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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: La unión con Cristo
Así como Él llamó al mundo a la existencia por el poder de Su Palabra (Sal 33:6-9; Heb 11:3), Dios trae a Su iglesia a la existencia por el poder del llamado del evangelio (2 Tes 2:13-14; 1 Pe 2:9-10). Ese llamado nos convoca a la unión con Cristo por la fe, como un solo pueblo bajo el Dios trino (Ef 4:4-6). La iglesia se define por nuestro llamado a la comunión con Cristo y unos con otros, tal como Pablo les recuerda a los corintios: «a la iglesia de Dios que está en Corinto, a los santificados en Cristo Jesús, llamados a ser santos… Fiel es Dios, por medio de quien fuisteis llamados a la comunión con Su Hijo Jesucristo, Señor nuestro» (1 Co 1:2a, 9).
La comunión con Dios en Cristo es la esencia del cristianismo experiencial. La plenitud del gozo de la iglesia es tener comunión unos con otros y con el Padre y el Hijo (1 Jn 1:3-4). Debido a nuestra unión con Cristo como miembros de Su cuerpo, la iglesia (Ef 1:22-23), el Espíritu de Cristo que mora en Cristo, la Cabeza, mora en todos Sus miembros (Rom 8:9).

El Espíritu que mora en nosotros es la esencia de nuestra comunión con el Padre y el Hijo (2 Co 13:14; Ef 2:18). Juan Calvino dijo: «El Espíritu Santo es el vínculo por medio del cual Cristo nos une eficazmente a Sí mismo» (Institución 3.1.1). Así como un esposo y su esposa son «una sola carne», nosotros somos «un espíritu» con el Señor Jesús (1 Co 6:16-17). Imagina la cercanía que tendrías con un amigo si tu alma pudiera morar en él. Tal es la intimidad de Cristo con cada uno de Sus miembros a través del Espíritu Santo que mora en nosotros. Este mismo Espíritu nos bautiza y pasamos a ser parte del único cuerpo de Cristo, unidos en la fe, la vida, la adoración y el servicio (1 Co 12:12-13; Confesión Belga, Artículo 27).
Por lo tanto, no debería sorprendernos que los sacramentos de la iglesia confirmen y manifiesten nuestra unión con Cristo y entre nosotros. Gálatas 3:26-28 dice:
… pues todos sois hijos de Dios mediante la fe en Cristo Jesús. Porque todos los que fuisteis bautizados en Cristo, de Cristo os habéis revestido. No hay judío ni griego; no hay esclavo ni libre; no hay hombre ni mujer; porque todos sois uno en Cristo Jesús.
Gálatas 3:26 dice claramente que somos salvos por la fe, no por nuestras obras, ya sean obras morales como guardar los Diez Mandamientos u obras ceremoniales como la circuncisión, el bautismo o la Cena del Señor (ver también 2:16; 5:2). Sin embargo, el versículo 27 dice que los que han sido bautizados se han revestido de Cristo y, por lo tanto, son «uno en Cristo Jesús». ¿Cómo se debe entender esto? Deben considerar su bautismo no como una causa, sino como una señal de su unión con Cristo por la fe y, en Él, unos con otros. En su Catecismo de 1545, Calvino establece esta definición:
¿Qué es un sacramento? Un testimonio exterior de la gracia de Dios que, por medio de una señal visible, representa las cosas espirituales para imprimir más firmemente en nuestros corazones las promesas de Dios, y para darnos más certeza sobre ellas (pregunta 310).
Si el sacramento del bautismo en sí mismo nos hubiera salvado y unido a Cristo, sería inconcebible que Pablo escribiera que «Cristo no me envió a bautizar, sino a predicar el evangelio» (1 Co 1:17). ¿Para qué predicar el evangelio si los resultados deseados pueden obtenerse simplemente bautizando a todas las personas? El evangelio, no el bautismo, es «poder de Dios para la salvación» (Rom 1:16). Calvino dijo:
No debemos dejarnos llevar por la señal terrenal para buscar nuestra salvación en ella, ni debemos imaginar que tiene un poder peculiar en sí misma. Por el contrario, debemos emplear la señal como una ayuda que nos conduce directamente al Señor Jesús, para que podamos hallar nuestra salvación y… bienestar en Él (Catecismo, pregunta 318).
Por lo tanto, Pablo nos advierte en 1 Corintios 10:1-4 que podemos recibir los sacramentos y seguir siendo incrédulos, inconversos y, en última instancia, rechazados por Dios:
Porque no quiero que ignoréis, hermanos, que nuestros padres todos estuvieron bajo la nube y todos pasaron por el mar; y en Moisés todos fueron bautizados en la nube y en el mar; y todos comieron el mismo alimento espiritual; y todos bebieron la misma bebida espiritual, porque bebían de una roca espiritual que los seguía; y la roca era Cristo.
Nota cómo alude a los sacramentos del nuevo pacto al hablar del bautismo, de comer y de beber. Los sacramentos no salvan ni pueden salvar.
