
El siglo XIV
9 julio, 2022
¿Qué es el infierno?
12 julio, 2022El recibimiento del Mesías judío

Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El mundo judío en los días de Jesús
¿Cómo aceptaron o rechazaron los judíos a Jesús en los primeros años de la iglesia? ¿Cómo reaccionó el pueblo judío ante la trágica destrucción de su templo en Jerusalén en el año 70 d. C.? ¿Cómo determinó este acontecimiento su identidad en las décadas siguientes?
La creencia judía durante la Iglesia primitiva
Pasar por alto o marginar la creencia judía en Jesús durante la iglesia naciente es una tendencia común pero desafortunada. El propio Jesús, un judío de Nazaret, era descendiente de la tribu de Judá (Mt 1:1-17; Lc 3:23-38; Rom 1:3). Los doce discípulos también eran judíos. Incluso los esfuerzos de Jesús durante Su vida estuvieron especialmente enfocados en alcanzar al pueblo judío. Los cuatro evangelios presentan a Jesús priorizando Su mensaje a los judíos. Jesús incluso se lo dijo a Sus discípulos: «No vayáis por el camino de los gentiles, y no entréis en ninguna ciudad de los samaritanos. Sino id más bien a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 10:5-6). El libro de los Hechos registra incluso la salvación de un remanente de judíos en Jerusalén y luego la salvación de los gentiles. El apóstol Pablo afirma que la «salvación» es «del judío primeramente» (Rom 1:16). Sin embargo, esto no significa que los gentiles sean ciudadanos de segunda clase, ya que tanto los judíos como los gentiles componen el verdadero Israel y en ellos se cumplen las promesas de restauración de los últimos tiempos, hechas en el Antiguo Testamento (ver, p. ej. Ef 3:1-13; 1 Pe 2:9-11).

La incredulidad judía en los siglos I y II
Sin embargo, desde el principio, la mayoría del pueblo judío siguió siendo hostil a Jesús. «A lo suyo vino, y los suyos no le recibieron» (Jn 1:11). Su incapacidad para creer en Él se debió a múltiples razones: una comprensión incorrecta del Antiguo Testamento (Lc 24:25-27; Jn 5:38-47); la idolatría, o la adoración de la tradición humana por encima de Dios (Mr 4:10-12; 7:13; Jn 12:37-42); y su constante persecución de los profetas justos de Dios (Mr 12:1-12). Debido a que la nación de Israel clavó a su Mesías, el divino Hijo de Dios, en la cruz, Dios derramó enérgicamente Su ira sobre ellos en la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 d. C.
La destrucción del templo
La destrucción del templo, un acontecimiento que Jesús predijo (Mr 13:24-31), ocurrió en el año 70 d. C. La devastación de Jerusalén y la destrucción de la pieza central de Israel no se produjeron de la noche a la mañana. La primera revuelta judía abarcó los años 66-70 d. C. y culminó con la destrucción de Jerusalén. En el otoño del año 66 d. C., el procurador de Roma, Floro, se apoderó del oro del templo, lo que encendió aún más el conflicto con los judíos. Los cristianos de Jerusalén probablemente huyeron hacia el norte, a Pella, una ciudad a treinta y dos kilómetros al sur de Galilea. Durante los años siguientes, la relación de Roma con el pueblo judío siguió deteriorándose. En el verano del 69 d. C., Vespasiano se convirtió en emperador de Roma y nombró a su hijo Tito para dirigir el ejército romano en el saqueo de Jerusalén. Un año después, Tito abrió una brecha en una de las murallas de Jerusalén, y en agosto del 70 d. C., la ciudad de Jerusalén cayó. Los soldados romanos saquearon la ciudad, profanaron el templo, mataron a miles de judíos y deportaron a muchos a Roma.
