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26 noviembre, 2019Gratitud y merecimiento

Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Gratitud.

Como pastor de una iglesia local, tengo el privilegio de servir a personas de todas las edades. Llevo casi dos décadas sirviendo a estos hermanos, y muchos de ellos han sido mis amigos casi desde el principio. Aunque soy amigo cercano de hombres en sus treinta y cuarenta años, también soy amigo cercano de hombres en sus sesenta y setenta. A menudo me he preguntado por qué he disfrutado tanto mis amistades con hombres mayores, entre ellos el ya fallecido Dr. R. C. Sproul (quien habría cumplido ochenta este año). Me he dado cuenta de que gran parte de la razón por la que siempre he disfrutado la amistad de hombres mucho mayores que yo es que mi padre era mayor que la mayoría de los padres de los niños de mi edad. Mi padre nació en 1924, y fue mi mejor amigo hasta que falleció en 1992. Mi padre vivió la Gran Depresión, repartió periódicos a la edad de siete años, luchó en la Segunda Guerra Mundial y perdió a su primer hijo en un trágico accidente en 1969. Mi padre aprendió a vivir con poco, y siempre me dijo que aprendiera a vivir con un poco menos. A través de muchas dificultades, mi padre aprendió a ser agradecido. Y mi querida madre, que en muchos sentidos ha experimentado dificultades aún mayores que mi padre, aprendió a ser agradecida. Por sus ejemplos, aprendí el agradecimiento como una forma de vida.
La única forma de tener un agradecimiento permanente, en los tiempos buenos y en los difíciles, es pedirle humildemente a nuestro Padre que nos ayude a ser agradecidos y pedirle diariamente que nos haga aún más agradecidos.
Si bien es cierto que las amistades que tengo con hombres mayores se deben en parte a la amistad que tuve con mi padre, me he dado cuenta de que, independientemente de la edad de mis amigos, una de las características que todos ellos tienen en común es que están profundamente agradecidos por las dificultades que han experimentado. En la providencia de Dios, las dificultades de la vida nos entrenan para ser agradecidos. Y aunque doy gracias por la oportunidad de conocer a muchos jóvenes que están agradecidos por el ejemplo de gratitud en sus hogares y la obra de Dios en sus corazones, en términos generales, cuando veo a las generaciones más jóvenes, me preocupa lo que parece ser una falta generalizada de gratitud y un sentido de merecimiento. El merecimiento es enemigo de la gratitud, pero los amigos más cercanos de la gratitud son la humildad y el contentamiento. La única forma de tener un agradecimiento permanente, en los tiempos buenos y en los difíciles, es pedirle humildemente a nuestro Padre que nos ayude a ser agradecidos y pedirle diariamente que nos haga aún más agradecidos. Mientras hacemos esto, nos conviene recordar que el camino hacia la gratitud constante suele estar lleno de dificultades que libran a nuestros corazones de cualquier sentido de merecimiento. Por la gracia soberana de Dios, las dificultades conducen a la humildad, al contentamiento y a la gratitud, no por lo que tenemos, sino por Aquel a quien tenemos, Aquel que da y quita para que al final podamos proclamar por siempre: “Bendito sea el nombre del SEÑOR” (Job 1:21).