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Unión con los cristianos
27 mayo, 2022La gracia en las cartas de Pablo


Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las epístolas del Nuevo Testamento
Las cartas paulinas se centran en la gloria de Dios en Jesucristo. El evangelio que Pablo proclamaba era fundamentalmente sobre el Hijo de Dios, el Señor Jesucristo (Rom 1:2-4). Para Pablo, el evangelio es de suprema importancia (1 Co 15:3), y puesto que el evangelio trata de Cristo, se deduce que Cristo es de suprema importancia. Pablo resume el evangelio como el mensaje de que Cristo murió y resucitó por nuestros pecados de acuerdo con lo profetizado en el Antiguo Testamento (1 Co 15:3-4). El evangelio paulino proclama a Jesús como Señor (Rom 10:9), haciendo hincapié en que los pecadores deben poner su fe en Jesús, como el Señor crucificado y resucitado, para ser salvos (4:25).
Dado que el evangelio es central en Pablo, no nos sorprende que la salvación lograda por Cristo se describa de múltiples maneras. Ningún término o metáfora puede expresar la riqueza de lo que Dios ha hecho por nosotros en Cristo. Por tanto, la obra salvadora de Dios en Cristo se describe en términos de justificación, salvación, reconciliación, adopción, redención, propiciación, triunfo sobre los poderes del mal, santificación, regeneración y elección, entre otros temas. Todas estas palabras merecen un estudio más profundo, pues colorean para nosotros la historia de la salvación. No son meras palabras teológicas abstractas, pues hemos sido declarados justos por el Juez divino, hemos sido rescatados del pecado, somos amigos de Dios, pertenecemos a Su familia, hemos sido liberados del poder del pecado, hemos visto satisfecha la ira de Dios en la muerte de Cristo, hemos vencido a Satanás y a los demonios, hemos sido colocados en el reino de lo santo, hemos nacido de nuevo y hemos sido elegidos por Dios antes del comienzo del mundo. La verdad que conforma la descripción multifacética de la salvación es que esta se debe a la gracia de Dios. Los creyentes no obtienen la salvación en base a su obediencia o virtud. La salvación es un don de Dios concedido a los que ponen su confianza en Cristo (Ef 2:8-9).


POR QUÉ ES NECESARIA LA SALVACIÓN
En las cartas paulinas se respira una atmósfera de alabanza y agradecimiento por la maravilla de la salvación que se ha concedido a los creyentes. Los creyentes son profundamente conscientes de que todo lo que disfrutan les ha sido dado (1 Co 4:7). Su alabanza también está arraigada en una conciencia profunda del pecado que les hace indignos de la gracia de Dios. El pecado es fundamentalmente un rechazo a dar gracias y gloria a Dios (Rom 1:21). Los seres humanos no regenerados no dan su vida a Dios, sino que rinden su culto y lealtad a la criatura en lugar de al Creador (v. 25). En lugar de estar centrados en Dios, están centrados en sí mismos y por eso se apartan del señorío de Dios sobre sus vidas. En otras palabras, el pecado puede ser definido como idolatría.
El pecado también se manifiesta concretamente en la vida de los seres humanos, de modo que no se trata de una mera abstracción (Rom 1:24-32). La vida humana está marcada por la fornicación, el adulterio, los celos, la ira, el asesinato, las disputas, la disensión, el engaño, la mentira, el robo, la arrogancia, el orgullo, la codicia y la falta de obediencia a los padres. Dicho de otro modo, los seres humanos no han cumplido la ley de Dios: «Todos pecaron y no alcanzan la gloria de Dios» (3:23). Dios exige una obediencia perfecta, pero nadie ha guardado todo lo que manda Su ley (Gal 3:10; 5:3). Por la norma de la ley, es decir, por las obras de la ley, nadie será justificado ante Dios (Rom 3:20). La ley no puede salvar porque revela el pecado de los seres humanos. Sorprendentemente, los seres humanos son propensos a presumir de su obediencia a la ley, aunque sean pecadores (Rom 3:28; 4:1-5; 10:1-8; Flp 3:2-9; Gal 6:12-13; Ef 2:8-9). Esta tendencia revela lo engañados y arrogantes que somos los seres humanos. Somos salvos por medio de la fe sola, ya que la fe glorifica a Dios porque reconoce que la fuerza y el poder provienen solo de Él (Rom 4:20-21). «Todo lo que no procede de fe, es pecado» (14:23), por lo que no confiar en Dios indica una confianza en la carne y en la potencialidad humana, de modo que la gloria recae en el hombre en lugar de en Dios.
La pecaminosidad de los seres humanos se desvela en Efesios 2:1-3. Antes de la salvación, los seres humanos están bajo el control del mundo, la carne y el diablo. Podríamos decir que el pecado es sociológico, psicológico y espiritual. Sociológicamente, la presión y la influencia del mundo inducen a los seres humanos a pecar. Psicológicamente, los deseos del corazón de los incrédulos son carnales y egoístas. Espiritualmente, los incrédulos están bajo el dominio del diablo y sus demonios (6:10-19). Por tanto, no resulta sorprendente saber que los pecadores están esclavizados al pecado (Rom 6:6). No tienen capacidad para someterse a Dios y cumplir Su ley (8:7-8). Los seres humanos no están simplemente enfermos o débiles espiritualmente, sino que están «muertos en [sus] delitos y pecados» (Ef 2:1). En efecto, los seres humanos entran en el mundo como hijos e hijas de Adán. A causa de ese pecado único de Adán, entramos en el mundo espiritualmente muertos y condenados ante Dios (Rom 5:12-19). La vida humana no es fundamentalmente individualista. Todos somos hijos de Adán, que es nuestra cabeza del pacto, y por ello entramos en la vida como culpables ante Dios y sin vida.
