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Nota del editor: Este es el segundo capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo XVII
El siglo XVII fue uno de los más intensos, vívidos e impactantes de la historia cristiana. Fue como si todas las cuestiones planteadas por la Reforma del siglo XVI se vertieran en el siglo XVII y se agitaran violentamente, y la mezcla explosiva resultante se volcara de nuevo para encender los siglos siguientes hasta el presente. En este breve resumen, solo echaremos un vistazo a algunos de los temas principales que siguen resonando hasta nuestros días.
ESCOLASTICISMO
El siglo XVII fue la gran época de la escolástica luterana y reformada. Los herederos de Martín Lutero y Juan Calvino se deleitaron en trazar sistemas completos de teología. La palabra sistema era apropiada: proviene de una palabra griega que significa «un conjunto organizado». Entre los luteranos, quizás Johannes Quenstadt de Wittenberg (1617-88) fue el teólogo sistemático por excelencia; entre los reformados, fue Francis Turretin de Ginebra (1623-87).
La palabra escolástica tiene a veces una mala connotación, pero no debería. Se refiere al parentesco de estos eruditos con los teólogos escolásticos medievales al estar comprometidos con la exposición sistemática de la doctrina, pero esta vez con contenido reformado. También señala que comparten con Tomás de Aquino, el sistemático supremo de la Edad Media, la aceptación de los métodos aristotélicos de categorización de las ideas como la guía más segura en la filosofía. Los escolásticos protestantes, sin embargo, tenían perfectamente claro que no consideraban a Aristóteles como una autoridad teológica. En este sentido, miraban sobre todo a las Escrituras y también a lo mejor de la tradición teológica de la iglesia.
A veces se acusa a los escolásticos protestantes de sacrificar el cristianismo bíblico por una metafísica abstracta. Sin embargo, es difícil leer a los escolásticos protestantes y pensar que se está respirando un aire no cristiano. Puede que tuvieran defectos, pero ignorar la Biblia no era uno de ellos. Muchas veces, quien escribe, ha terminado de leer a Turretin con el corazón extrañamente reconfortado.
Toda la empresa de la teología sistemática protestante hasta el día de hoy descansa sobre los hombros (o las cabezas) de nuestros antepasados escolásticos. Se merecen una mejor prensa de la que a veces se les ha dado. Si estás en la tradición reformada, sería bueno que compres una copia de Turretin y leas lo que tiene para decir.
CONFESIONALISMO
Para el mundo angloparlante, el siglo XVII dejó otro legado: los documentos de la Asamblea de Westminster, que se reunió intermitentemente desde 1643 hasta 1653. Entre ellos se encuentran la Confesión de Fe de Westminster y los Catecismos Mayor y Menor. Estos fueron los mejores frutos de la teología reformada británica de aquella época y desde entonces han moldeado el pensamiento y la piedad de los reformados angloparlantes.
Su influencia no se ha limitado a los presbiterianos. Cuando los congregacionalistas ingleses adoptaron su propia confesión de fe (la Declaración de Saboya) en 1658, era una versión ligeramente modificada de la Confesión de Westminster. De nuevo, cuando los bautistas reformados ingleses, en 1689, expusieron su confesión, esta era también la de Westminster, ligeramente modificada. Los bautistas llegaron incluso a adjuntar un prefacio en el que declaraban que habían adoptado deliberadamente la de Westminster como un acto de ecumenismo reformado. Hasta el día de hoy, estas confesiones perduran.
PURITANISMO
La mención de la Asamblea de Westminster nos alerta sobre el hecho de que el siglo XVII fue el «siglo puritano». Los debates sobre el origen y la naturaleza del puritanismo abundan. Tal vez podamos limitarlos simplemente diciendo que hay un cuerpo de cristianos ingleses a los que hoy reconocemos como puritanos y que de ellos ha llegado hasta nosotros una literatura espiritual extraordinariamente rica, tanto doctrinal como experiencial. Si alguna vez has leído a Richard Baxter, Thomas Watson, Thomas Brooks, Richard Sibbes, John Flavel o similares, sabrás a qué me refiero.
