El estado de naturaleza
6 enero, 2021El estado de gracia
8 enero, 2021Gálatas 3:28
Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: ¿Qué es lo que realmente dice ese versículo?
La declaración de Pablo en Gálatas 3:28 ha sido citada para apoyar diversas posiciones erróneas, pero es típicamente mal interpretada en una de dos maneras. La primera es malinterpretar a Pablo como si dijera que todas las distinciones humanas han sido erradicadas. El segundo es subestimar el significado de lo que Pablo está diciendo.
Primero, algunas personas recurren a Gálatas 3:28 para defender el egalitarianismo, la transexualidad, asimilación cultural total, indiferencia étnica, sociedades sin clases sociales y más. Pero esas ideas no tienen nada que ver con la afirmación de Pablo. La paridad por la que aboga es con respecto a la salvación; no una eliminación total de todas las distinciones humanas. De hecho, ciertas distinciones fueron establecidas en la creación, como la distinción entre el día de reposo y los días ordinarios (Gn 2:2-3; Ex 16:22-26; Mr 7:19), entre el trabajo y el descanso (Gn 2:15; 2 Tes 3:10; Stg 5:4) y entre los roles de género (Gn 2:18; 1 Co 11:3-16). Esta realidad sustenta la validez general de las tres categorías que Pablo menciona: roles de género (hombre y mujer), distinciones sociolaborales (esclavo-libre) y etnia (judío-griego).
Hombre-mujer. La obra de Cristo no abroga los roles de género. Por ejemplo, no hay contradicción entre Gálatas 3:28 y Efesios 5:22, ya que uno se refiere a la salvación mientras que el otro se refiere a los roles de género en el hogar. Ciertas distinciones también prevalecen en la iglesia, como la que permite que solo los hombres calificados desempeñen cargos eclesiásticos (1 Tim 2:12-15).
Esclavo-libre. La súplica de Pablo a Filemón asume distinciones sociales y laborales, sin embargo, él trae el evangelio para influir en estas diferencias, recordándole a Filemón que él y Onésimo estaban en una relación de superior-inferior, pero que eran ante todo hermanos unidos en un Salvador (ver 1 Co 12:13).
Judío-griego. La etnia y la cultura, aunque en sí mismas no fueron instituidas en la creación, son providencialmente ordenadas (ver Hch 17:26). Ninguno de nosotros eligió la etnia o la cultura en la que nacimos, pero la redención de Cristo no anula la sabiduría providencial de Dios.
En virtud de nuestra unión con Cristo, somos partícipes de los beneficios de Cristo, sin distinción, ni superioridad, ni ventaja sobre otro.
Por el contexto y la analogía de la Escritura, sabemos que Pablo no está diciendo que deban desaparecer todas las distinciones. Sin embargo, hay un error igual y opuesto, el de acentuar las distinciones carnales a expensas de la unidad cristiana. En Gálatas, Pablo está menos preocupado por conservar las diferencias que por eliminar las diferencias que perturban lo que Cristo ha logrado (ver 1 Co 12:13; Col 3:11). Aquí es donde la historia redentora es importante.
Antes de la «plenitud del tiempo» (Gal 4:4), había un muro entre judíos y gentiles (Ef 2:14). Israel fue escogido «de entre todos los pueblos» (Dt 10:15) como un «tesoro especial» (7:6). Sin embargo, a las naciones las dejó que «siguieran sus propios caminos» (Hch 14:16). Cristo inauguró un Reino que cumplió las profecías de que Dios haría de las naciones Su herencia (Sal 2, 8; 1 Re 8:41-43). Incluso en Su ministerio, Cristo postergó la inclusión total de las naciones hasta que Su obra estuviera completa (Mt 10:5; 15:24). Aunque fue predicho, esta inclusión fue impactante; de ahí la confusión en Hechos con respecto a los gentiles y la circuncisión (Hch 10-11; 15). Esta confusión permeó las iglesias de Galacia, donde los judaizantes propugnaban la circuncisión como un instrumento adicional por el cual uno es hecho hijo de Abraham. Pero la circuncisión ha sido reemplazada por el bautismo, la señal y sello de la unión con Cristo (Gal 3:27). ¿Qué se necesita entonces para estar unido a Cristo? ¿Qué nos hace un hijo de Abraham? No es la etnia (judío o gentil), la circuncisión (hombre o mujer) o el estatus social (libre o esclavo). Solo la fe nos une a la simiente de Abraham (vv. 16, 22) y nos hace hijos (v. 26). En virtud de nuestra unión con Cristo, somos partícipes de los beneficios de Cristo, sin distinción, ni superioridad, ni ventaja sobre otro. Si una persona cree en Cristo, sin importar su sexo, clase social, raza o edad, está —unida a todos los demás santos— en Cristo Jesús, y por lo tanto, tiene derecho a todos los beneficios que esa unión confiere.
La unión con Cristo es de primordial importancia, aunque ciertas distinciones permanezcan. La fe es primordial porque ella sola une a las personas —sin importar cuán diferentes puedan ser externamente— como «[co]herederos según la promesa» (v. 29). Cualquier otra distinción humana en esta vida es comparativamente insignificante. Sí, aun las distinciones culturales, por muy hermosas que sean, son triviales en comparación con la unión que el pueblo de Dios comparte. Por lo tanto, los cristianos que apenas comparten similitudes en rasgos externos disfrutan de una unidad que supera infinitamente cualquier supuesta unidad basada en tales características.
Las distinciones en la Iglesia, siempre que no sean divisivas, están permitidas, mientras que la parcialidad de cualquier tipo no lo es. Permitir que las distinciones perturben la comunión entre los cristianos es reconstruir la barrera que Cristo derribó. Cuando consideramos a los cristianos según lo externo, cuando nos consideramos según la carne (2 Co 5:16 NVI), reconstruimos esa barrera. Que esto nunca sea dicho de nosotros.