
Tú preparas mesa delante de mí en presencia de mis enemigos
16 noviembre, 2018
Y en la casa del Señor moraré por largos días
22 noviembre, 2018Has ungido mi cabeza con aceite; mi copa está rebosando

Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie «El Salmo 23», publicada por la Tabletalk Magazine.
El ataque de la mosca azul es una verdadera preocupación para un pastor. Causa debilidad y finalmente la muerte en los animales afectados. La mosca pone sus huevos en la oveja, y en veinticuatro horas, las larvas penetran la piel, se multiplican y pronto la oveja se enferma. Trabajando con nuestro propio rebaño, puedo ver una oveja angustiada por esta aflicción, pero, afortunadamente, hay un tratamiento: un ungüento. Una pomada medicada se vierte en la cabeza y la espalda del animal.
A menudo pensamos en David el pastor en relación con los pastos verdes del Salmo 23. Sin embargo, David necesitaba tratar enfermedades en su rebaño. También habría visto cómo las larvas o los gusanos eran como su propio pecado, llevándolo a la muerte.
David necesitaba el remedio divino; nosotros también. Qué maravilloso que Jesús nos dice en Juan 10 que el Buen Pastor da Su vida por las ovejas. Él ha provisto el remedio a un costo incalculable. Hechos 20:28 nos dice de la iglesia: «la cual Él compró con Su propia sangre».
Qué maravilloso que Jesús nos dice en Juan 10 que el Buen Pastor da Su vida por las ovejas.
El pastor no solo lucha con la enfermedad, sino también con la oveja misma. En el Salmo 51, David le suplica al Señor: «que se regocijen los huesos que has quebrantado». Como pastor judío caminando delante de su rebaño, David se daría cuenta cuando un cordero se desviaba. Primero, él arrojaría su cayado para traerlo de vuelta, pero si el cordero se alejaba nuevamente, David tendría que romperle una pata. Enseguida la vendaría y llevaría el cordero en sus brazos, y finalmente lo colocaría a sus pies, donde permanecería cerca de su pastor. Esta dura experiencia fue provocada por el bien del cordero. Qué hermosa imagen de castigo. Cuando Dios nos amonesta a nosotros, Sus hijos, debemos reconocer que Él es bueno en todo lo que hace.
El aceite de unción también significa alegría. Se nos recuerda esto en Isaías 61:1-3. ¿Quién trae buenas noticias a los pobres? ¿Quién venda a los quebrantados de corazón, proclama la libertad a los cautivos, dando «aceite de alegría en vez de luto»? Seguramente este es el Ungido, el Señor Jesús. Es mientras lo consideramos a Él que tenemos alegría y regocijo. De lo contrario, estamos cansados y débiles en nuestras mentes.
El salmo 133 compara la unidad a un aceite precioso que se vierte sobre la cabeza del sacerdote Aarón. La unidad es preciosa. Necesitamos amar y desear bien a «todos los que en cualquier parte invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo» (1 Co 1:2). Si Cristo nos incluye a todos en Su amor y oraciones, ¿cómo podemos nosotros excluir a los demás? El aceite puede suavizar las aguas turbulentas; el aceite sustenta.
Recuerdo a un pastor africano que presentaba la imagen de Dios sosteniendo una copa de maldición y una copa de bendición. Seguramente, la bendición sería para el Hijo por quien tenía afecto eterno y la copa de la maldición sería para Sus criaturas que habían pecado contra Él. Pero no, el Hijo tomó la maldición para que los pecadores tuvieran la bendición. Necesitamos beber de esa copa una y otra vez, y como nuestro Señor se deleita en la misericordia, amamos encontrarnos con Él allí.
El salmista hace una pregunta importante en el Salmo 116:12: «¿Qué daré al Señor por todos Sus beneficios para conmigo?» La respuesta implícita es dulce: «Tendré más de lo mismo». Nuestra necesidad de satisfacción nunca será suplida por los bienes o el reconocimiento de este mundo. Stephen Charnock, el puritano, lo expresó bien cuando dijo: «Nada menos que Cristo puede satisfacer, y cuando lo encuentres, no se puede desear nada más».
Mi esposa y yo nos reunimos con un pastor retirado recientemente que nos habló de su fragilidad e incapacidad para viajar de vacaciones o para eventos de la iglesia, pero nos repitió, con gozo en su corazón, el poema de John Newton:
De Polo a Polo deja que otros vaguen
Y busca en vano la bienaventuranza
Mi alma está satisfecha en casa
El Señor es mi porción.
Margaret era el miembro más silencioso del estudio bíblico de Alec Motyer. Cuando se le preguntó: «¿Cómo podemos tener un impacto en el mundo que nos rodea?» Margaret simplemente dijo: «Paz». Alguien dijo: «Cuéntanos más». Ella respondió: «Hay once pisos en este edificio. Todos enfrentan las dificultades, desafíos y pruebas de la vida. Lo que mis vecinos deben ver es que nosotros enfrentamos los mismos problemas pero disfrutamos de una paz inquebrantable». La copa de Margaret estaba rebosando. Esta singularidad haría que nuestro testimonio fuera magnético para una sociedad con problemas.
En la cruz, Jesucristo sufrió una agonía y un rechazo incalculables. Esto no fue por algo malo que hubiera hecho, sino más bien por amor a Su Padre y por aquellos cuyo pecado estaba llevando. Sin embargo, Su copa se estaba rebosando; Él tenía paz inquebrantable. El centurión vio esto y exclamó: «En verdad éste era Hijo de Dios» (Mt. 27:54). Que eso sea lo que profesemos hoy mientras reconocemos la unción de nuestra cabeza con aceite y el rebosamiento de nuestra copa.