Gregorio «el Grande»
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10 agosto, 2021El rol de los credos y las confesiones al hacer teología
Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Cómo hacer teología
Un viajero sabio hace los preparativos para un viaje (Mt 10:8-10). Cualquier persona que intente un viaje difícil sin un mapa corre el riesgo de perderse o quizá algo peor. La vida cristiana es un viaje a la ciudad celestial (Heb 11:8-15). Un mapa es un registro de los viajes de los peregrinos que nos han precedido. Sin embargo, extrañamente, muchos cristianos intentan el viaje de la vida cristiana sin el beneficio de los mapas, en este caso, los credos ecuménicos y las confesiones reformadas.
LA NECESIDAD DE LOS CREDOS Y LAS CONFESIONES
La palabra credo viene del latín credo, «creo». Un credo suele ser una declaración breve de fe. Los credos ecuménicos, incluido el Credo Apostólico (desarrollado durante los cuatro primeros siglos d. C.), el Credo de Nicea-Constantinopla (a menudo llamado Credo Niceno; 325/381 d. C.), el Credo de Atanasio (después del 428 d. C.) y la Definición de Fe de Calcedonia (451 d. C.), han sido ampliamente aceptados a través de los tiempos por múltiples tradiciones eclesiásticas. En ellas, la Iglesia antigua respondió a algunas de las grandes herejías de la religión cristiana. Por ejemplo, en el Credo de Nicea-Constantinopla, la Iglesia defendió la doctrina bíblica de que Dios Hijo y Dios Espíritu son de la misma sustancia (consustanciales) con el Padre. El Hijo es eternamente engendrado del Padre y el Espíritu procede eternamente del Padre. (El Tercer Concilio de Toledo en el 589 añadió la llamada cláusula filioque que dice que el Espíritu procede también del Hijo. Esta revisión ha sido recibida por las Iglesias luterana y reformada). Así, según el Credo de Nicea-Constantinopla, el Hijo y el Espíritu no son simplemente como Dios, sino que son Dios. Sin embargo, aunque Dios es uno en Su naturaleza, también existe en tres personas distintas y coeternas que comparten por igual esa única naturaleza. En ningún lugar se enseñan las doctrinas de la Trinidad y de las dos naturalezas de Cristo más claramente que en el Credo de Atanasio. La Definición de Calcedonia nos enseña cómo mantener la humanidad y la deidad de Jesús unidas en una sola persona sin confundirlas. El Credo Apostólico sirve como resumen del consenso de la Iglesia antigua sobre las grandes doctrinas de la fe cristiana. Estos son marcadores de límites que ningún cristiano puede sobrepasar con seguridad. Como dice el Credo de Atanasio: «Quien quiera ser salvo, es necesario que tenga ante todo la fe católica [es decir, universal]».
Nuestro sustantivo confesión viene del verbo latino confiteor, «confesar». Las grandes confesiones reformadas incluyen la Confesión Belga (1561), el Catecismo de Heidelberg (1563), los Cánones de Dort (1619) y los Estándares de Fe de Westminster (1648). Sin embargo, la idea de los credos y las confesiones no se originó en la historia de la Iglesia.
En primer lugar, hay credos y confesiones en la propia Escritura. Uno de los primeros ejemplos aparece en Deuteronomio 6:4: «Escucha, oh Israel: El SEÑOR es nuestro Dios, el SEÑOR uno es». Se conoce como el Shema, por la palabra hebrea traducida como «escucha» en el versículo. Esta confesión israelita tan básica se repetía semanalmente en la sinagoga durante los períodos intertestamentario y neotestamentario. Nuestro Señor mismo la citó en Marcos 12:29, y Pablo se refiere a ella en Romanos 3:30 y Gálatas 3:20. Santiago alude en Santiago 2:19 a la práctica de los primeros cristianos judíos de recitar el Shema.
También hay expresiones confesionales en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, en 1 Timoteo 3:16, el apóstol Pablo cita una confesión utilizada en las iglesias:
E indiscutiblemente, grande es el misterio de la piedad:
Él fue manifestado en la carne,
vindicado en el Espíritu,
contemplado por ángeles,
proclamado entre las naciones,
creído en el mundo,
recibido arriba en gloria.
La Shema y 1 Timoteo 3:16 son breves relatos de fe que tocan aspectos claves de la fe cristiana. Dios es uno. Jesús es Dios Hijo encarnado, el Señor ascendido y Salvador. El Espíritu Santo lo resucitó de entre los muertos y nosotros estamos unidos a Él por gracia sola por medio de la fe sola. Pablo llama a estas fórmulas «palabra fiel» (1 Tim 1:15; 3:1; 4:9; 2 Tim 2:11; Tit 3:8), breves resúmenes de la fe y la práctica cristiana.
En segundo lugar, nuestro Señor mismo nos manda a confesar la fe. Dijo: «Por tanto, todo el que me confiese delante de los hombres, yo también le confesaré delante de mi Padre que está en los cielos. Pero cualquiera que me niegue delante de los hombres, yo también lo negaré delante de mi Padre que está en los cielos» (Mt 10:32-33). Sabemos que se presionaba a los primeros cristianos para que no confesaran a Cristo (Jn 9:22). El apóstol Pablo instruyó a Timoteo para que confesara la fe (1 Tim 6:12). El apóstol Juan llamó a las iglesias de Asia Menor a confesar la encarnación de Cristo contra los dualistas que la negaban (1 Jn 4:15; 2 Jn 7). La confesión de Cristo y Su verdad es tan importante, que es algo que todos los creyentes harán en el último día (Flp 2:11) e incluso en el cielo (Ap 3:5).
