El lugar del reino de Dios
3 marzo, 2022Anselmo
5 marzo, 2022La posesión del reino
Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: El reino de Dios.
El padre de la iglesia llamado Jerónimo una vez declaró: «Ninguno de los profetas ha hablado tan claramente sobre Cristo como Su profeta Daniel». El sentir general de los evangélicos contemporáneos estaría en desacuerdo con esta declaración. Las visiones apocalípticas presentadas en la segunda mitad del libro no son fáciles de interpretar, y la frecuente aplicación errónea de las profecías a los acontecimientos actuales no aporta mucha claridad. Sin embargo, la esperanza no está perdida; si evitamos enfocarnos ansiosamente en los actores y reinos históricos equivocados, la visión del Hijo del Hombre registrada en Daniel 7:13-22 revela claramente la herencia del reino eterno y universal de Dios por parte de Jesús. También nos muestra algo casi tan extraordinario como Su identidad y la forma en que recibe el reino: el Hijo del Hombre comparte este reino con los santos de Dios.
La aparición del Hijo del Hombre en Daniel 7:13-22 inaugura un reino anómalo. Antes de la llegada del Hijo del Hombre, la visión de Daniel describe a los reinos apóstatas de este mundo como monstruos aterradores, perversiones malvadas del gobierno humano porque han rechazado el reinado soberano de Dios. Sin embargo, el entronizado Anciano de Días permite que su autoridad persista, pero solo por un tiempo. En el juicio, transfiere el dominio a una figura misteriosa que comparte Sus cualidades divinas (uno que cabalga sobre las nubes del cielo) pero que también manifiesta cualidades humanas (uno «como un Hijo de Hombre» que comparte la posesión de Su reino restaurado con los santos del Dios Altísimo). Daniel suplica ansiosamente por saber más, pero en lugar de fijarse en reinos finitos y mundanos, le basta con saber que el reino del Hijo del Hombre es inminente.
El reino de Dios surge tal como se profetizó, y el Hijo del Hombre, Jesús, toma posesión de la manera más extraordinaria. Él es el Verbo preexistente (Jn 1:1), el único que desciende del cielo (3:13) y establece un reino «que no es de este mundo» (18:36), pero que se distingue por Su plenitud y permanencia, confirmado por señales maravillosas (ver Mr 1-2). Sin embargo, aunque es el heredero legítimo del trono davídico (Mt 1:1) —el representante humano de Dios designado para juzgar y reinar sobre todos los pueblos (Sal 2; Lc 3:22)—, Él recibe Su dominio a través de la humillación, de la obediencia hasta la muerte, lo cual es diferente a la forma en que los reyes del mundo ejercen su dominio (Flp 2:8). Su mediación por los santos destruye el poder de la rebelión y la destrucción, y el Hijo del Hombre resucita victorioso de entre los muertos, ascendiendo a Su trono universal y eterno a la diestra de Dios, donde recibe toda autoridad en el cielo y en la tierra (Mt 28:18).
Pero ¿qué pasa con los santos? ¿Cómo comparten el gobierno de Cristo sobre un reino que ha sido inaugurado pero no consumado? El pueblo de Dios comienza su reinado ahora, ya que estamos «[sentados]… con Él en los lugares celestiales» (Ef 2:6) y somos conquistadores liberados que expanden el reino mediante nuestra obediencia sacrificial y testimonio (ver Rom 8:37-39). Sin embargo, el cumplimiento final de la visión de Daniel sobre el reinado de los santos aguarda el juicio y la consumación finales, pues Jesús promete que «si perseveramos, también reinaremos con Él» (2 Tim 2:12) y que «al vencedor, le concederé sentarse conmigo en Mi trono» (Ap 3:21). Este gobierno compartido y eterno del reino de Cristo parece bastante claro. Quizás Jerónimo tenía razón después de todo.