El «TULIP» y la teología reformada: depravación total
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo IX
En la noche de la institución de la Cena del Señor, Jesús oró por Sus discípulos y por aquellos que se convertirían en Sus discípulos «para que todos sean uno» (Jn 17:21). Esta fue una oración significativa por la unidad entre los discípulos de Cristo. Tristemente, la ocasión de esta oración, es decir, la «Pascua» del nuevo éxodo, la comida que conmemora la muerte del Cordero de Dios por Su pueblo, se ha convertido en el punto focal de algunas de las controversias y divisiones más serias en la Iglesia. Ya no es la comida que nos une, sino que en cambio se ha convertido en la comida que nos divide.
Las controversias más severas con relación a la Cena del Señor surgieron durante la Reforma protestante del siglo XVI, pero ellas no fueron las primeras. La primera controversia seria con respecto a la Cena del Señor ocurrió a mediados del siglo IX en una pequeña abadía benedictina (monasterio) en Francia. Una de las partes en dicha controversia fue Pascasio Radberto, quien había ingresado al monasterio de Corbie cuando estaba bajo el liderazgo espiritual de un abad llamado Adalard (el título «abad», dado a los líderes de tales comunidades monásticas, se deriva de una palabra que significa «padre»). Radberto se convirtió en maestro en Corbie y mantuvo esa posición durante muchos años hasta la muerte de un abad posterior, llamado Isaac, en el 844. En ese momento, el propio Radberto fue nombrado abad del monasterio y se convirtió en el padre espiritual de la comunidad de monjes.
En el año 831, Radberto escribió un libro titulado The Lord´s Body and Blood [Del cuerpo y la sangre del Señor] y se lo dedicó a uno de sus alumnos, Placidius. En algún momento alrededor del 844, él revisó el libro a fin de presentarlo como un regalo de Navidad para Carlos II (también conocido como Carlos el Calvo), rey de Francia y sacro emperador romano. Radberto plantea cuatro preguntas básicas en su obra: la relación entre el cuerpo histórico de Cristo y el cuerpo en la eucaristía, cómo puede ser explicada la presencia real de Cristo cuando el sacramento se celebra en muchos lugares, la naturaleza del pan y del vino antes y después de la consagración, y la relación entre los símbolos sacramentales y las cosas representadas.
Según Radberto, el cuerpo de Cristo en el sacramento es el mismo cuerpo histórico de Cristo que era visible durante Su vida terrenal y en el que Él sufrió y murió. Si este es el caso, entonces Radberto tiene que explicar cómo el cuerpo histórico de Cristo puede estar presente en múltiples lugares al mismo tiempo. Él explica esto apelando al poder creador de Dios. El Espíritu Santo «crea diariamente la carne y la sangre de Cristo por medio de un poder invisible a través de la santificación de Su sacramento, aunque externamente no sea captado por la vista ni por el gusto» (III.4).
Radberto indica que la naturaleza del pan y del vino es completamente eliminada después de la consagración, aunque su apariencia permanece. Después de la consagración, el pan y el vino son «nada más que la carne y la sangre de Cristo» (I.2). Según Radberto, «el milagro no modifica la apariencia de los elementos externamente, sino internamente, para que la fe pueda ser probada en espíritu» (I.5). En otras palabras, aunque el pan y el vino se convierten en la carne y en la sangre de Cristo, ellos conservan la apariencia de pan y vino para probar nuestra fe en Dios. Lo que esto significa es que prácticamente no hay diferencia entre los símbolos sacramentales y las cosas representadas. Ellos son idénticos. Aunque Radberto planteó un cambio real del pan y del vino, él insistió en que los creyentes, y solo los creyentes, reciben el cuerpo y la sangre de Cristo, y lo hacen así por fe.
La doctrina de Radberto sobre la Cena del Señor no fue aceptada por todos. Varios aspectos de su enseñanza fueron rechazados por hombres como Juan Escoto Eriúgena, Rabano Mauro (el abad del monasterio de Fulda) y el monje encarcelado, Godescalco, quien no estaba ajeno a la controversia teológica. Cuando Carlos el Calvo leyó el libro de Radberto, él también tuvo preguntas al respecto y le pidió a otro monje de Corbie que aclarara el asunto. El nombre de ese monje era Ratramno.
Se sabe muy poco acerca de la vida de Ratramno. Aparentemente, él había estado involucrado en una disputa doctrinal previa con Radberto sobre la manera en que nació Cristo, y era evidente que Carlos el Calvo lo conocía por su capacidad teológica. Él fue el autor de libros sobre temas como el nacimiento de Cristo y la predestinación, y defendió el punto de vista de la Iglesia occidental del filioque (la cláusula «y el Hijo» añadida al Credo Niceno en el siglo IX) del criticismo de Focio, patriarca de Constantinopla. A su respuesta al libro de Radberto sobre la Cena del Señor se le dió exactamente el mismo título: The Lord´s Body and Blood [Del cuerpo y la sangre del Señor]. En esta réplica, Ratramno se enfoca en dos de los aspectos planteados en el libro de Radberto: la relación entre el cuerpo histórico de Cristo y el cuerpo en la eucaristía, y la relación entre los símbolos sacramentales y las cosas representadas.
