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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XIV
El papado había alcanzado el cenit de su poder político en Europa bajo Inocencio III. A su muerte en 1216 le siguió un periodo de eclipse y, finalmente, de catástrofe. Los papas siguieron luchando por la supremacía contra los emperadores del «Sacro» Imperio Romano Germánico. Sin embargo, la larga guerra entre el papado y el imperio había mermado el poder de la corte imperial al socavar la unidad nacional de Alemania. La amenaza a la independencia del papado ya no provenía de Alemania, sino de Francia.
La amenaza francesa
La monarquía francesa fue adquiriendo una fuerza que alcanzó niveles peligrosos, desde la perspectiva papal, bajo el rey Felipe el Hermoso (que reinó entre 1285 y 1314). Felipe fue un tirano despiadado que creía tener autoridad absoluta sobre todos los asuntos franceses. El conflicto entre Felipe y el papa Bonifacio VIII (que reinó entre 1294 y 1303) estalló cuando, en 1295, Felipe impuso un impuesto al clero francés para financiar una guerra con Inglaterra. El clero francés se quejó ante Bonifacio, quien decretó la excomunión de todos los que impusieran o pagaran tales impuestos sin permiso papal. Felipe respondió prohibiendo la exportación de oro y plata desde Francia, lo que paralizó la economía de Roma. Bonifacio tuvo que transigir, permitiendo al clero francés hacer contribuciones «voluntarias» a la guerra de Felipe.


Luego, en 1301, Bonifacio envió a un legado papal, Bernardo de Saisset, a la corte de Felipe para quejarse de varios actos prepotentes de Felipe, incluyendo la confiscación de bienes de la iglesia. Felipe hizo arrestar a Bernardo y lo acusó de alta traición. Bonifacio ordenó la liberación de Bernardo, convocando a Felipe a Roma. Felipe convocó una asamblea nacional de nobles, clérigos y plebeyos franceses para apoyarle. Bonifacio reaccionó en 1302 publicando la famosa bula papal Unam sanctam, en la que se hacían las más exaltadas reivindicaciones políticas y espirituales a favor del papado:
Hay un solo cuerpo y una sola cabeza de esta única Iglesia [católica] —no dos cabezas, como un monstruo—, que es Cristo, y el vicario de Cristo es Pedro y el sucesor de Pedro […] Tanto la espada espiritual como la civil están en poder de la iglesia […] Declaramos, afirmamos, definimos y pronunciamos que es absolutamente necesario para la salvación que todo ser humano esté sujeto al papa romano.
La respuesta de Felipe fue declarar a Bonifacio incapaz de ocupar el trono papal, y convocó al papa a comparecer ante un concilio general de toda la iglesia. El parlamento francés, el clero francés y la Universidad de París se unieron a esta declaración. Bonifacio se preparó para excomulgar a Felipe, pero antes de que pudiera hacerlo, el rey francés hizo secuestrar y encarcelar a Bonifacio. Los agentes de Felipe exigieron que Bonifacio dimitiera, pero este se negó. Los aliados lo rescataron de la prisión, pero Bonifacio murió un mes después, viejo y abatido, mientras la lucha continuaba.
El papado estaba en serios problemas. Felipe había apelado a la opinión nacional francesa contra las pretensiones de Roma, y había tenido éxito. El nacionalismo como fuerza política y antipapal había llegado a la escena europea.
El papado de Aviñón
Lo peor para el papado estaba por llegar. Cuando el sucesor de Bonifacio, el papa Benedicto XI (reinó entre 1303 y 1304), murió tras un reinado de solo ocho meses, la facción francesa de cardenales logró elegir a un papa francés, Clemente V (reinó entre 1305 y 1314). Clemente fue un hombre débil que simplemente se convirtió en un instrumento del rey Felipe. Nunca puso un pie en Roma y, tras cuatro años de divagar por el sur de Francia, en 1309 estableció la corte papal en Aviñón, una ciudad a orillas del río Ródano, rodeada de territorio francés y bajo influencia política francesa.