El objetivo original de estos apodados «puritanos» era continuar la Reforma dentro de la Iglesia de Inglaterra, tratando de convertirla en un organismo cada vez más efectivamente protestante y reformado. Al principio, pocos pensaron que esto significaría deshacerse de los obispos. Pero a mediados del siglo XVII, los obispos anglicanos se habían convertido (a ojos de los puritanos) en defensores tan férreos del statu quo, que muchos puritanos prefirieron abrazar el presbiterianismo. Otros, de forma aun más radical, se pasaron al congregacionalismo. Algunos incluso se convirtieron en bautistas reformados o, como se les conocía entonces, bautistas particulares. El «particular» se refería a su creencia en la redención particular, distinguiéndolos así de los bautistas arminianos o generales.
Tal vez por desgracia, el puritanismo se vio envuelto en las luchas políticas y constitucionales inglesas que culminaron en la Guerra Civil inglesa de 1642-51. En esta ruptura de relaciones entre la monarquía inglesa (en la persona del rey Carlos I) y su Parlamento, la mayoría de los puritanos se alinearon con el Parlamento, viendo en él un mejor defensor de sus aspiraciones religiosas. A pesar de haber derrotado a Carlos I en el campo de batalla, la alianza entre los puritanos y el Parlamento acabó en confusión y ruina. El Parlamento, dominado por los presbiterianos, se enemistó con su propio ejército, dominado por los congregacionalistas y los bautistas, cuya primera prioridad era la tolerancia religiosa para todos los protestantes.
Este conflicto entre el Parlamento y el ejército dio lugar, de 1653 a 1658, a la «dictadura piadosa» de Oliver Cromwell, un brillante líder militar del ejército y ardiente devoto de la libertad religiosa. El enredo del puritanismo con la política significó que cuando la monarquía finalmente fue restaurada en 1660, los monárquicos tenían razones políticas para temer, desconfiar e incluso detestar a los puritanos. De ahí surgió una larga persecución a los puritanos fuera de la iglesia nacional, que no terminó hasta 1689, con la llegada del rey Guillermo III (Guillermo de Orange, un calvinista holandés) y la reina María II. Una nación agotada por el conflicto religioso acordó finalmente que la idea de una única iglesia nacional a la que todos debían pertenecer no era realista.
Por tanto, a partir de la Guerra Civil inglesa y sus consecuencias, debemos al siglo XVII la división permanente en Inglaterra entre anglicanos y no conformistas (o disidentes): los que aceptan una iglesia estatal gobernada por el monarca a través de los obispos, y los que no. Por primera vez, una nación protestante se comprometía con la diversidad protestante. Así aparecen los primeros brotes de la libertad religiosa tal y como la conocemos hoy. Aquí también, en la tradición no conformista inglesa, había toda una nueva fuerza vital en la vida cristiana de los angloparlantes, que haría grandes cosas para Dios. En la propia Inglaterra, las ramas congregacional y bautista del no conformismo tienen una historia ilustre. Pensemos en John Bunyan, John Owen, Isaac Watts, William Carey, C.H. Spurgeon y muchos otros.
COLONIALISMO AMERICANO
En el siglo XVII también se establecieron los primeros colonos protestantes ingleses en Norteamérica. La primera colonia de este tipo fue Jamestown, en Virginia, fundada en 1607. Era un asentamiento de mercaderes anglicanos, pero teñido de puritanismo (como demuestran sus estrictas leyes sobre la observancia del día de reposo cristiano).
Posteriormente, la colonia separatista de Plymouth, en Massachusetts, fundada en 1620, se hizo más famosa. Los separatistas eran puritanos que, a diferencia de la mayoría de sus hermanos puritanos, habían roto por completo con la Iglesia anglicana, al ver la imposibilidad de reformarla desde dentro. Los separatistas que llegaron en noviembre de 1620 en el barco Mayflower celebraron el primer Día de Acción de Gracias en 1621 tras una buena cosecha. Su comunidad fue la precursora de la gran migración de 1630-40, en la que unos veinte mil separatistas ingleses abandonaron la madre patria para dirigirse a Norteamérica, fundando la llamada «Nueva Inglaterra» en la costa este estadounidense. Nueva Inglaterra, con sus orígenes puritanos, tendría una profunda influencia formativa en la nueva nación que estaba tomando forma en el continente americano.
