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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XV
El siglo XV es mejor conocido como la época del Renacimiento, que en muchos aspectos sembró las semillas que florecieron en la Reforma del siglo XVI. Este aspecto de la historia quedó bien plasmado en el dicho del siglo XVI: «Erasmo [príncipe de los escritores del Renacimiento] puso el huevo y Lutero lo incubó».
LA DEFINICIÓN DEL RENACIMIENTO
El Renacimiento no fue principalmente un fenómeno religioso, aunque tuvo elementos religiosos. En realidad, es difícil definir con exactitud lo que fue el Renacimiento; su carácter variaba de un país a otro, e incluso de un individuo a otro. Tal vez lo más cercano a la esencia del Renacimiento es decir que se centró en recuperar la antigua cultura «clásica» griega y romana para la generación actual. El Renacimiento supuso un resurgir de las formas clásicas de pensamiento, expresión y acción en la gramática, la retórica, la poesía, la historia y la filosofía.
Los pensadores del Renacimiento veían en estas competencias los poderes que transforman la materia prima de la naturaleza humana en la refinada perfección de la persona culta. Pusieron un énfasis especial en los seres humanos como comunicadores; la expresión eficaz de los pensamientos y los valores en la escritura, el habla, la música y el arte visual era fundamental para la visión del Renacimiento.
EL HUMANISMO CRISTIANO
En el siglo XIX, el pensador alemán F.J. Niethammer acuñó el término humanismo para resumir esta concepción renacentista de la cultura y la vida. No debemos confundirlo con la filosofía actual del humanismo secular, que es anticristiano. La mayoría de los humanistas del Renacimiento eran humanistas cristianos. Su compromiso con la cultura humana formaba parte, por lo general, de su visión cristiana del mundo, que veía un sentido y un valor dados por Dios en la vida presente, así como en la vida venidera.
Los humanistas del Renacimiento consideraban la civilización de las antiguas Grecia y Roma como la edad de oro de la cultura humana. Esta edad de oro, creían, debía renacer en el presente si la humanidad quería realizar su potencial. A partir de esta perspectiva, el Renacimiento fue testigo de un nuevo optimismo sobre las posibilidades de los logros humanos en el arte, la música, la literatura, la educación, la ciencia y el gobierno. Esto trajo consigo una reacción contra el ideal monástico medieval de pobreza, ascetismo y contemplación en favor de una vida activa y productiva en el mundo. También apareció una nueva fascinación por la persona individual y un nuevo énfasis en la autoexpresión y el autodesarrollo. Esto, a su vez, dio lugar al florecimiento de los retratos y las biografías no religiosas.
Algunos humanistas del Renacimiento simplemente querían restaurar el espíritu del paganismo clásico centrado en el ser humano. Sin embargo, los humanistas cristianos no limitaron su admiración a los escritores paganos de la época clásica. Querían volver a todas las fuentes de la civilización europea occidental, tanto cristianas como paganas. Por eso se sumergieron de nuevo en las riquezas del Nuevo Testamento griego y de los primeros padres de la iglesia. Los períodos apostólico y patrístico (los padres de la iglesia), a sus ojos, representaban una edad de oro espiritual.
Esta búsqueda humanista de las fuentes vivificantes de la cultura, tanto paganas como cristianas, encontró su expresión en la frase latina ad fontes, o «de vuelta a las fuentes».
EL RENACIMIENTO GRIEGO
El poeta italiano Francesco Petrarca (1304-74) fue el precursor del renacimiento del interés por la cultura latina antigua; nos ocupamos de él en un número anterior de Tabletalk sobre el siglo XIV. Pronto se produjo una renovación paralela del entusiasmo por la cultura griega antigua. Este surgió en la ciudad de Florencia, en el norte de Italia, especialmente a través de un número de eruditos griegos que huyeron del asediado Imperio bizantino y se establecieron en Florencia. Bizancio era el último vestigio del Imperio romano de habla griega, amenazado en el siglo XV por la expansión del Imperio islámico de los turcos otomanos. Finalmente, Bizancio se extinguió en 1453 cuando su capital, Constantinopla, cayó en manos de los otomanos.
Estos eruditos griegos exiliados de Oriente trajeron consigo preciosos manuscritos griegos y un conocimiento vivo de la lengua griega. El más destacado fue Manuel Crisoloras (c. 1355-1415), quien impartió clases en la Universidad de Florencia, inspirando a una nueva generación de humanistas italianos. También fue importante Gemisto Pletón (c. 1355-1450), quien dio conferencias en Florencia sobre la filosofía de Platón.