¿Significa esto que el bautismo y la Cena del Señor son meras ceremonias conmemorativas? De ninguna manera. Los apóstoles a menudo exhortan a los creyentes a recordar su bautismo como una señal de su unión con Aquel que murió y resucitó (Rom 6:3-4; Gal 3:27; Ef 5:25-26; Col 2:12; 1 Pe 3:21-22). El pan que partimos y la copa que bendecimos son la comunión del cuerpo y la sangre de Cristo (1 Co 10:16). Usados con fe, son medios para acercarnos a Cristo, para acceder a los beneficios de Su obra expiatoria, aplicándola a nosotros mismos y hallando así la gracia para vivir para Dios (Rom 6:1-14).
Los sacramentos son un medio a través del cual Cristo, por la obra de Su Espíritu, se ofrece a nosotros para ser recibido por la fe. Es por eso que Pablo habló de recibir comida y bebida «espiritual» de Cristo (1 Co 10:3-4), de ser bautizados por el Espíritu y ser dados a beber del Espíritu (12:13), así como de ser llenos del Espíritu (Ef 5:18).
Calvino escribió: «Sin el Espíritu, los sacramentos no pueden lograr nada» (Institución 4.14.9). Además:
El Espíritu en verdad es el único que puede tocar y mover nuestros corazones, iluminar nuestras mentes y dar seguridad a nuestras conciencias; de modo que todo esto debe ser juzgado como Su propia obra, para que la alabanza pueda atribuirse solo a Él. Sin embargo, el Señor mismo usa los sacramentos como instrumentos inferiores según Su beneplácito, sin restarle en modo alguno al poder de Su Espíritu (Catecismo, pregunta 312).
Cuando la iglesia se reúne en el nombre de Cristo y celebra la Santa Cena en memoria de Él, tenemos verdadera comunión espiritual con Cristo. Fíjate en la repetición de la palabra «comunión» (del griego koinōnia: «compañerismo, participar o tener en común») en varias formas en 1 Corintios 10:16-20 (RV60):
La copa de bendición que bendecimos, ¿no es la comunión de la sangre de Cristo? El pan que partimos, ¿no es la comunión del cuerpo de Cristo? Siendo uno solo el pan, nosotros, con ser muchos, somos un cuerpo; pues todos participamos de aquel mismo pan. Mirad a Israel según la carne; los que comen de los sacrificios, ¿no son partícipes [koinōnoi] del altar? ¿Qué digo, pues? ¿Que el ídolo es algo, o que sea algo lo que se sacrifica a los ídolos? Antes digo que lo que los gentiles sacrifican, a los demonios lo sacrifican, y no a Dios; y no quiero que vosotros os hagáis partícipes [koinōnous] con los demonios.
¿Qué quiso decir Pablo al decir que participar del pan y de la copa es la «comunión» del cuerpo y la sangre de Cristo? En parte, quiso decir que estamos unidos como «un cuerpo» (v. 17). Tenemos comunión unos con otros. Pero hay más. Calvino dijo: «Pero, les pregunto, ¿de dónde más viene esa koinōnia (comunión) entre nosotros sino de nuestra unión con Cristo?» (comentario sobre 1 Co 10:16).
Pablo usa el mismo lenguaje de koinōnia con respecto a los adoradores del Antiguo Testamento. Al comer de los sacrificios, tenían comunión en el altar. Compartían una comida con Dios sobre la base del sacrificio de sangre y a través de un sacerdocio ordenado. La iglesia comparte una comida pactual con el Señor, deleitándose en Su presencia ante la gracia comprada con sangre.
Pablo también usó el mismo lenguaje al referirse a los adoradores paganos: tienen comunión con los demonios. Adoran en presencia de espíritus inmundos. Pablo está diciendo que los adoradores en realidad se conectan con los seres caídos a quienes adoran. Participar junto con los demonios es una forma de adulterio espiritual que provoca el celo de Dios (v. 22). Esta «comunión» es una realidad espiritual de gran importancia. Pablo establece un contraste directo entre esta adoración pagana y la Cena del Señor, queriendo obviamente que las veamos como paralelos (v. 21).
Así, vemos lo que Pablo quiere decir con «la comunión de la sangre de Cristo» y «la comunión del cuerpo de Cristo». Renunciamos a los poderes de Satanás y tenemos comunión espiritual con Cristo mismo, quien fue crucificado por nosotros y resucitó, y ahora vive exaltado como nuestra Cabeza celestial y Sumo Sacerdote. Nos deleitamos con los beneficios de Su muerte expiatoria y el poder de Su vida sin fin. Calvino dijo que la Cena es «un banquete espiritual en el que Cristo da fe de Sí mismo como el pan que da vida, del cual nuestras almas se alimentan para la verdadera y bendita inmortalidad (Jn 6:51)» (Institución 4.17.1).
Valoremos los sacramentos como «preciosas ordenanzas de Dios» que debemos usar por la fe en Cristo. Si los usamos como «hipócritas, en quienes el mero símbolo despierta orgullo», nuestra confianza está fuera de lugar y los símbolos físicos son vanos. Pero si los recibimos como aquellos que están unidos a Cristo por la fe verdadera, vemos «las promesas que manifiestan sobre la gracia del Espíritu Santo» (comentario de Calvino sobre Gal 3:27) y, por la fe, la morada de Cristo será cada vez mayor en nuestros corazones (Ef 3:16-17).