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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie Dando una respuesta, publicada por Tabletalk Magazine.
Cuando se trata de la verdad de la Biblia, la gente moderna a menudo suele pensar como George Gershwin: “Las cosas con las que te puedes encontrar en la Biblia no son necesariamente así”. Después de todo, dice el escéptico, ese libro está tan repleto de historias de fantasías y milagros exagerados que ninguna persona sensata podría llegar a creerlas. ¿Por qué, entonces, deberíamos creer que la Biblia verdaderamente proviene de Dios?
Por supuesto, hay que reconocer que convencer al escéptico del origen divino de la Escritura no es una tarea fácil, y dado que “el hombre natural no acepta las cosas del Espíritu de Dios” (1 Co 2:14), no es algo tan simple como solo presentar los hechos. La Biblia es un libro espiritual, de manera que el Espíritu debe obrar para que nosotros la veamos por lo que realmente es.
Nuestros argumentos puede que no siempre convenzan a los escépticos, pero eso no significa que nuestros argumentos no sean válidos. Dios ha provisto maneras mediante las cuales podemos saber que estos libros proceden de Él.
Los libros de la Biblia han sido sometidos al escrutinio más agudo y al más riguroso examen por parte de académicos contemporáneos.
Cualidades divinas
En primer lugar, debemos reconocer que los libros bíblicos poseen cualidades internas que demuestran que estos proceden de Dios. Así como la revelación natural (el mundo creado) tiene características que muestran que Dios es el autor de la naturaleza (Sal 19; Rom 1:20), así también deberíamos esperar que la revelación especial (la Escritura) tenga características que demuestren que Dios es su autor.
Un ejemplo es la eficacia y el poder de la Escritura. La Escritura no solamente dice cosas sino que hace cosas: convence (Heb. 4:12–13), alienta (Sal 119:105), consuela (v. 50) y trae sabiduría (v. 98). En resumen, este libro está vivo. Aun más que esto, la Biblia nos da entendimiento con respecto a las preguntas más grandes de la vida (v. 144), y provee una cosmovisión coherente y convincente que explica la realidad como ningún otro libro.
Otro ejemplo es la unidad y la armonía de la Escritura. Es increíble contemplar cómo tantos autores diferentes, que escribieron en épocas, lugares y culturas distintas, pueden entretejer una historia única, coherente y unificada de la redención de todas las cosas por medio de Cristo. Tal armonía no puede ser creación humana, sino que es más bien evidencia de su origen divino.
En resumen, los cristianos saben que las Escrituras son la Palabra de Dios porque en ellas oyen la voz de su Señor. Tal como Jesús afirmó: “Mis ovejas oyen mi voz, y yo las conozco y me siguen” (Jn 10:27).
Orígenes históricos
En adición a la calidad interna de estos libros, también podemos mirar a sus orígenes históricos como evidencia de su carácter único. Estos libros provienen de mensajeros, profetas y apóstoles autentificados por Dios y autorizados a hablar en Su nombre. Las Escrituras no solamente contienen palabras de seres humanos, sino palabras de seres humanos que fueron llamados a ser portavoces de Dios (2 Pe 1:21).
Por supuesto, no siempre tenemos la certeza del autor particular de cada libro de la Biblia (como ocurre en el caso del libro de Hebreos). Pero, incluso en tales casos, sí tenemos evidencia histórica sólida que sitúa a estos libros en las circunstancias y períodos de tiempo donde sabemos que Dios estaba obrando activamente en medio de Su pueblo para revelar Su Palabra.
Además, cabe destacar que los libros de la Biblia han sido sometidos al escrutinio más agudo y al más riguroso examen por parte de académicos contemporáneos. Y una y otra vez, los libros bíblicos han demostrado ser históricamente fiables y dignos de nuestra confianza.
Recibidos por el pueblo Dios
Una razón final para considerar la Biblia como la Palabra de Dios es que el pueblo lleno del Espíritu de Dios, por generaciones y generaciones, ha reconocido que estos libros proceden de Dios.
Incluso cuando Pablo le explica la inspiración de las Escrituras a Timoteo, primero le insta a recordar “de quiénes las has aprendido” (2 Tim 3:14), es decir, de su madre y su abuela.
Y no es únicamente el testimonio de la familia biológica sino también el de la familia de Dios, Su Iglesia a través de las edades. La Biblia contiene los libros que el pueblo de Dios ha estado usando, confiando, leyendo y aplicando por miles de años. Y a ese testimonio se le debe dar su debido peso.
Al final, estas tres razones proveen una gran base para creer que las Escrituras son la Palabra de Dios. Pero, aún más, tenemos el testimonio del mismo Señor Jesús, pues Cristo no solamente conocía y utilizaba la Escritura, sino que afirmó, inequívocamente, su poder divino: “la Escritura no se puede violar” [o como dice en la RV60: “la Escritura no puede ser quebrantada”] (Jn 10:35).
Por lo tanto, sí, si creemos en la Biblia, creeremos en Jesús. Pero también es cierto que si creemos en Jesús, creeremos en la Biblia.