En contraste con el punto de vista de Radberto, Ratramno negó que el pan y el vino se convierten en el cuerpo histórico de Cristo que fue crucificado y resucitado y que ahora está sentado a la diestra de Dios. Ratramno escribe lo siguiente: «Por la autoridad de este hombre más instruido [Ambrosio] enseñamos que una gran diferencia separan al cuerpo en el que Cristo sufrió y la sangre que derramó de Su costado mientras colgaba en la cruz, de este cuerpo que diariamente, en el misterio de la pasión de Cristo, es celebrado por los fieles, y también de esa sangre que es tomada en la boca de los fieles para ser el misterio de esa sangre por la cual el mundo entero fue redimido» (§ 69).
En la perspectiva de Ratramno, el cuerpo y la sangre ofrecidos en el sacramento son la carne y la sangre espiritual de Cristo (§ 72). Este sigue siendo, sin embargo, el verdadero cuerpo y sangre de Cristo, porque hay una conexión entre el símbolo sacramental y la cosa representada. Él explica, diciendo: «Por lo tanto, lo que se muestra externamente no es la cosa en sí, sino la imagen de la cosa, pero lo que se siente y se entiende en el alma es la realidad de la cosa» (§ 77). Como lo explica en otro lugar: «Externamente tiene la forma de pan que tenía antes, se muestra el color, se recibe el sabor, pero por dentro algo muy diferente, mucho más precioso, mucho más excelente, se hace conocido porque algo celestial, algo divino, es decir, el cuerpo de Cristo, es revelado, el cual no se ve, ni se recibe, ni se ingiere por los sentidos carnales, sino en la mirada del alma creyente» (§ 9).
La controversia entre Radberto y Ratramno provocó un debate que continuó durante los siglos X y XI, aunque a veces hubo cierta confusión. En 1050, por ejemplo, el libro de Ratramno fue atribuido a Juan Escoto Eriúgena y condenado. El debate que comenzó en el siglo IX continúa, en cierto sentido, hasta el día de hoy en las continuas disputas entre los protestantes y los católicos romanos. De hecho, si examinamos cuidadosamente las opiniones de Radberto, podemos ver que él adoptó un punto de vista que luego se convertiría en la desarrollada doctrina católica romana de la transubstanciación. Aunque esta doctrina fue oficialmente definida en el cuarto concilio de Letrán en 1215, se necesitaría el genio teológico de Tomás de Aquino, utilizando la metafísica de Aristóteles, para proporcionar una explicación filosófica de la doctrina. Aquí vemos un ejemplo de la forma en que un debate teológico aparentemente oscuro puede tener repercusiones increíblemente significativas que nadie puede prever en el momento.
Las ideas de Ratramno son un poco más difíciles de precisar que las de Radberto. Él no aboga por un simple memorialismo simbólico como lo haría Zuinglio siglos más tarde. Tampoco defiende nada como la doctrina luterana posterior. Si acaso, hay algunas similitudes entre los puntos de vista de Ratramno y los que Juan Calvino enseñaría más adelante, pero incluso aquí debemos ser cautelosos porque también hay diferencias significativas. Calvino, por ejemplo, estaría de acuerdo con Ratramno cuando afirma que participamos del pan y del vino con la boca, y del cuerpo y de la sangre de Cristo por la fe. Pero Calvino diría que participamos de una manera espiritual del verdadero cuerpo y sangre de Cristo, no de lo que Ratramno describe como «carne espiritual».
¿Qué podemos aprender de este confuso debate del siglo IX? Primero, podemos aprender que en un debate teológico es muy posible que ninguna de las partes esté completamente en lo correcto. Aunque Ratramno enseñó una doctrina de la Cena del Señor que es más bíblica que la de Radberto, su propia opinión todavía era errónea. En segundo lugar, podemos aprender que cuando se trata de discernir la verdad de una doctrina dada, el desarrollo histórico de esa doctrina debe examinarse con cuidado. Roma tiende a creer que cualquier punto de vista que resulta más destacado en la historia debe ser el punto de vista verdadero. Sin embargo, hay otros que cometen el error opuesto al asumir automáticamente que si su opinión no es minoritaria, entonces debe haber algo malo en ella. Ninguno de los dos enfoques es correcto. Si nuestra doctrina es bíblica, es verdadera sin importar si alguien más o todos los demás la creen.