscar venganza privada o justicia por mano propia alimentada por el odio. Era un principio legal en los tribunales civiles. Se concibió como un medio de hacer la restitución equivalente a una pérdida, de asegurarse de que el castigo se ajustaba al delito y de que la justicia no derivara en disputas continuas entre clanes. No se concedía como medio para abordar conflictos personales por cuestiones menores o insultos. Levítico 19:18 afirma claramente a los israelitas: «No te vengarás, ni guardarás rencor a los hijos de tu pueblo, sino que amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el SEÑOR». En tiempos de Jesús, la gente aplicaba el «ojo por ojo, diente por diente» para vengarse de ofensas e insultos menores. El llamado de Jesús a colocar la otra mejilla es un llamado a que utilicemos el principio solo como fue concebido, no para represalias cotidianas.
¿Está mal tener un deseo de justicia? Ciertamente no, porque la justicia fluye del carácter de Dios. Él es el Juez de toda la tierra que hará justicia (Gn 18:25). Él es el Dios que no tendrá por inocente al culpable (Éx 34:7). No hay pecado en buscar remedios legales cuando hemos sido perjudicados gravemente, siempre que nuestros corazones estén en el lugar correcto. El amor es la meta, incluso hacia los enemigos, pero amar a nuestros enemigos y defendernos de un daño legítimo no son dos cosas contradictorias entre sí. No obstante, debemos tener cuidado. Los seres humanos caídos a menudo empleamos una venganza llena de odio disfrazada de justicia piadosa, lo que da lugar a represalias que superan la transgresión inicial. Lamec, descendiente de Caín en sexta generación, se jactó de haber matado a un hombre por haberle golpeado, afirmando que su venganza superaba a la de su antepasado en una proporción de setenta a siete (Gn 4:23-24). Podemos buscar la justicia, pero no con un corazón como el de Lamec.
Aun así, aunque no hay pecado en buscar que se haga justicia, reconozcamos que el no aprovecharnos de nuestro derecho a la justicia puede tener un impacto redentor. La historia de José ilustra poderosamente cómo Dios actúa a través de Su pueblo cuando este se niega a dejar que la amargura y la venganza dominen sus corazones (Gn 37 – 50). José fue vendido como esclavo por sus celosos hermanos, acusado falsamente de violación y abandonado por las personas a las que ayudó en la cárcel. Más tarde fue elevado a comandante de Egipto, bajo Faraón, y Dios lo utilizó para preservar a Egipto y a las tribus de Israel durante una época de hambruna. El reencuentro de José con sus hermanos estuvo cargado de dolor por la transgresión de ellos. Sin embargo, con una visión de la soberanía de Dios sobre el mal, José optó por perdonar a sus hermanos. El resultado fue el arrepentimiento de ellos.
Mis abuelos me han dado un ejemplo de longanimidad piadosa. Su experiencia como inmigrantes en Estados Unidos ha incluido maltrato físico, social y económico. Han tenido motivos más que suficientes para enfadarse, muchas oportunidades para la venganza personal y multitud de razones justas para recurrir a la justicia. A menudo, me he quedado perplejo y asombrado por su respuesta sencilla a aquellas inmoralidades. «No puedes combatir el fuego con fuego; debes amar incluso a tus enemigos». Nunca han minimizado su propio dolor ni la injusticia de los actos cometidos contra ellos, pero con frecuencia han optado por sufrir sin buscar recompensa.
Cuando nos agreden, a menudo nos sentimos indefensos. Ser difamado cruelmente, acusado falsamente o explotado cínicamente puede incitar el deseo de reclamar cierto poder. He visto a parejas que se hieren profundamente y siguen peleándose hasta la disolución de su matrimonio. Individuos malinformados hacen circular información sobre personas cuyo sustento depende de una buena reputación. Empresarios ávidos de poder coaccionan a sus empleados para que hagan horas y tareas extra bajo amenaza de ser sustituidos.
Las palabras de Jesús nos muestran una respuesta radical y a menudo más poderosa, pues cuando ponemos la otra mejilla, entregamos nuestra capa o seguimos llevando la carga (Mt 5:38-42), estamos anulando el poder del ofensor sobre nosotros al actuar con una buena disposición. Además, no permitimos que el peso de la venganza o la amargura nos domine. Sobre todo, estamos mostrando el poder de Dios que actúa en nosotros, pues Él es paciente con los injustos.
Los ejemplos del pueblo de Dios viviendo este patrón abundan a lo largo de la historia hasta el día de hoy. El 17 de junio de 2015, los miembros de la Iglesia Emmanuel A.M.E. de Charleston, Carolina del Sur, recibieron a Dylann Roof en su estudio bíblico solo para que nueve de ellos perdieran la vida cuando Roof abrió fuego. Roof fue debidamente procesado, pero la respuesta de los familiares de las víctimas ante el tribunal, cuarenta y ocho horas después del tiroteo, fue increíble: lo perdonaron. El dolor que causó fue real e indescriptible, pero se negaron a dejar que la amargura y la venganza dominaran sus corazones.
Varios ejemplos en el Nuevo Testamento nos ayudan a entender este amor radical. En Hechos 7, Esteban defendió poderosamente el evangelio, lo que enfureció a los líderes religiosos que lo apedrearon hasta la muerte. Al tener una visión de Cristo a la diestra de Dios, Esteban clamó: «Señor, no les tomes en cuenta este pecado» (v. 60). Allí, aprobando su ejecución, estaba Saulo, quien se hizo famoso por perseguir a la iglesia antes de ser cegado por la gloria de Cristo en el camino a Damasco y ser convertido. Pablo se convirtió en un instrumento importante para la expansión del evangelio y sufrió mucho por causa del nombre de Cristo. Más tarde, en la cárcel, abandonado por muchos amigos, escribió: «que no se les tenga en cuenta» (2 Ti 4:16). Finalmente, nuestro Señor y Salvador Jesucristo, el único hombre en la historia que es inocente de todo pecado, fue injustamente sentenciado a muerte. Sin embargo, Él clamó: «Padre, perdónalos» (Lc 23:34).
Si queremos ser personas que colocan la otra mejilla, debemos empezar por recordar que Cristo apartó de nosotros la ira de Dios y que debemos vivir con una visión del glorioso Cristo que perdona.