LA PERSONA DE CRISTO Y EL ESPÍRITU SANTO
Lo que Pablo dice sobre el pecado imprime en nosotros la maravilla y la gloria de la salvación que Cristo ha logrado para los que le pertenecen. La redención asombrosa debe haber sido obra de una persona asombrosa, y Pablo desvela a sus lectores la identidad de Jesucristo. Es el hijo de David, el Mesías prometido en el Antiguo Testamento (Rom 1:3; 2 Tim 2:8) que cumple las promesas hechas sobre la dinastía davídica (2 Sam 7; Sal 89; 132). Es el segundo Adán, el que ha vencido el pecado del primer Adán y ha revestido a Su pueblo con Su justicia (Rom 5:12-19; 1 Co 15:21-22). Es el Señor exaltado que fue glorificado y exaltado después de sufrir la muerte por el bien de Su pueblo (Flp 2:6-11). Es el Hijo de Dios que comparte la misma naturaleza de Dios (Rom 1:3-4), y por tanto comparte la identidad de Dios mismo (Rom 9:5; Tit 2:13). Jesús el Cristo es «la imagen del Dios invisible» (Col 1:15) y es el Creador de todas las cosas (Col 1:16; 1 Co 8:6). Toda la plenitud de Dios habita en Jesús (Col 1:19; 2:9) y por eso Él tiene la primacía en todas las cosas (Col 1:18).
Por tanto, la vida cristiana está radicalmente centrada en Dios y en Cristo. Todo lo que hacen los creyentes, incluso beber y comer, debe hacerse para la gloria de Dios (1 Co 10:31). Pero otra forma de expresar esta verdad es que todo lo que hacen los creyentes lo hacen en el nombre de Jesús, «dando gracias por medio de Él a Dios el Padre» (Col 3:17). ¿Cómo viven los creyentes de una manera que agrade a Dios? Según Pablo, una vida así se vive por el poder del Espíritu Santo. Los creyentes deben ser llenos del Espíritu para vivir con gozo y de acuerdo con la voluntad de Dios (Ef 5:18). A medida que los creyentes caminan en el Espíritu, se someten al Espíritu, marchan al paso del Espíritu y siembran para el Espíritu, conquistan los deseos de la carne (Gal 5:16, 18, 25; 6:8). El Espíritu del Señor da libertad (2 Co 3:17), de modo que los que caminan en el Espíritu hacen la voluntad del Señor (Rom 8:4). La teología paulina, por tanto, es radicalmente trinitaria: la gran salvación que es nuestra es obra del Padre, del Hijo y del Espíritu.
LA IGLESIA
Los creyentes no se salvan de forma aislada. La intención de Dios siempre fue salvar a un pueblo para Su gloria: la Iglesia de Jesucristo. Pablo subraya que la iglesia da gloria a Dios (Ef 2:7; 3:10). La iglesia se describe como el cuerpo de Cristo (1 Co 12:27) y como el templo de Dios (1 Co 3:16). Para Pablo es especialmente importante que la iglesia esté unida. Por ello, exhorta a los creyentes a que se edifiquen mutuamente cuando se reúnan (Ef 4:11-16; 1 Co 12-14). El Espíritu concede dones a los creyentes para que puedan edificar y fortalecer a otros creyentes, no para que puedan publicitar su propia espiritualidad o dones. Tanto los creyentes fuertes como los débiles deben considerar lo que sea amable y abstenerse de vivir para satisfacer sus propios deseos y aspiraciones (1 Co 8-10; Rom 14-15).
ESCATOLOGÍA
Un rasgo central de la teología paulina es la escatología. La escatología no debe limitarse a «las últimas cosas», ya que, según Pablo, los últimos días comenzaron con la muerte y resurrección de Jesucristo. Los últimos días ya se inauguraron, pero aún no se han consumado en Jesucristo. Los creyentes, pues, viven en el intervalo entre el ya y el todavía no. Ya son salvos, pero esperan la plenitud de su salvación en el último día (Rom 5:9). Están redimidos ahora, pero esperan su redención final: la resurrección del cuerpo (Rom 8:23; Ef 1:7). La perfección no será la porción de los creyentes ahora, ya que todavía tienen cuerpos mortales y esperan la santificación final (Flp 3:12-16; 1 Tes 5:23-24). Sin embargo, los creyentes tienen una esperanza cierta de salvación futura. Jesús volverá y los que confíen en Él serán resucitados de entre los muertos (1 Tes 4:13-18). La muerte será abolida como el último enemigo (1 Co 15:26), y los que se nieguen a confiar en Cristo se enfrentarán al juicio eterno (2 Tes 1:5-10), mientras que los que confíen en Él experimentarán un gozo interminable.