JANSENISMO
Es posible que los protestantes no estén tan familiarizados con la evolución de la Iglesia católica romana en el siglo XVII, pero esta fue importante. De hecho, este siglo fue testigo de uno de los conflictos más explosivos jamás experimentados dentro del catolicismo romano: la controversia jansenista. Se llamó así por Cornelius Jansen (1585-1638), quien impartía clases de teología en la Universidad de Lovaina, en los Países Bajos españoles (cerca de la actual Bélgica). Aunque el catolicismo romano había reaccionado en cierta medida contra la doctrina agustiniana de la gracia durante las tormentas de la Reforma, el agustinismo no estaba en absoluto muerto dentro del catolicismo y Jansen trató de revivirlo. Su instrumento principal fue un libro titulado Augustinus, un comentario a los tratados de Agustín sobre la gracia. Jansen murió justo antes de que el libro saliera de la imprenta en 1640, pero su íntimo amigo Jean Duvergier de Hauranne (1581-1643), un distinguido abad francés, se encargó de que el libro tuviera una gran acogida en Francia.
No podemos seguir aquí los dramáticos giros de la controversia, pero el jansenismo se convirtió en una fuerza poderosa dentro de la Iglesia católica francesa. Los jansenistas han sido llamados los puritanos católicos franceses y siempre han atraído la admiración de los protestantes de entonces y de ahora. William Cunningham, el príncipe de los teólogos reformados escoceses del siglo XIX, describió a los jansenistas como «el mejor grupo de hombres que ha producido la Iglesia de Roma». Su principal pensador fue Blaise Pascal (1623-62), un científico, filósofo y teólogo de nivel de genio cuya fama perdura hasta nuestros días. El legado más duradero de Pascal es su obra apologética Pensées (Pensamientos), que está impregnada de un sentido agustiniano de la fragilidad humana y de la impotencia de la razón humana autónoma para encontrar al Dios vivo y verdadero.
La derrota definitiva del jansenismo en el siglo XVIII supuso un golpe prácticamente mortal para la supervivencia del agustinismo dentro de la Iglesia católica romana. En cambio, el legado de la doctrina de la gracia de Agustín perduraría en las tradiciones luterana y reformada.
ARMINIANISMO
Sin embargo, la fe reformada tuvo su propia controversia definitoria sobre la gracia en el siglo XVII con la controversia arminiana. Llamada así por el teólogo holandés Jacobo Arminio (1560-1609), la controversia llevó a la República Holandesa al borde de la guerra civil (la religión, como era habitual en el siglo XVII, estaba entrelazada con la política). Arminio y sus seguidores cuestionaron la concepción agustiniana de la gracia, que había sido la ortodoxia reinante hasta entonces en la Iglesia reformada holandesa. Posiblemente no fueron tan innovadores como representantes de una tradición alternativa de humanismo erasmiano que siempre estuvo presente en el protestantismo holandés. Si recordamos la disputa de Erasmo con Lutero resumida en La esclavitud de la voluntad escrita por Lutero, obtendremos una muestra del desafío arminiano al calvinismo.
Los arminianos expusieron sus posturas distintivas en un manifiesto conocido como la Remostrancia (en 1610, el año siguiente a la muerte de Arminio). En él afirmaban que la elección divina estaba condicionada por la presciencia de Dios sobre quién creería, y que la gracia divina, aunque necesaria para potenciar la voluntad humana muerta por el pecado, siempre puede ser resistida. La Remostrancia tenía cinco puntos y llevó a los defensores de la teología agustiniana a rebatirlos con cinco puntos propios en la Contrarremonstrancia (1611).
Finalmente, los factores políticos conspiraron para facilitar una reunión de pastores y teólogos reformados holandeses en la ciudad de Dort (o Dordrecht) en 1618-19, a la que fueron invitados representantes de otras iglesias reformadas de fuera de los Países Bajos. Aquí se elaboraron los Cánones de Dort, que reafirmaron una perspectiva agustiniana sobre los puntos en disputa, aunque en un lenguaje moderado (los Cánones están lejos de ser un desvarío antiarminiano). Se trataba de un nuevo estándar de oro de la ortodoxia para la fe reformada en lo que respecta a la comprensión adecuada de la gracia de Dios en la salvación. Los cinco puntos del calvinismo se derivan de los Cánones y de la anterior Contrarremonstrancia. Sin embargo, hay que tener en cuenta que estos cinco puntos no son en absoluto un resumen del calvinismo en su conjunto; solo resumen su comprensión de la gracia en respuesta al desafío arminiano. En la fe reformada hay mucho más que esos cinco puntos.