La popularidad de los estudios griegos en general, y de Platón en particular, alcanzó su punto máximo en 1462 con la fundación de la Academia Platónica de Florencia, dedicada a discutir y difundir el platonismo. La idea de la academia fue de Pletón; su director fue Marsilio Ficino (1433-99), un sacerdote cuya teología fue una mezcla potente de cristianismo y neoplatonismo. Ficino tradujo al latín los escritos completos de Platón y de los neoplatónicos, mientras que sus propios e influyentes tratados sostenían que la filosofía platónica era la compañera divinamente inspirada de la fe cristiana.
LORENZO VALLA
Fue también en la Italia renacentista donde floreció el interés por la Iglesia primitiva. Entre las figuras más importantes se encuentran Ambrogio Traversari (1386-1439), monje florentino y uno de los primeros estudiantes de hebreo del Renacimiento; Basilio Besarión (1403-72), arzobispo bizantino que llegó a ser cardenal de la Iglesia romana; Leonardo Bruni (1370-1444), político florentino, historiador y entusiasta de Platón; y, por encima de todos ellos, Lorenzo Valla (1406-57).
Valla era un nativo de Roma que fue ordenado sacerdote en 1431 y, a partir de entonces, financiado por el papa Nicolás V y el rey Alfonso I de Nápoles, se dedicó a dar conferencias, estudiar y escribir. Valla combinó su celo por el padre de la iglesia primitiva, Agustín, con un estudio pionero del texto griego del Nuevo Testamento y una actitud muy crítica hacia algunas antiguas tradiciones católicas romanas. Sus dos obras más importantes fueron Sobre el falso crédito y la eminencia de la donación de Constantino (1440) y Anotaciones sobre el Nuevo Testamento (1505).
En la primera de estas obras, Valla expuso como falsificación la llamada donación de Constantino, que los papas habían utilizado durante setecientos años para respaldar sus exaltadas pretensiones políticas. Valla sostenía que el papado debía renunciar a todo poder político y convertirse en una institución puramente espiritual. Las anotaciones sobre el Nuevo Testamento, publicadas por Erasmo en 1505, consistían en una comparación crítica del Nuevo Testamento griego y la Vulgata, señalando los numerosos errores de esta última.
EL RENACIMIENTO EN EL ARTE
Florencia fue el principal centro del Renacimiento italiano, pero también tuvo arraigo en otras ciudades, especialmente en Roma. Desde mediados del siglo XV, una serie de «papas renacentistas» apoyaron financieramente la causa humanista. El primero fue Nicolás V (1447-55), mecenas de Valla, quien en 1453 fundó la famosa Biblioteca Vaticana, que pronto albergó la mayor colección de libros del mundo. Los papas del Renacimiento convirtieron a Roma en el corazón vibrante del mundo artístico italiano, con música, pintura, escultura y arquitectura apoyadas generosamente por el papado. Desgraciadamente, el celo de los papas por las artes no solía ir acompañado de un celo correspondiente por la santidad; la mayoría de ellos llevaban una vida escandalosamente inmoral.
El Renacimiento afectó especialmente a las artes visuales. En la Edad Media, la mayoría de los artistas se habían limitado a los temas religiosos, pero los artistas del Renacimiento pintaron paisajes, escenas de la vida cotidiana y retratos individuales de personas que no eran santos o reyes. Se preocuparon de que las personas que representaban parecieran seres humanos reales en entornos naturales. Los temas religiosos recibieron el mismo tratamiento. Por primera vez, los artistas representaron escenas y personajes bíblicos, incluido el propio Jesús, de forma natural y realista.
Entre los pintores y escultores famosos del Renacimiento italiano se encuentran Fra Angelico (c. 1400-1455), Donatello (c. 1386-1466), Sandro Botticelli (c. 1444-1510), Leonardo da Vinci (1452-1519), Rafael (1483-1520), Miguel Ángel (1475-1564) y Tiziano (c. 1477-1576). Todos ellos se encuentran entre los más grandes artistas que han existido.
LA REVOLUCIÓN DE LA IMPRENTA
A partir de las últimas décadas del siglo XV, el Renacimiento se desbordó hacia el resto de Europa. Una de las principales razones por las que los ideales humanistas se extendieron tan eficazmente desde su centro italiano fue la invención de la imprenta con tipos móviles. Hacia 1450, Johannes Gutenberg (c. 1395-1468), de Maguncia, Alemania, creó la primera imprenta europea de este tipo, y el primer libro que imprimió fue la Biblia. En 1500, más de doscientas imprentas funcionaban en toda Europa.