Las confesiones y los credos son buenos, pero también son ineludibles. Incluso nuestros amigos que rechazan los credos tienen uno. «No hay más credo que Cristo» es un credo muy corto e inadecuado, pero no deja de ser un credo. Por tanto, la cuestión no es si tenemos una confesión, sino si es bíblica, ecuménica y sana.
LA AUTORIDAD DE LOS CREDOS Y LAS CONFESIONES
Una de las grandes preocupaciones que anima a la resistencia a los credos y confesiones es la justificada preocupación de que las doctrinas y tradiciones humanas no deben reemplazar a la Escritura. La sola autoridad magisterial de la Palabra de Dios fue la causa formal de la Reforma Protestante. A esto se refiere el lema latino sola Scriptura, «de acuerdo a la Escritura sola». Donde Roma confesaba dos corrientes de autoridad —la Iglesia y la Escritura— las iglesias protestantes reconocían la suprema autoridad gobernante de la Escritura sola. A la Iglesia le admitieron solo la autoridad ministerial. Los credos ecuménicos y las confesiones reformadas son expresiones de esa autoridad ministerial. Las iglesias presbiterianas y reformadas confiesan que lo que hacen en la fe y la vida cristiana es porque la Palabra de Dios dice lo que dice. Las confesiones están al servicio de la Escritura. Son resúmenes de la Palabra de Dios aprobados eclesiásticamente. Si se encuentra que necesitan corrección para ser más fieles a la Palabra de Dios, pueden ser revisados por el debido proceso.
En las mismas confesiones, la Iglesia declara que ninguna otra autoridad puede rivalizar con la Palabra de Dios. En el artículo 7 de la Confesión Belga (1561), las iglesias reformadas declaran que las «Sagradas Escrituras contienen completamente la voluntad de Dios» y todo lo que uno «deba creer para salvación es enseñado de manera suficiente en ellas». De las Escrituras aprendemos «toda forma de adoración», y la Escritura sola es tan autoritativa que es «ilegítimo para toda persona», ya sea un apóstol o un ángel, contradecirla. Los meros escritos humanos, por muy estimados o antiguos que sean, no pueden tener «igual valor» que la Escritura, que es la única regla infalible para la fe y la vida cristiana.
Es cierto que hay iglesias e incluso denominaciones enteras en las que se han relegado los credos ecuménicos y las confesiones reformadas al museo o al basurero. En estos casos, la culpa no es de los credos y confesiones, sino de la infidelidad. Para aquellas congregaciones y denominaciones que todavía creen en la Palabra de Dios tal y como se entendía en la Iglesia primitiva y en la Reforma, los credos y confesiones son la voz viva de la comprensión de la Iglesia de la Palabra de Dios en las cuestiones más importantes de la doctrina y la vida cristiana.
EL ROL DE LOS CREDOS Y LAS CONFESIONES
En el período clásico de la teología reformada, la mayoría de los escritores reformados definían la teología como algo que tenía dos aspectos: la doctrina y la práctica. Distinguían entre la teología como Dios la conoce y la teología como Él nos la revela, la cual nos es revelada principalmente en la Escritura. Esta revelación, enseñaban, es análoga a la teología como Dios la conoce. Describieron como «teología del peregrino» los aspectos de la teología tal y como la conocemos y hacemos.
Peregrino es una figura del lenguaje y nos devuelve al principio. Los cristianos están en un viaje. Solo por su gracia sola y soberana, Dios Padre nos ha elegido en Cristo, y el Espíritu Santo nos ha unido a Cristo por la fe sola. En palabras de la Confesión Belga 34, hemos sido redimidos por «el rociamiento de la preciosa sangre del Hijo de Dios, quien es nuestro Mar Rojo, a través del cual debemos pasar para escapar de la tiranía del Faraón, es decir, el diablo, y entrar en la tierra espiritual de Canaán».
Las teologías sistemáticas y las teologías bíblicas y otras obras de escritores individuales tienen un valor genuino, pero los credos ecuménicos y las confesiones reformadas son más que las opiniones de individuos. Son el juicio ponderado y en oración de la Iglesia de Cristo sobre las cuestiones más importantes de la fe y la vida cristiana. En términos legales, un abogado puede pensar lo que quiera, pero su opinión es una cosa y una sentencia del Tribunal Supremo es otra.
Muchos han tenido la tentación de leer la Escritura aislados del resto de la Iglesia. Esto es un gran error. Históricamente, ha conducido a graves errores. Por ejemplo, a principios del siglo XVII, los socinianos intentaron hacer precisamente eso y abandonaron la doctrina de la Trinidad, la deidad de Cristo, la expiación sustitutiva y otras verdades bíblicas esenciales. Esto es lo que puede suceder cuando viajamos sin un mapa, sin los credos y confesiones. Cuando leemos la Escritura con los credos y confesiones a mano, estamos leyendo la Escritura con la Iglesia ecuménica y con las Iglesias reformadas. Estamos aprendiendo de su viaje antes que nosotros y aprendiendo con ellos las doctrinas más vitales de la fe cristiana y la práctica cristiana básica: la observancia del día del Señor, la asistencia al culto y los medios de gracia, la oración, el arrepentimiento, y morir al pecado y vivir para Cristo por gracia sola.