AMIRALDIANISMO
El debate sobre la gracia dentro de la fe reformada aún no había terminado. En 1634, el pensador reformado francés Moise Amyraut (1596-1664) publicó su Breve tratado sobre la predestinación. Para decirlo tomando prestadas algunas palabras famosas del comentario de Karl Barth sobre Romanos, aquel tratado aterrizó como una bomba en el patio de los teólogos. El mundo reformado, especialmente en Francia, se vio convulsionado por la controversia que causaron las ideas de Amyraut casi hasta el final del siglo.
En esencia, se trataba de una controversia sobre la mejor manera de exponer las dimensiones universales de la expiación. Probablemente todos los teólogos reformados de la época habrían estado de acuerdo en que la muerte de Cristo era suficiente para todos. Amyraut quería situar esta suficiencia en el contexto de la intención salvadora de Dios. Su punto de vista era que, en Su propósito eterno, Dios envió a Cristo para salvar a toda la humanidad, estando el efecto de esta misión condicionado a la fe. Entonces Dios se propuso dar fe a algunos (los escogidos) para que la muerte de Cristo diera realmente frutos salvadores en su caso. Muchos encontraron esto atractivo y aceptable, pero otros tantos no. Los opositores consideraban la tesis de Amyraut como una ortodoxia reformada diluida en una dirección arminiana. Las opiniones de Amyraut se conocieron como amiraldianismo, por la forma latinizada de su nombre.
El conflicto interno de la fe reformada sobre el amiraldianismo nunca se resolvió del todo; no hubo un sínodo internacional como el de Dort para debatir y resolver la cuestión. En la propia Francia, el amiraldianismo acabó por imponerse a la mayoría de los pastores y teólogos franceses, pero fuera de Francia le fue mucho peor. El principal gigante de la escolástica reformada, Francis Turretin, aunque admitió que los amiraldianos eran hombres reformados, argumentó fuertemente contra sus puntos de vista y su crítica se convirtió en la opinión mayoritaria. En el orden divino de los decretos en la eternidad, la elección de Dios de salvar a los escogidos tenía prioridad lógica sobre Su decreto de proporcionar un Salvador en Cristo. La forma amiraldiana de plantear el aspecto universal de la expiación era por tanto inválida, ya que invertía este orden.
PIETISMO
El siglo XVII vio también el nacimiento del pietismo. Este comenzó como un movimiento de renovación espiritual de las iglesias luteranas alemanas. Su abuelo fue el pastor luterano Johann Arndt (1553-1621), cuyo influyente tratado Cristianismo auténtico, publicado en cuatro volúmenes entre 1605 y 1610, expuso con elocuencia el lugar de la santificación en la vida de la fe auténtica.
Su impacto se extendió mucho más allá de las fronteras del luteranismo. Por ejemplo, se convirtió en la lectura espiritual favorita del gran obispo ortodoxo ruso y santo Tikhon de Zadonsk (1724-1783). Tikhon, al aconsejar a un joven ruso sobre su lectura religiosa, dijo del Cristianismo auténtico de Arndt: «Siempre, por la mañana y por la noche, estudia la Biblia y a Arndt; solo debes hojear otros libros».
Arndt fue la influencia suprema para el padre del pietismo, Philip Jacob Spener (1635-1705), un pastor luterano que sirvió en varias ciudades como Frankfurt, Dresde y Berlín. A partir de Arndt, Spener concibió un método para revitalizar el luteranismo alemán, que en su opinión se había obsesionado excesivamente con el conocimiento, favoreciendo la cabeza en detrimento del corazón. Publicó su método en 1675 en el tratado Pia Desideria (Santos deseos). Spener hizo seis propuestas para la renovación luterana:
(1) La práctica comprometida del estudio de la Biblia por parte de todos los miembros de la iglesia, por ejemplo, en pequeños grupos de discusión.
(2) La participación activa de los laicos en la vida de la iglesia. No debía haber un ministerio unipersonal.