Es difícil exagerar la revolución cultural que esto representó. Se acabaron los días en que los escribas tenían que copiar los libros a mano. Por primera vez, un editor podía hacer miles de copias de un libro de forma fácil y rápida y ponerlas en circulación masiva. Esto permitió que las ideas se difundieran con mayor rapidez y que la alfabetización fuera más valorada.
EL RENACIMIENTO ALEMÁN
Aparte de Italia, la región de Europa en la que el Renacimiento tuvo un mayor impacto fue en Alemania. Aquí, el Renacimiento fue más profundamente cristiano que en Italia. Los humanistas alemanes crearon una alianza íntima entre los elementos paganos y cristianos de la cultura clásica. De sus elementos paganos derivaron modelos de estilo literario, filosofía platónica e ideales de ciudadanía política. A partir de sus elementos cristianos, dieron forma a un concepto de espiritualidad cristiana que enfatizaba el estudio del Nuevo Testamento, una fe sencilla centrada en Cristo, el valor permanente de los primeros padres de la iglesia y la importancia de servir a Dios en el mundo en lugar de retirarse a un monasterio.
Los humanistas alemanes desarrollaron estas inquietudes en consciente antagonismo con la teología «escolástica» que se enseñaba en las universidades europeas a finales de la Edad Media. El escolasticismo, creían, era como una distorsión del evangelio, que seducía a la gente desde la simplicidad de Cristo hacia un terreno baldío de argumentos abstractos. El Renacimiento alemán también se alejó de la tendencia medieval de interpretar las Escrituras de manera alegórica (buscando significados espirituales profundos y ocultos), poniendo un nuevo énfasis en la interpretación «gramático-histórica» (entendiendo las palabras y declaraciones de la Biblia principalmente en su sentido ordinario y obvio).
A partir de esta alianza de los aspectos paganos y cristianos de la cultura clásica, los humanistas alemanes diseñaron una visión para la reforma de la sociedad. Esperaban, a través de la educación, purificar las mentes de las personas de la ignorancia y la superstición y educarlas como ciudadanos cristianos piadosos y útiles que glorifiquen a Dios a través de sus diversos dones aquí en la tierra como artistas, políticos, maestros, comerciantes, artesanos, amas de casa, etc.
LA VÍSPERA DE LA REFORMA
A medida que se acercaba el siglo XVI, una variedad de personajes trabajaron por la reforma de la enseñanza y la vida cristiana en Europa. Muchos de los humanistas cristianos se dedicaron a este propósito. En Bohemia (actual República Checa), Jan Hus y los husitas habían convertido los embrionarios ideales «protestantes» del reformador inglés John Wycliffe en una realidad nacional. Más allá de Bohemia, otros anticiparon muchas de las convicciones de la Reforma del siglo XVI.
JUAN DE WESEL (1400-1481)
Juan de Wesel nació en Oberwesel, a orillas del Rin (Alemania occidental), dio clases en la Universidad de Basilea (Suiza) y en 1463 fue nombrado predicador de la catedral de Worms en Alemania. Sus críticas a la teología católica romana medieval fueron numerosas y audaces. Juan enseñaba que solo la Escritura era la fuente de la enseñanza cristiana, y que los papas y los concilios no debían ser obedecidos si contradecían la Escritura. Definió la iglesia como el conjunto de los creyentes, no la organización eclesiástica encabezada por el papado. También rechazó la doctrina de la transubstanciación, las indulgencias y el celibato obligatorio del clero.
Las autoridades eclesiásticas no podían permanecer en silencio ante tales críticas. En 1479, la Inquisición de Maguncia llevó a juicio a Juan. Su fragilidad (tenía setenta y nueve años) no fue suficiente contra el poder persuasivo de la Inquisición y aceptó retractarse de sus herejías en una declaración pública. Las autoridades quemaron todos sus escritos.
WESSEL GANSFORT (1419-89)
Nacido en Groninga (Países Bajos), Wessel Gansfort estudió en varias universidades antes de dar clases en Heidelberg y París. Fue un humanista pionero y un experto en griego y hebreo. En teología, Gansfort fue al inicio un discípulo de Tomás de Aquino, pero más tarde recurrió a Agustín de Hipona como guía más segura. Volvió a Groninga hacia 1474 para desempeñar el cargo de director espiritual en el monasterio de Santa Inés.
