La vida cristiana y el mandato ético
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VII
En la actualidad, los cristianos a menudo hablan de evangelizar la cultura, de transformarla y de encontrar maneras de comunicarse efectivamente con personas de otras culturas. Este mismo sentir lo vemos en la literatura inglesa del siglo VII. J. R. R. Tolkien fue tan buen erudito literario como autor de fantasía heroica. En su artículo Beowulf: El monstruo y los críticos, Tolkien describió la cosmovisión del paganismo germánico que sostenían los anglos y sajones primitivos que conquistaron la Britania de los celtas.
Mientras que la religión griega con sus dioses coquetos tenía poco contenido moral —dijo Tolkien— la religión germánica presentaba un fuerte dualismo moral. Los dioses se encontraban en un conflicto cósmico con los gigantes. Odín, Thor, Freya y otros defendían el orden natural y social, mientras que los gigantes procuraban el caos. Los mortales escogían entre estos bandos en conflicto, con sus acciones constructivas apoyando a los dioses y con sus acciones destructivas apoyando a los gigantes. Este conflicto continuaría hasta el final del tiempo, cuando, tras una batalla climática, los dioses perderían. Los gigantes serían victoriosos, las fuerzas del caos y la destrucción vencerían y, en este llamado «crepúsculo de los dioses», el universo terminaría en hielo y tinieblas.
Un final como este resulta sorprendente. Una religión en la que no solo el mundo sino también los mismos dioses tienen un terrible final, parece extraña. Estamos acostumbrados a que los buenos ganen. Se supone que todos vivan felices por siempre.
Pero la suposición de un optimismo cósmico es en sí misma parte de la influencia cultural del cristianismo. Las religiones paganas de Occidente nunca incluían el concepto de un final feliz. No había un «cielo». Los griegos y romanos antiguos creían que cuando las personas morían, todos iban al Hades. Los antiguos germanos creían que todos iban al «hel» (que así se escribía entonces).
Algunos de los muertos eran torturados horrendamente; otros pasaban sus días peleando y sus heridas se sanaban para el día siguiente; otros simplemente vagaban en una existencia sombría y siniestra. Los paganos tenían una visión esencialmente trágica de la vida.
Para las religiones germánicas, el héroe era alguien que peleaba del lado de los dioses, aun cuando sabía que al hacerlo estaría condenado. Por supuesto, los guerreros vikingos y sajones valoraban las victorias, pero la forma más elevada de heroísmo era la valentía frente a una derrota inevitable. En la vida diaria, las personas demostraban heroísmo si luchaban por lo correcto, aunque con frecuencia sufrieran por ello.
Cuando el cristianismo vino a estas personas, había una razón por la que su mensaje de salvación era llamado «las buenas nuevas». ¿Podemos tener gozo eterno después de morir? ¿Tenemos acceso a un cielo?
Un concepto difícil de entender para los griegos pero que los germánicos entendieron bien fue que el Dios encarnado, Jesucristo, ganó ese acceso por medio del sufrimiento y la muerte. Los misioneros nos dicen que muchos paganos tienen problemas entendiendo esto. «¿Tu Dios murió? Nuestro dios es un gran guerrero». Pero para los antiguos germánicos que eran evangelizados, este mensaje resonaba con lo que ya conocían, aunque trascendía sus suposiciones anteriores. Ellos sabían que los dioses sufrían y morían. Ellos entendían la cruz. Pero las buenas nuevas, las cuales eran totalmente sorprendentes para ellos, eran que este Dios resucitó.
Beowulf es una epopeya popular, con raíces profundas en la tradición oral de la cultura germánica. Pero en la composición literaria que tenemos, la cual se rastrea hasta el siglo VII –el escrito en sí siendo un legado de la iglesia, que introdujo las Escrituras, las escuelas y la literatura a las culturas orales– tenemos una historia sustancialmente cristianizada.
Beowulf luchó contra monstruos, pero estos eran quitados del folclore y se les daban conexiones bíblicas. Grendel es descrito como un descendiente de Caín, el primer asesino. Así, el monstruo pasaba a ser una personificación y un símbolo del pecado. Además, el poeta de Beowulf dijo que Caín fue el progenitor de los gigantes.
El poeta de Beowulf sabe que su héroe vivió en una era precristiana. Hay referencias a la antigua religión, en la cual se decía que se adoraban demonios, pero los dioses antiguos nunca se nombran.
El poema también minimiza valores culturales paganos importantes. Esas sociedades tribales abrazaban un código de venganza. En Beowulf, la venganza motiva a los monstruos, con la muerte de Grendel estimulando las obligaciones familiares de un monstruo aún más poderoso, la madre de Grendel. A través del poema, para los humanos, las vendettas vengativas son criticadas, mostradas como derribando al reino, algo que ni siquiera los monstruos lograron hacer.
A pesar de que el cristianismo inglés del siglo VII difícilmente puede ser considerado pacifista, Beowulf tiene una innovación sorprendente para un poema épico sobre un guerrero superhumano. Al héroe Beowulf nunca se le presenta matando a otro ser humano. Solo mata monstruos. Sigue siendo un héroe bajo los estándares de los antiguos germanos, puesto que enfrenta con coraje a una fatalidad segura, luchando contra el dragón a los ochenta años, sabiendo que moriría. Pero es un héroe cristiano, sacrificando su propia vida por su pueblo.
El cristianismo no destruyó la cultura existente, pero como vemos en Beowulf, afirmó lo bueno de la cultura. Más allá de eso, el cristianismo reformó la cultura, atacando las flaquezas morales, haciéndola más fuerte.