(3) El énfasis en la práctica viva del amor cristiano como algo más importante que el mero conocimiento de la doctrina.
(4) Un énfasis en lo que une a los cristianos a través de las divisiones denominacionales en lugar de las disputas teológicas, por ejemplo, entre luteranos y calvinistas.
(5) La reforma de la formación pastoral para que la formación espiritual del alma y el carácter sean el foco principal y no la mera transmisión de la erudición.
(6) Un énfasis en la predicación como algo simple y edificante, no meros ensayos de la ortodoxia luterana con denuncias de todos los que no están de acuerdo (Arndt sería un modelo de buena predicación).
Pronto los luteranos de toda Alemania leyeron Pia Desideria. Se convirtió en un éxito de ventas instantáneo, tuvo cuatro ediciones en las tres décadas siguientes y se tradujo al latín para el mercado académico internacional. Algunos luteranos lo condenaron por tener una actitud despectiva hacia la teología, por hacer demasiado hincapié en el papel religioso de la emoción y por ser blando con los calvinistas, pero otros, incluidos los escolásticos luteranos, elogiaron el libro. A finales del siglo XVII, Pia Desideria había desatado un río de influencia pietista que fluyó no solo en Alemania, sino también en la Escandinavia luterana, y que cruzó las barreras religiosas para encontrar una recepción amistosa en la Suiza reformada y en la República Holandesa reformada.
La otra gran figura pietista fue August Hermann Francke (1663-1727), discípulo de Spener. Fue director de una nueva universidad en Halle, financiada por el príncipe Federico III de Brandeburgo-Prusia, admirador de Spener. La universidad se estableció específicamente como un vivero del pietismo, combinando las actividades académicas con la formación espiritual de los estudiantes. Además de su trabajo en la universidad, Francke fundó orfanatos y escuelas para niños de la calle y un instituto bíblico para imprimir y distribuir biblias y literatura cristiana a precios baratos. También contribuyó a que el luteranismo pietista se convirtiera en la primera fuerza efectiva de las misiones protestantes fuera de Europa.
El propio Francke tenía un sentido de la necesidad de las misiones mundiales como parte integral de la llegada del reino de Cristo. Hizo todo lo posible para implantar esta convicción en sus alumnos de Halle. Sin embargo, seguía existiendo el problema práctico de cómo llevar a los misioneros a países no cristianos y apoyarlos mientras trabajaban allí. Los misioneros católicos romanos tenían los vastos imperios de ultramar de España y Portugal para llevarlos al extranjero y protegerlos, pero ¿qué podían hacer los protestantes?
La respuesta llegó en la forma de un rey protestante: Federico IV de Dinamarca (1699-1730). Federico tenía un capellán pietista alemán, Franz Julius Liitkins (1650-1712), que transmitió a Federico el entusiasmo pietista por la misión. El rey danés decidió imitar el celo de los monarcas católicos en la promoción de la evangelización en ultramar. Había una colonia danesa en la entonces Tranquebar, en la costa del sureste de la India, donde los daneses gobernaban a los indios nativos cuya religión era el hinduismo. Federico decidió enviar misioneros para trabajar entre estos nativos hindúes. ¿Dónde iba a encontrar personas dispuestas a entregar su vida a esa vocación? Consultó a Francke en Halle y este le recomendó inmediatamente a dos de sus alumnos, Bartholomew Ziegenbalg (1682-1719) y Henry Plütschau (1676-1747). Aceptaron la oferta del rey Federico, se embarcaron a finales de 1705 y pisaron Tranquebar el 9 de julio de 1706.
Ziegenbalg y Plütschau fueron los primeros misioneros protestantes en la India. La misión pietista danesa que fundaron en Tranquebar tendría una historia de 130 años (1707-1837), durante los cuales cincuenta y cuatro misioneros trabajaron en la zona. Dado que Ziegenbalg escribía con regularidad a sus patrocinadores en Europa, sabemos mucho sobre la primera misión, sus pruebas y sus triunfos. Cuando Ziegenbalg murió en 1719, él y Plütschau habían establecido una congregación luterana de 350 personas en Tranquebar. No todos sus miembros eran conversos hindúes (algunos eran esclavos de colonos, otros eran excatólicos), pero muchos sí.