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A lo largo del siglo XX, no fue raro que algunas personas asociaran de tal manera la doctrina de la elección con Juan Calvino que concluyeran erróneamente que él había originado ese concepto de la elección. Lejos de encontrar sus orígenes en el reformador ginebrino, la doctrina de la elección ocupa desde hace mucho tiempo un lugar en la historia de la iglesia porque se enseña en todas partes de la Escritura. Agustín, el teólogo de la iglesia primitiva, apeló en su tratado sobre Juan 15:15-16 a la enseñanza clara de Romanos 11:5-6 sobre la doctrina de la elección. Escribió:
¿Qué fue, entonces, lo que Él eligió en los que no eran buenos? Porque no fueron escogidos por su bondad, ya que no podían ser buenos sin ser escogidos. De lo contrario, la gracia ya no sería gracia si mantenemos la prioridad del mérito. Tal es, ciertamente, la elección de la gracia, de la que dice el apóstol: «Y de la misma manera, también ha quedado en el tiempo presente un remanente conforme a la elección de la gracia». A lo que añade: «Pero si es por gracia, ya no es a base de obras, de otra manera la gracia ya no es gracia».
Agustín estaba subrayando la importancia de la naturaleza inmerecida de la elección. Dios no escogió a quienes salvaría por medio de Cristo por algo que hubiera en ellos por lo que pudieran haber merecido esa salvación. Dios no previó algo en aquellos a los que Él salva que le moviera a escogerlos. Ni siquiera los escogió a causa de Cristo. Más bien, los escogió aunque no tenían nada con lo que merecer Su gracia y, de hecho, habían desmerecido Su favor. La idea de la elección inmerecida se engloba en el acrónimo calvinista en inglés TULIP como elección incondicional (la U de TULIP). Pero ¿qué quieren decir los teólogos reformados cuando hablan de la naturaleza incondicional de la elección? El Dr. R.C. Sproul definió la elección incondicional de la siguiente manera: «La visión reformada de la elección, conocida como elección incondicional, significa que Dios no prevé una acción o condición por nuestra parte que le induzca a salvarnos. Más bien, la elección descansa en la decisión soberana de Dios de salvar a quien le plazca salvar».
El término incondicional puede ser algo engañoso. No significa que no haya causa para la gracia electiva de Dios. Más bien, significa simplemente que no hay causa o condición en nosotros. Las Escrituras dejan claro que la condición de la elección de Dios de Su pueblo (si pudiéramos hablar de eso en tales términos) es simplemente «la buena intención de Su voluntad» (Ef 1:5). Como explicó el teólogo reformado Francis Turretin: «La elección se hizo por el mero beneplácito de Dios… el beneplácito excluye toda causa ajena a Dios de la que pueda depender la elección». En este sentido, podemos hablar de una condición o causa de elección solo en Dios. Sin embargo, también significa que no existe ninguna causa o condición para Su gracia electiva fuera de Él mismo.
Abrazar la naturaleza incondicional de la elección es vital si queremos llegar a comprender la grandeza de la gracia de Dios. Él no nos confiere Su gracia por algún bien que haya en nosotros, ya sea pasado o futuro. De hecho, la Escritura describe la depravación del hombre de la forma más directa cuando dice:
No hay justo, ni aun uno;
No hay quien entienda,
No hay quien busque a Dios.
Todos se han desviado, a una se hicieron inútiles;
No hay quien haga lo bueno,
No hay ni siquiera uno (Ro 3:10-12).
La primera doctrina representada en el acrónimo TULIP establece el curso lógico para esta doctrina subsecuente de la elección incondicional. La doctrina de la depravación total (quizá mejor llamada depravación generalizada) hace necesaria la elección incondicional. Puesto que merecemos justamente la ira de Dios y carecemos de esperanza aparte de la gracia salvadora de Jesucristo (Ef 2:1-3), nuestra salvación debe depender por completo de la gracia electiva de Dios.
Se han hecho muchos intentos de rechazar la doctrina de la elección incondicional. Los teólogos semipelagianos (es decir, los arminianos) insisten en que Dios eligió a un pueblo para salvarlo antes de la fundación del mundo, tras mirar por el pasillo del tiempo y observar la decisión que tomarían de confiar en Cristo. En esta propuesta, Dios no sabe todo lo que hará; se entera de algo que no conocía de antemano. La doctrina bíblica de la elección se basa en el previo conocimiento de Dios, no en el previo aprendizaje de Dios (ver Ro 8:29; 11:2).
La doctrina de la elección incondicional es una de las más preciosas sobre la salvación de Dios. Es el fundamento de nuestra comprensión de la gracia, la garantía de la aplicación de la redención y la razón para alabar a Dios por la gloria de Su gracia. La adición de cualquier condición ajena a Dios cambia la naturaleza misma de estos dones y le quita gloria a Dios para dársela a la criatura.