La predicación y la enseñanza de Gansfort atrajeron un amplio círculo de admiradores. Al igual que Juan de Wesel, hizo críticas profundas a la doctrina católica romana medieval. Negó la infalibilidad tanto del papado como de los concilios generales de la iglesia. Definió a la iglesia como el conjunto de los creyentes, no la organización encabezada por el papado. Aceptó el sacrificio de la misa, pero a la vez mantuvo que Cristo estaba presente en el pan y el vino solo para los creyentes. Como agustiniano decidido, defendía la salvación por la gracia soberana de Dios, rechazaba las indulgencias e incluso enseñaba una doctrina de la justificación por la fe, aunque era algo confusa.
Gansfort tuvo más suerte que Juan de Wesel al escapar de la Inquisición; murió en paz. Ninguno de los escritos de Gansfort se imprimieron hasta la Reforma, cuando Lutero publicó una edición con un admirable prefacio escrito por él mismo.
GIROLAMO SAVONAROLA (1452-98)
Girolamo Savonarola era un nativo de la ciudad italiana renacentista de Ferrara que en 1474 se hizo fraile dominico. En 1491 fue nombrado prior de San Marcos, un convento dominico de Florencia. Su predicación fue tan popular que le dio un poder casi total sobre la ciudad, especialmente después de que su familia gobernante, los Medici, huyera de una invasión francesa en 1494.
La popularidad de Savonarola no se debía a que sus sermones adularan a la gente; nadie denunciaba el pecado ni advertía del juicio divino con tanta severidad como él. Sus reformas morales convirtieron a la ciudad de Florencia en una especie de comunidad monástica. En 1496, los ciudadanos de Florencia quemaron en una hoguera pública (la «hoguera de las vanidades») toda la pornografía, los cosméticos y los objetos que usaban para el juego. Savonarola también llevó a cabo profundas reformas políticas, redactando una nueva constitución democrática para Florencia.
En 1495 estalló una fuerte disputa entre Savonarola y el papa Alejandro VI, a quien no le gustaba que Savonarola afirmara ser un mensajero de Cristo enviado por el cielo ni que el fraile se involucrara en la política (Alejandro también estaba bajo la influencia de los Medici, que querían recuperar su poder en Florencia). Ordenó a Savonarola que dejara de predicar. Savonarola se negó a obedecer, denunció a Alejandro como siervo de Satanás y comenzó a predicar contra las corrupciones de la corte papal. Alejandro excomulgó a Savonarola en 1497. Savonarola apeló a un consejo general de la iglesia.
Finalmente, el papa ganó su batalla contra Savonarola, que fue quemado en la hoguera el 23 de mayo de 1498. No fue realmente un reformador teológico como Juan de Wesel o Wessel Gansfort, pues él siguió aceptando las doctrinas básicas del catolicismo romano medieval. Aun así, Lutero y otros consideraron a Savonarola como un precursor de la Reforma por dos razones. En primer lugar, Savonarola era un agustino fuerte en su comprensión de la gracia soberana de Dios. En segundo lugar, desafió al papado y pagó con su vida.
LA DEVOCIÓN MODERNA
La devotio moderna, la «forma moderna de servir a Dios», fue un movimiento de piedad (en gran parte) laica que se originó a finales del siglo XIV en los Países Bajos y floreció en el siglo XV. Se caracterizaba por un sentido de la cercanía personal de Dios al individuo y por centrar la mente en la vida y los sufrimientos de Jesús, tal y como se describen en los evangelios.
El escrito más influyente que surgió de este movimiento fue La imitación de Cristo, de Tomás de Kempis (1380-1471). Tomás nació en Kempen, al noroeste de Alemania. En 1399, se unió a la comunidad del monte de Santa Inés, cerca de Zwolle, en los Países Bajos. Su hermano mayor era el prior de la comunidad. Tomás estudió la Biblia y los primeros padres de la iglesia, predicó elocuentes sermones y escribió muchas obras sobre la vida espiritual, como Oraciones y meditaciones sobre la vida de Cristo.
La obra más trascendente de Tomás es La imitación de Cristo. Se ha traducido a más idiomas que cualquier otro libro cristiano, excepto la Biblia. Arraigada en un conocimiento profundo de las Escrituras y bañada en la espiritualidad de Agustín, la Imitación es un manual sobre cómo vivir una vida cristiana auténtica. Es sencillo, directo (dirigido «a ti», el lector), y se rige por dos grandes imperativos: (1) poner el corazón en las realidades eternas, y (2) caminar con Jesús en todos los aspectos de la vida cotidiana.