El papado permaneció en Aviñón durante casi setenta años (1309-77), cautivo de la monarquía francesa y su política. Los enemigos de Francia se refirieron a este periodo como el cautiverio babilónico del papado. Hubo siete papas durante este periodo, todos franceses, y se aseguraron de que la mayoría de los cardenales también fueran franceses.
El papado de Aviñón tuvo un efecto calamitoso sobre el prestigio y la influencia del cargo de papa. Según la teoría católica, el apóstol Pedro había sido el obispo de Roma y, por tanto, el primer papa, por lo que la iglesia y el obispo de Roma eran primordiales. Con los papas ahora en Aviñón, arrancados de su antigua sede histórica en Roma, a muchos les pareció que el papado había perdido su verdadera identidad, convirtiéndose en un mero peón político en manos de los reyes franceses.
El papado de Aviñón dio lugar a varios ataques notables contra el papado por parte de pensadores cristianos. La mayoría de ellos procedían del Sacro Imperio Romano, que era aún más hostil al papado ahora que estaba bajo la dominación francesa. Las críticas más radicales a las pretensiones papales fueron hechas por el académico inglés Guillermo de Ockham (1287-1347) y el italiano Marsilio de Padua (1280-1343).
El precursor de la Reforma
Tomemos a Marsilio como ejemplo de un crítico al papado. Rector de la Universidad de París desde 1313, los ataques de Marsilio al papado le obligaron en 1326 a huir por seguridad a Alemania, donde se puso bajo la protección del emperador Luis el Bávaro (reinó entre 1314 y 1347). Luis, que fue excomulgado por el papa Juan XXII en 1324, era un decidido enemigo del papado. El gran tratado antipapal de Marsilio fue Defensor pacis [Defensor de la paz], escrito en 1324 cuando todavía estaba en París.
En Defensor pacis, Marsilio argumentó que la autoridad recaía en «el pueblo», es decir, el conjunto de los ciudadanos en el Estado y el conjunto de los creyentes en la iglesia. Marsilio había aprendido esta teoría de Aristóteles, de quien era un devoto alumno. Los líderes políticos y espirituales, por lo tanto, eran nombrados por el pueblo y debían rendir cuentas al pueblo. El poder legislativo supremo en la iglesia no era el papado, sino un concilio ecuménico que representaba a todo el cuerpo de creyentes. La Escritura sola era la fuente de la doctrina cristiana; si había alguna disputa sobre lo que la Escritura enseñaba, un concilio ecuménico debía resolverla.
Siguiendo esta línea de pensamiento, Marsilio distinguió entre la Iglesia católica y la Iglesia apostólica. La Iglesia católica incluía a la Iglesia occidental, a la ortodoxa oriental y a todos los que creían en Cristo. Todos los miembros de la Iglesia católica estaban dentro de la gracia de Dios. La Iglesia apostólica era la iglesia de Roma, que era una encarnación y manifestación de la Iglesia católica, pero no era infalible; Roma podía equivocarse. Además, el papa no tenía derecho a deponer a reyes y emperadores. El clero, insistía Marsilio, estaba sujeto al Estado en todos los asuntos seculares, como todas las demás personas. Los sacerdotes solo tenían poder para enseñar, advertir, persuadir y reprender.
Dado que Marsilio aceptaba que la iglesia y el Estado eran los aspectos espirituales y políticos de una única sociedad cristiana, también enseñaba que un Estado cristiano tenía derecho a convocar concilios eclesiásticos, nombrar al clero y controlar las propiedades de la iglesia.
El florecimiento del misticismo
El siglo XIV fue testigo del florecimiento del misticismo en la Iglesia occidental. Una nueva sed por una experiencia personal directa con Dios ardía en muchas almas. En Alemania, tres grandes predicadores dominicos promovieron este misticismo: Eckhart von Hochheim (1260-1327), habitualmente llamado Meister («maestro») Eckhart, y sus dos discípulos Johann Tauler (1300-61) y Heinrich Suso (1295-1360). Eckhart, Tauler y Suso, tres de los místicos más queridos de la historia del cristianismo, fueron pastores de monjas dominicas y beguinas (similares a las monjas) en Alemania occidental. La influencia de sus prédicas y escritos dio lugar a un grupo más amplio de místicos alemanes y suizos que se autodenominaron Amigos de Dios. Fue alguien del movimiento de los Amigos de Dios quien escribió la anónima Theologica Germanica [Teología alemana], uno de los ejemplos más profundos y bellos de los escritos místicos cristianos.