La formación del judaísmo rabínico
La caída del templo marcó profundamente la cultura y el liderazgo judío. El Sanedrín, el poderoso cuerpo gobernante en Jerusalén que lideraba la nación, naturalmente llegó a su fin. De todas las facciones del judaísmo —los fariseos, los saduceos, los esenios, los zelotes y los herodianos— solo una sobrevivió. Los fariseos fueron el único grupo judío que quedó en pie. El teólogo David Instone-Brewer resume bien el panorama: «Los saduceos perdieron su lugar de actividad [el templo], los esenios perdieron el motivo de su rebelión, y el intento de los fariseos de reproducir las actividades del templo en el hogar, la sinagoga y la escuela se convirtió en la única forma de expresar los ritos judíos». La destrucción del templo fue el catalizador para volver a reflexionar en las Escrituras de Israel. A diferencia de los apóstoles, que veían la vida, la muerte y la resurrección de Cristo como el centro de la Escritura, estos intérpretes judíos veían la nación de Israel como el centro.
Según algunas corrientes de la tradición judía, el rabino Yohanan ben Zakkai, líder de la escuela Hillel de la ley judía, fue sacado clandestinamente de Jerusalén en un ataúd antes de la destrucción de Jerusalén. Luego visitó a Vespasiano y le predijo que pronto se convertiría en emperador de Roma. Vespasiano, a su vez, le permitió establecer una escuela en Yavne o Jamnia, en la costa mediterránea de Israel. Aquí comenzaría a florecer un nuevo tipo de judaísmo. Los hilelitas se reunieron en Yavne, y sus seguidores rabínicos producirían una gran cantidad de literatura.
La literatura rabínica consta en gran medida de dos géneros: halájico (legal) y haggádico (no legal). Dentro del material halájico, la Mishná y la Tosefta ocupan un lugar destacado. La Mishná, compilada alrededor del año 200 d. C., es la primera de las dos y contiene debates y normas judías clasificadas en seis temas. Cada tema se divide en varios tratados, que suman un total de sesenta y tres. La tradición oral de la Mishná puede remontarse a principios del siglo I d. C., y algunos de los debates pueden incluso aparecer en los evangelios (p. ej. Mt 19:1-12). Los dos talmudes, el de Babilonia y el de Jerusalén —ambos compilados alrededor del año 400-600 d. C.— comentan y explican los seis temas de la Mishná. Esta explicación, llamada gemara, apela en gran medida a la Escritura y a las historias personales rabínicas. Otros materiales rabínicos son, por nombrar algunos, los midrashim y los targumim.
La segunda revuelta judía
Aunque los estudiosos no están seguros de cuál fue la causa exacta de la revuelta de Bar Kokhba (132-35 d. C.), parece que al menos fue instigada por Roma. Simón ben Kosiba (llamado Bar Kokhba o «hijo de la estrella» por sus admiradores; ver Nm 24:17) utilizó el desierto de Judea como su base de operaciones, aprovechando cuevas y túneles excavados en el terreno. Debido a la falta de relatos históricos detallados, sabemos poco sobre la revuelta en sí. Aunque el ejército romano sufrió grandes pérdidas, acabó aniquilando a los combatientes judíos. Los romanos convirtieron formalmente Jerusalén en una ciudad romana llamada Aelia Capitolina, en honor al emperador, dejando a los judíos sin un lugar al que llamar hogar.
Conclusión
El pueblo de Dios comenzó en el jardín del Edén y continúa en los cielos y tierra nuevos. Los creyentes étnicos judíos y gentiles en Cristo componen este verdadero Israel de Dios. La mayoría de los judíos étnicos rechazaron a Jesús como el Hijo divino de Dios, lo que dio lugar al nacimiento del judaísmo rabínico, la forma de judaísmo que persiste hasta nuestros días. Sin embargo, en la verdadera comunidad del pacto, Dios siempre ha preservado un remanente de judíos creyentes, un remanente que continúa aún hoy (Rom 9-11). Los cristianos deben estar decididos a compartir las buenas nuevas de la vida sustitutoria, la muerte y la resurrección de Cristo con los judíos incrédulos porque, en palabras de Pablo, al pueblo judío «les han sido confiados los oráculos de Dios» (Rom 3:2).