La historia es conocida. Un hombre ha sido un creyente en Cristo durante décadas. Según todas las apariencias, es un hombre de fidelidad e integridad cristianas. Ha logrado mantener una reputación como un buen ejemplo de fidelidad pública y privada a las cosas de Dios durante décadas. Entonces, de forma inesperada, todo se derrumba en un socavón de pecado. Todo el mundo se pregunta cómo ha podido ocurrir tan rápidamente. En la mayoría de los casos, pronto se sabe que, como la mayoría de los socavones, el problema no se desarrolló de la noche a la mañana.
Probablemente, algunos años atrás, este hombre tenía una vida devocional relativamente consistente a través de la cual el Señor a menudo lo refrescaba, fortalecía y maduraba. Pero con el paso de los años, su ajetreada vida se volvió cada vez más ocupada. Su vida devocional le parecía cada vez más una carga y, a veces, una mera obligación, en lugar de una bendición. Debido a las dosis masivas de enseñanza bíblica que había escuchado, además de los conocimientos adquiridos impartiendo él mismo clases de Biblia en la iglesia, empezó a considerar que necesitaba pasar menos tiempo en oración privada y lectura de la Biblia que cuando era más joven y no tan maduro espiritualmente. Además, tenía tantas otras responsabilidades que seguramente Dios entendería que estaba demasiado ocupado para reunirse con Él todos los días.
Una pequeña concesión llevó a otra; una racionalización plausible llevó a la siguiente, hasta el devastador día en que se alcanzó un punto de inflexión y la debilidad espiritual desarrollada por demasiadas concesiones privadas ya no pudo sostener ni siquiera la apariencia de integridad cristiana. Y en el socavón cayeron su reputación, su testimonio, su ministerio y quizás mucho más.
Si eres un cristiano joven y fuerte, apasionado por las cosas de Dios, y te resulta imposible imaginarte a ti mismo llegando a tal condición, ten cuidado. Esta situación podría ser fácilmente la tuya dentro de unos años. Las palabras de 1 Corintios 10:12 son una advertencia adecuada en este caso: «Por tanto, el que cree que está firme, tenga cuidado, no sea que caiga».
Llevo veinticuatro años en el ministerio pastoral. Durante quince años he sido profesor de espiritualidad bíblica. He escrito varios libros y muchos artículos relacionados con la espiritualidad. A diario les hablo del tema a futuros ministros y misioneros en el aula del seminario, y en iglesias y conferencias en todo el país casi todos los fines de semana. Y, sin embargo, admito libremente que me resulta más difícil mantener mi vida devocional ahora más que nunca en mi vida. Eso es porque ahora estoy más ocupado que nunca. Tengo muchas más responsabilidades que cuando era joven. Todas ellas requieren tiempo, tiempo que debe salir de alguna parte.
A medida que aumentan las presiones de la vida y se acercan más plazos, se hace más difícil mantener el tiempo para la vida devocional. Aquí es donde comienza la erosión.
Al principio es probable que muy pocos sepan cuándo empieza a desmoronarse la parte oculta de su vida espiritual. Al igual que los movimientos imperceptibles del agua en el subsuelo pueden llevarse la tierra que hay debajo mucho antes de que alguien en la superficie lo perciba, las presiones de la vida pueden desplazar secretamente el suelo de nuestras disciplinas espirituales privadas mucho antes de que el impacto de su ausencia sea visible para los demás. Las partes más públicas de la vida de un cristiano, como la participación en la iglesia y las diversas formas de ministerio, a menudo pueden continuar con poco cambio observable hasta el terrible momento del colapso en que la hipocresía se revela.
Estoy seguro de que ya estás familiarizado con muchos factores que socavan la intimidad con Cristo. Date cuenta de que es casi seguro que esos «ladrones de tiempo» que intentan robarte tu tiempo con Dios solo aumentarán a medida que pasen los años. Mi esperanza es que este artículo te alerte sobre esta tendencia sutil y sigilosa para que no te sobrecoja.
No te dejes engañar por la tentación de pensar que a mayor madurez espiritual, que esperas que llegue con la edad, menor será la necesidad de alimentar tu alma con Cristo a través de la Biblia y la oración. Lo que Jesús oró en Juan 17:17 por todos Sus seguidores, «Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad», se aplica a todos nosotros a lo largo de nuestra vida.
Jesús practicó lo que oró por nosotros. Aunque Jesús es infinitamente más que nuestro ejemplo, también es nuestro ejemplo de vida santificada, de vida coram Deo. La Biblia nos dice que Jesús asistía con regularidad cuando el pueblo de Dios se reunía para escuchar las Escrituras (Lc 4:16) y también que se reunía a solas con Su Padre (Mt 14:23). Los seguidores de Jesús necesitan tanto la gracia sustentadora que viene a través de la adoración pública de Dios como la que recibimos cuando nos reunimos con Él individualmente.
No quiero minimizar el papel que desempeña la iglesia en la prevención del naufragio espiritual en la vida del creyente. En este artículo, sin embargo, escribo para advertir a aquellos que cada vez más se verán tentados a pensar que encontrarse frecuentemente con Dios en compañía de otros puede compensar el hecho de que rara vez se encuentren con Él a solas.
Hay temporadas de la vida en las que nuestros hábitos devocionales pueden ser providencialmente alterados. Pero la regla general es que aquellos reconciliados con Dios a través de la cruz de Su Hijo necesitan una comunión consciente y personal con Él cada día hasta el día en que lo vean cara a cara. Y el medio ordinario por el que Él la proporciona es a través de las disciplinas espirituales personales que se encuentran en la Escritura, siendo las principales la lectura de la Palabra de Dios y la oración.
Busca al Señor con una pasión implacable, de por vida, que desafíe los obstáculos. Resuelve no dejar que tu vida diaria te aleje de Jesús a diario.