La obra maestra de Tomás ha encontrado una aceptación amplia entre los protestantes, a pesar del fuerte énfasis católico romano medieval que la Imitación pone en la misa. Quizá su descripción intensamente personal de la relación del creyente con Jesús le ha permitido trascender ciertas fronteras entre todos los que conocen al Jesús de Tomás, aunque no compartan las doctrinas católicas romanas de Tomás.
LA OBSESIÓN POR LAS BRUJAS
La época del Renacimiento supuso una búsqueda sincera de una piedad más sencilla, racional y bíblica. Sin embargo, curiosamente, el Renacimiento también fue testigo del nacimiento de una manía que arrasaría la sociedad occidental durante los siguientes trescientos años: la cacería de brujas. El miedo y el pánico a la existencia y las actividades de las brujas se apoderó de casi todos los niveles de la sociedad.
La gente de hoy suele pensar que la creencia en la brujería era una «superstición medieval». Esto dista mucho de ser la realidad. La herejía, no la brujería, era el gran temor de la época medieval. Cuando se fundó la Inquisición en 1215, ni siquiera hizo mención de las brujas. No fue sino hasta el siglo XV que la brujería sustituyó a la herejía como el máximo enemigo.
En los siglos XIII y XIV hubo una inquietud creciente por las brujas, pero no fue hasta el siglo XV que la iglesia empezó a considerar que la brujería requería un tratamiento especial. En 1370-80, la Inquisición decretó en una serie de tratados que la brujería debía ser tratada con la misma severidad que la herejía. Esta fue la primera gota. Cien años más tarde, en 1484, el papa Inocencio VIII (1484-92) publicó una de las bulas papales más famosas, Summis desiderantes, que hizo de la quema de brujas una política católica oficial. La gota se había convertido en un torrente.
En 1486 apareció el libro más influyente que se haya escrito jamás sobre la brujería: el Malleus Maleficarum (Martillo de las brujas), reimpreso constantemente a lo largo de los siglos XVI y XVII. Los autores fueron los inquisidores de alto rango, los frailes dominicos Heinrich Kramer y Jacob Sprenger. Aquí estaba todo lo que cualquiera podía querer saber sobre las brujas y cómo tratarlas. Las historias sobre poderes ocultos que una generación anterior había desechado como delirios extraños eran ahora aceptadas como hechos horribles y descritas con escabroso detalle. Los lectores modernos necesitarán un estómago fuerte para leer el Malleus Maleficarum.
Kramer y Sprenger eran especialmente severos con las mujeres: declararon que había diez brujas por cada hombre. El mal tiempo, las pérdidas de cosechas, las hambrunas, las sequías, la mortalidad infantil, la esterilidad de los seres humanos y de los animales de granja: las brujas eran, según decían, la causa de todo eso. La sociedad tenía que exterminarlas por su propia seguridad. Una estimación experta sitúa el número total de víctimas en todo el período entre cincuenta mil y cien mil.
La locura por las brujas fue tan feroz en los países que aceptaron la Reforma como en las tierras católicas romanas. En la Ginebra de Calvino, por ejemplo, cada año se ejecutaban dos o tres mujeres por brujería. Los episodios protestantes más notorios se produjeron en la Inglaterra puritana y en la Norteamérica puritana. Durante la Guerra Civil inglesa, el «cazador de brujas» Matthew Hopkins superó a todos los demás «cazadores de brujas» en descubrir a las agentes de Satanás. Por ejemplo, en el verano de 1645, veintinueve mujeres fueron acusadas de brujería por Hopkins; diecinueve fueron ejecutadas.
La Norteamérica puritana aporta el episodio más infame en el pueblo de Salem, Massachusetts, en 1692. Allí, veinte personas fueron condenadas a muerte. Afortunadamente, algunos clérigos puritanos mantuvieron la calma y las críticas de Increase Mather ayudaron a poner fin rápidamente al proceso. Cinco años después, uno de los jueces de Salem, Samuel Sewall, confesó públicamente a su iglesia lo equivocado que había estado al participar en semejante estallido de histeria pública. Su confesión es uno de los testimonios más conmovedores del poder de la locura por las brujas, que no es una superstición medieval, sino que floreció en el Renacimiento y la Reforma.