En los Países Bajos, el principal místico fue Jan van Ruysbroeck (1293-1381), director de un monasterio agustino en Groenendael. La contribución de Italia al florecimiento místico llegó a través de Catalina de Siena (1347-80), una monja dominica de Siena, en el noroeste de Italia, que actuó como guía espiritual de un círculo de seguidores que la admiraban.
El misticismo en Inglaterra se manifestó en la vida y los escritos de varios ermitaños: Richard Rolle (1300-49), de Hampole (Yorkshire), autor de The Fire of Love [El fuego del amor]; Walter Hilton (fallecido en 1396), de Thurgarton (Nottinghamshire), autor de The Scale of Perfection [La escala de la perfección]; y la más famosa de todas, Lady Julian de Norwich (1342-1416), una anacoreta de Norwich (Norfolk), autora de las muy imaginativas y encantadoras Revelations of Divine Love [Revelaciones del amor divino]. El misticismo inglés de esta época también apareció en un tratado anónimo llamado The Cloud of Unknowing [La nube del desconocimiento], que puso la teología y la espiritualidad del escritor pseudoepígrafo Pseudo Dionisio Areopagita en el inglés popular del siglo XIV. Por último, tenemos a Margery Kempe (1373-1440), una laica de Bishop’s Lynn en Norfolk y amiga de Julian de Norwich. Su Book of Margery Kempe [Libro de Margery Kempe] relata sus notables visiones y sus peregrinaciones internacionales a Roma, Jerusalén, Compostela (en España), Wilsnack (en Alemania) y Canterbury.
Estos místicos compartían una serie de rasgos distintivos. Utilizaban la lengua nativa de su país (en lugar del latín) y dirigían sus ministerios tanto a los laicos como a los eruditos y al clero. Enfatizaban la centralidad de la predicación y la enseñanza en la iglesia, el alto valor del estudio y el conocimiento del Nuevo Testamento, y la importancia de la santidad práctica en la vida diaria. Todo su enfoque estaba eminentemente centrado en Cristo. Cristo, subrayaban, siempre está disponible de forma inmediata para el alma creyente; no está encerrado en el sacerdocio y los sacramentos.
Las enseñanzas de los místicos a menudo les acarreaban grandes sospechas por parte de las autoridades eclesiásticas, que temían que el misticismo llevara a la gente a despreciar las doctrinas y estructuras oficiales de la iglesia. Eckhart, junto con algunos otros místicos, enseñaban a veces (o parecían enseñar) que había una «chispa divina» increada y eterna en el alma humana; los teólogos ortodoxos rechazaron con razón esta idea porque empañaba la distinción entre Creador y criatura. Sin embargo, Eckhart no pretendía ofrecer una alternativa deliberada a la doctrina oficial de la iglesia, e intentó aclarar sus enseñanzas.
Los místicos alemanes influyeron profundamente en el gran reformador Martín Lutero, al menos en la primera parte de su carrera. Alabó los sermones de Tauler como fuente de «teología pura», e hizo reimprimir la Theologica Germanica dos veces, añadiendo introducciones de su propia pluma.
