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Nota del editor: Este es el décimo capítulo en la serie Dando una respuesta, publicada por Tabletalk Magazine.
No es posible que los cristianos crean que el Dios que creó este vasto universo realmente entró en Su propia creación como hijo de un carpintero en un rincón sin importancia del Imperio Romano hace casi dos mil años, ¿verdad? Seguramente, los cristianos solo están haciendo una declaración teológica cuando hablan de la deidad de Cristo, ¿no es así? Ellos no pueden creer que Jesús es realmente el Dios-hombre, el Creador en medio de Su propia creación, ¿cierto?
Tan increíble como pueda sonar, eso es exactamente lo que los creyentes cristianos afirman. Es más, en realidad creemos que esa es la única manera consistente de leer los escritos de Sus discípulos. De hecho, las propias palabras de Jesús, cuando son leídas en el contexto del judaísmo del primer siglo, indican claramente que Él se veía a Sí mismo como el Hijo de Dios que había descendido del cielo. Una de esas indicaciones puede derivarse del Evangelio generalmente considerado como el más antiguo, el Evangelio de Marcos. Cuando Jesús se presentó en Su juicio ante el sanedrín judío, le preguntaron solemnemente: “¿Eres tú el Cristo, el Hijo del Bendito?” Su respuesta fue directa: “Yo soy; y veréis al Hijo del Hombre sentado a la diestra del Poder y viniendo con las nubes del cielo” (Mr 14:61-62). Es posible que los lectores modernos pasen por alto el significado de las palabras de Jesús, pero Sus oyentes seguramente no lo hicieron. Ellos sabían que Él se estaba basando en dos pasajes muy bien conocidos y significativos de las Escrituras hebreas, el Salmo 110:1 y Daniel 7:13, este último presentando una figura divina que tiene seguidores que le adoran. La respuesta fue rápida: “Entonces el sumo sacerdote, rasgando sus ropas, dijo: ‘¿Qué necesidad tenemos de más testigos? Habéis oído la blasfemia; ¿qué os parece?’ Y todos le condenaron, diciendo que era reo de muerte” (Mr 14:63-64). Aquellos que escucharon Sus palabras sabían muy bien lo que significaban.
La tumba vacía es un testimonio silencioso de la veracidad de las afirmaciones de Jesús.
Anteriormente en Su ministerio, después de realizar una sanación milagrosa, Jesús hizo una declaración similar que también terminó bajo acusación de blasfemia. En el Evangelio de Juan, Jesús defendió Su curación de un hombre en el día de reposo diciendo: “Hasta ahora mi Padre trabaja, y yo también trabajo” (Jn 5:17). Aquí Jesús apela al hecho de que Dios trabaja en el día de reposo, sosteniendo el universo. Él se refirió a Dios como Su propio Padre de una manera única, y reclamó la misma prerrogativa. Y nuevamente Sus oyentes entendieron la importancia de Sus palabras: “Entonces, por esta causa, los judíos aún más procuraban matarle, porque no solo violaba el día de reposo, sino que también llamaba a Dios Su propio Padre, haciéndose igual a Dios” (Jn 5:18). Los judíos no buscaban matarlo por simplemente estar confundido o ser arrogante. Ellos entendieron Sus palabras como blasfemia, la pena para la cual era la muerte. Jesús no los corrigió, sino que inició una larga exposición sobre Su perfecta armonía con el Padre.
Por supuesto, Jesús también afirmó tener autoridad sobre la muerte misma, ilustrada no solo al levantar de entre los muertos a un hombre llamado Lázaro, públicamente, frente a Sus enemigos (cap. 11), sino también en Su afirmación de que Él daría Su vida y la volvería a tomar (Jn 10:17-18), una promesa que cumplió al resucitar de la muerte después de Su crucifixión. Siempre es sabio considerar bien las palabras de Alguien que no solo predice Su muerte (pues es algo que muchos hombres sabios han hecho a lo largo de los siglos), sino que al mismo tiempo afirma que tomará Su vida y se levantará de entre los muertos (algo que solamente Jesús ha predicho y cumplido). La tumba vacía es un testimonio silencioso de la veracidad de las afirmaciones de Jesús.
Por consiguiente, no nos sorprende que los seguidores originales de Jesús, los apóstoles, hayan escrito en sus cartas frases como “nuestro gran Dios y Salvador Cristo Jesús” (Tit 2:13; 2 Pe 1:1) y el “Señor de gloria” (1 Co 2:8). El apóstol Pablo aun incluyó a Jesús en una versión ampliada de la antigua oración judía conocida como el Shemá, identificándolo con el Dios de Israel (8:6) al igual que otros hicieron la misma afirmación (Jn 12:41; Heb 1:10-12). El excelso lenguaje que usaron para describir a Jesús nunca podría ser usado para referirse a un simple hombre. No, ellos claramente creían que Jesús era el Dios-hombre, verdaderamente hombre pero verdaderamente Dios.
Evidentemente, si el Creador ha invadido Su propia creación, no podemos escondernos de lo que Él demanda de nosotros. No podemos ser neutrales acerca de Jesús. Él llama a todas las personas, en todo lugar, a que se arrepientan, crean y doblen sus rodillas ante Él. Porque Él es verdaderamente digno de nuestra alabanza y lealtad.