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Cuando nosotros, como creyentes en el Señor Jesucristo, leemos la Palabra de Dios con fe, hacemos descender el poder mismo del cielo sobre nuestras pruebas terrenales para soportarlas. Debido a que la Palabra de Dios es pura y verdadera, podemos confiarle nuestras vidas: «Mediante esta fe el cristiano cree que es verdadero todo lo que está revelado en la Palabra, por la autoridad de Dios mismo que habla en ella» (Confesión de fe de Westminster 14.2). La Palabra de Dios nos llama a actuar «en forma diferente… produciendo obediencia a sus mandamientos, temblor ante sus amenazas, aceptación de las promesas de Dios para esta vida y para la venidera» (CFW 14.2).
Primera de Pedro 4:12-19 está escrito en el estilo retórico de la parénesis: ofrece un fuerte estímulo para seguir adelante aun en medio del dolor y para no cambiar de rumbo por causa del intenso sufrimiento que experimentaremos. Esta fuerte exhortación impulsa a los creyentes a convertirse en santos maduros. En este pasaje, Pedro nos ordena hacer cosas que no podemos hacer sin la gracia del Señor: afrontar el fuego de prueba con la expectativa de que vamos a sufrir (v. 12); regocijarnos en medio del sufrimiento (v. 13); interpretar los insultos que recibimos por mantenernos firme en nuestra postura en favor de la fe cristiana como una bendición del propio Dios y una prueba de que el Espíritu de gloria reposa sobre nosotros (v. 14); mortificar todo pecado y todo pecado potencial, especialmente el asesinato, el robo y el ser entrometidos (v. 15); glorificar el nombre de Dios con nuestras palabras y nuestros hechos mientras sufrimos por la fe (v. 16); esperar que el duro y correctivo juicio de Dios sobre la nación comience por la iglesia (v. 17); darnos cuenta de que, como dice Juan Calvino, solo podemos llegar al cielo después de escapar a mil muertes en la tierra (lo que Pedro llama «salvarse con dificultad»). Por si todo esto fuera poco, Dios espera que sigamos haciendo buenas obras en medio de este sufrimiento (v. 19). Escrito a cristianos que estaban sufriendo, que son miembros del pacto de una iglesia fiel y visible, que pertenecen a la iglesia y se pertenecen unos a otros (vv. 1-11), 1 Pedro 4:12-19 plantea una pregunta importante: ¿Por qué un Dios que nos ama como Padre misericordioso quiere que suframos por el nombre de Cristo?
Aunque parezca una paradoja, el buen propósito de Dios para nuestro sufrimiento cristiano no se encuentra en el dolor en sí. Dios utiliza nuestro sufrimiento cristiano para la edificación de los creyentes, para la purificación de la iglesia y para la expansión del evangelio. Pedro nos advierte que el sufrimiento «pone a prueba» nuestra fe, pero no la destruye. Las pruebas nos permiten «la participación en Sus padecimientos» (Fil 3:10) y revelan que la unión con Cristo es fundamental para nuestra fe. John Owen llama a la unión con Cristo la prioridad lógica de todas las demás gracias. Espiritual, inquebrantable, insustituible y eterna, nuestra unión con Cristo implica que Cristo redime nuestro futuro y sana nuestro pasado a través de las pruebas que nos son entregadas amorosa y providencialmente por Dios mismo, y que en las buenas y en las malas, Él nunca nos dejará ni nos abandonará.
La instrucción de Pedro es que «en la medida en que comparten los padecimientos de Cristo, regocíjense» (1 P 4:13). No nos alegramos como masoquistas o como el Übermensch de Nietzsche (el superhombre cuyo don extraordinario le sitúa por encima de la ley y le permite sobreponerse a las dificultades de la vida). Los creyentes sufrimos con los ojos puestos en Cristo. Cuando llevamos nuestra cruz de sufrimiento por Cristo, nos maravillamos de lo que Cristo soportó por nosotros. Nos preguntamos lo siguiente, en palabras de Thomas Case:
Si las astillas de la cruz son tan pesadas, ¿cómo debe haber sido la cruz misma? Si mis dolores corporales son tan amargos, ¿cómo habrán sido las agonías que el Señor soportó en Su alma? Si la ira del hombre es tan penetrante, ¿cómo habrá sido la ira de Dios? Al compartir los restos de Su cruz que nos dejó como legado… podemos suponer lo que no podemos comprender.
La suerte del creyente es la porción que Dios escogió para él (ver Sal 16:5). Cristo es nuestro Salvador y también nuestro modelo, y nuestro legado e identidad como cristianos reflejarán la cruz.
La reforma siempre comienza en la iglesia, y por esta razón, Pedro nos dice que el juicio comienza por la casa de Dios (1 P 4:17). Pedro no está diciendo que solo la familia de Dios enfrentará el juicio de Dios, sino que las calamidades sobre naciones enteras generalmente comienzan con el propio pueblo de Dios (Is 10:12; Jr 25:29; Ez 4:6). El privilegio de ser seguidor de Cristo conlleva responsabilidad. El juicio comienza con el hogar de la fe, pero termina cuando Dios derrama Su ira sobre los malvados. Calvino nos recuerda que no queremos ser como terneros cebados para el matadero, disfrutando de la comodidad de hoy que secretamente lleva consigo el juicio de mañana. Debido a que el sufrimiento intenso incita al pecado, el arrepentimiento para vida prepara a nuestros espíritus para soportar las pruebas.
Por eso, «los que sufren conforme a la voluntad de Dios, encomienden sus almas al fiel Creador, haciendo el bien» (1 P 4:19). Pedro describe el contraste con crudeza: los impíos solo pueden confiar en las riquezas, el poder y los príncipes. El puritano David Clarkson dice: «Las riquezas son inciertas, insatisfactorias, insuficientes, limitadas y engañosas». En contraste: «Dios es inmutable, satisfactorio, todo suficiente y fiel. El poder es vano. Dios es omnipotente. Los príncipes son cañas temblorosas y quebradas. Dios es la roca de los siglos». Dios y solo Dios nos guardará fielmente y nos protegerá a través de todas nuestras pruebas. Matthew Henry nos recuerda: «No es el sufrimiento, sino la causa lo que hace al mártir».
Estas palabras de Pedro, como una lista de verificación, nos invitan a que miremos de cerca nuestras propias vidas: ¿Somos miembros bajo el pacto comunitario de una iglesia fiel? ¿Perseveramos en medio del sufrimiento, soportando calumnias o cosas peores por la causa de Cristo? Esta fuerte medicina para nuestra fe débil e incoherente nos preparará fielmente para los días venideros.