La forma moderna de servir a Dios
El movimiento conocido como devotio moderna (la forma moderna de servir a Dios) tuvo algunas similitudes con este florecimiento místico. Comenzó en los Países Bajos con Gerard Groote de Deventer (1340-84), amigo y admirador de Jan van Ruysbroeck. El ideal de vida religiosa de Groote era el de comunidades de hombres y mujeres cristianos («hermandades» masculinas y femeninas) que vivían, rezaban y seguían a Cristo juntos, pero sin convertirse en monjes o monjas. Estas hermandades trabajaban para ganarse la vida «en el mundo» y no hacían votos monásticos. Estas comunidades fueron muy populares y se extendieron por los Países Bajos y el oeste de Alemania. Con el tiempo, la mayoría de las comunidades femeninas adoptaron alguna forma de disciplina monástica, pero la mayoría de las comunidades masculinas —los Hermanos de la Vida Común— se mantuvieron fieles a los ideales de Groote. Dedicaron gran parte de su energía a copiar y distribuir literatura religiosa.
La «forma moderna de servir a Dios» se caracterizaba por un sentido de la cercanía de Dios al creyente y por centrar la mente en la vida y los sufrimientos de Cristo, tal y como se recogen en los evangelios. El escrito más influyente y conocido que surgió de este movimiento fue La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis (1380-1471).
Los albores del Renacimiento
El siglo XIV también vio los primeros brotes del Renacimiento. El «hombre del Renacimiento» original fue el poeta Francesco Petrarca (1304-74). Los padres de Petrarca eran oriundos de Florencia, pero él creció en Aviñón durante el papado de esta ciudad.
La primera mitad de la vida de Petrarca fue motivo de profunda vergüenza para él. Se hizo sacerdote sin ningún sentido de la vocación divina, y vivió con varias amantes, engendrando varios hijos ilegítimos. Sin embargo, en 1350, Petrarca experimentó una conversión religiosa, momento en el que se apartó de su inmoralidad.
Petrarca fue un admirador ferviente de los antiguos escritores latinos paganos, especialmente Cicerón, Virgilio y Séneca, y los tomó de modelos para su estilo de escritura. Los propios escritos de Petrarca le dieron fama internacional: sus poemas de amor italianos fueron obras de genio literario. Tras su conversión, el héroe espiritual de Petrarca fue Agustín de Hipona, y nunca iba a ningún sitio sin un ejemplar de las Confesiones de Agustín. Como Agustín era platonista, Petrarca aceptó a Platón como filósofo supremo. Esto lo puso en conflicto con la teología de los escolásticos, que habían abandonado en gran medida a Platón por Aristóteles.
En Petrarca, vemos los ingredientes que se utilizaron en la elaboración del Renacimiento, especialmente en su forma más cristiana:
1. Una actitud de desprecio hacia el periodo medieval como «la Era de las Tinieblas». (Petrarca fue el primer hombre que se refirió a la Edad Media con este nombre).
2. Una creencia en una «edad dorada» de la civilización en la Grecia y Roma clásicas, y una edad de oro espiritual en los días de los apóstoles y los primeros padres de la iglesia.
3. Un nuevo fervor por Platón que frenó el compromiso con Aristóteles que operaba en gran parte de la teología escolástica, y una tendencia a preferir a Agustín sobre la escolástica en cualquier caso.
4. La admiración de los antiguos autores latinos como maestros del estilo literario.
5. La convicción de que toda la filosofía y la teología no deben ser abstractas, sino que deben girar en torno a la humanidad y la vida humana, especialmente a la relación entre los seres humanos y Dios.
La peste negra
No podemos dejar el siglo XIV sin mencionar la peste negra. Fue una plaga devastadora que arrasó a Europa desde 1347 hasta aproximadamente 1400. Un tercio de la población europea pereció, y en algunas regiones, la mitad. Petrarca nos dejó esta descripción:
¿Cuándo podrán nuestros descendientes creer que hubo un tiempo en el que […] casi toda la tierra quedó deshabitada: casas vacías, ciudades desiertas, campos que crecían salvajes, el suelo cubierto de cadáveres, y por todas partes un vasto y espantoso silencio?
Bajo el impacto desolador de la peste negra, el ejército misionero de la iglesia —los franciscanos y los dominicos— se dio cuenta de que no podía mantener el suministro de misioneros a Oriente. Como resultado, todo el programa misionero se redujo a un tamaño insignificante. No resurgió de forma efectiva sino hasta doscientos años después.