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Nota del editor: Este es el primer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Doctrinas mal entendidas
El estudio adecuado de la doctrina no es fácil. Requiere de tiempo, trabajo duro y mucha oración. Por tales razones, muchas personas no la estudian. Otros no estudian la doctrina porque piensan que es solo para profesionales, e incluso algunos pastores no la estudian porque piensan que es solo para eruditos. Sin embargo, hay otros que no estudian la doctrina porque son indiferentes a ella. Están contentos con ser alimentados con leche y conocer solamente los fundamentos de la fe, son muy apáticos al ejercicio de perseguir la carne doctrinal de la fe.
Me resulta difícil tolerar este tipo de indiferencia en mí mismo y en otros cristianos. La indiferencia en el contexto de nuestras creencias es deplorable, porque ¿cómo podemos ser indiferentes a esas verdades vitales que pueden salvar o condenar nuestras almas? Como dijo un pastor puritano: «La indiferencia a la doctrina es la madre de todas las herejías». Si nos volvemos indiferentes a la doctrina, pronto seremos indiferentes a la Escritura y eventualmente nos tornaremos indiferentes a Dios.
En 1929, J. Gresham Machen salió del otrora doctrinalmente sólido Seminario Teológico de Princeton para ayudar a fundar el Seminario Teológico de Westminster en Filadelfia. Machen y los hombres que lo acompañaron no se fueron simplemente por la desviación teológica liberal de Princeton ni tampoco porque su facultad negaba ciertas doctrinas confesionales históricas. Abandonaron Princeton, fundamentalmente, por la creciente falta de atención a la doctrina misma. «La indiferencia a la doctrina no produce héroes de la fe», escribió Machen.
Si conocer la doctrina no tiene importancia, entonces nada realmente importa. Vivimos en una cultura que continuamente promueve la indiferencia; muchas iglesias se han suscrito a esta indiferencia porque dicen que la doctrina es difícil, que no es llamativa y que causa división. Es cierto, la doctrina separa a los verdaderos cristianos de los falsos. Pero la doctrina también unifica a través del Espíritu de Dios, ya que solo las doctrinas confesionales ortodoxas de la Escritura son capaces de unir a un grupo de pecadores miserables para poder tener un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo (Ef 4:5).
En muchos casos, las personas son indiferentes a la doctrina porque no se les ha enseñado cómo estudiar la Biblia o porque han sido enseñados por aquellos que han malinterpretado doctrinas importantes. Pero muchos en las iglesias no entienden las doctrinas bíblicas simplemente porque nunca las han estudiado. Si la Iglesia ha de entender y profesar la sana doctrina, rechazar las doctrinas no bíblicas y deshacerse de presuposiciones no bíblicas y malentendidos doctrinales, entonces tenemos que comenzar arrepintiéndonos de nuestra indiferencia a la doctrina. Sin la sana doctrina, estamos condenados.