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17 septiembre, 2022La providencia y el contentamiento


Blaise Pascal, el famoso filósofo y matemático francés, señaló que los seres humanos son criaturas de una profunda paradoja. Somos capaces tanto de una profunda miseria como de una tremenda grandeza, a menudo al mismo tiempo. No hay más que echar un vistazo a los titulares de prensa para comprobarlo. ¿Con cuánta frecuencia las celebridades que han hecho un gran bien a través de la filantropía se ven envueltas en escándalos?
La grandeza humana se encuentra en parte en nuestra capacidad de contemplarnos a nosotros mismos, de reflexionar sobre nuestros orígenes, nuestro destino y nuestro lugar en el universo. Sin embargo, esa contemplación tiene un lado negativo y es que puede provocarnos dolor. Podemos sentirnos miserables cuando pensamos en una vida mejor que la que disfrutamos ahora y reconocemos que somos incapaces de conseguirla. Tal vez pensemos en una vida libre de enfermedad y dolor, pero sabemos que la agonía física y la muerte son seguras. Tanto los ricos como los pobres saben que es posible una vida de mayor riqueza, pero se frustran cuando esa riqueza es inalcanzable. Enfermos o sanos, pobres o ricos, exitosos o fracasados, todos somos capaces de irritarnos cuando una vida mejor queda fuera de nuestro alcance.


La Escritura prescribe solo un remedio para esta frustración: el contentamiento.
El contentamiento bíblico es una virtud espiritual que encontramos modelada por el apóstol Pablo. Afirma, por ejemplo, que «he aprendido a contentarme cualquiera que sea mi situación» (Fil 4:11). Sin importar el estado de su salud, riqueza o éxito, Pablo encontró que era posible estar contento con su vida.
En la época de Pablo, dos escuelas destacadas de filosofía griega coincidían en que nuestro objetivo debía ser encontrar la satisfacción, pero tenían formas muy diferentes de llegar a ella. La primera de ellas, el estoicismo, decía que la imperturbabilidad era el camino hacia la satisfacción. Los estoicos creían que los seres humanos no tenían ningún control real sobre sus circunstancias externas, que estaban sujetas a los caprichos del destino. El único lugar donde podían tener algún control era en sus actitudes personales. No podemos controlar lo que nos sucede, decían, pero podemos controlar cómo nos sentimos al respecto. Por ello, los estoicos se entrenaban para lograr la imperturbabilidad, una sensación de paz interior que les dejara tranquilos sin importar lo que les sucediera.
Los epicúreos eran más proactivos en su búsqueda de la satisfacción, tratando de encontrar un equilibrio adecuado entre el placer y el dolor. Su objetivo era minimizar el dolor y maximizar el placer. Sin embargo, incluso alcanzar un objetivo en este ámbito puede resultar frustrante. Puede que nunca obtengamos el placer deseado o que, habiéndolo obtenido, nos demos cuenta de que no nos aporta lo que pensábamos.
Pablo no era ni estoico ni epicúreo. El epicureísmo conduce finalmente a un pesimismo final: no podemos conseguir o mantener el placer que buscamos, así que ¿para qué? La doctrina del apóstol sobre la resurrección y la renovación de la creación no permite ese pesimismo. La creación «será también liberada de la esclavitud de la corrupción a la libertad de la gloria de los hijos de Dios» (Ro 8:18-25; ver 1 Co 15). Pablo también rechazó la resignación pasiva del estoicismo, pues no era un fatalista. Él se esforzaba por alcanzar sus objetivos y nos llamó a ocuparnos en nuestra salvación con temor y temblor, creyendo que Dios obra en nosotros y a través de nosotros para llevar a cabo Sus propósitos (Fil 2:12).
Para el apóstol, el verdadero contentamiento no era la complacencia, y tampoco era una condición en este lado de la gloria el que no pudiera admitir sentimientos de descontento e insatisfacción. Después de todo, Pablo expresó con frecuencia tales sentimientos en sus epístolas al considerar los pecados de la iglesia y sus propios defectos. Él no se dormía en los laureles, sino que trabajaba con celo para resolver problemas tanto personales como pastorales.
El contentamiento de Pablo estaba relacionado a sus circunstancias personales y al estado de su condición humana. Tanto si sufría carencias como si gozaba de prosperidad material, había «aprendido» a contentarse allí donde Dios le pusiera (Fil 4:12). Nota que esto fue algo que aprendió. No era un don natural, sino algo que se le tuvo que enseñar.
¿Cuál era el secreto de la satisfacción que había aprendido? Pablo nos dice en Filipenses 4:13: «Todo lo puedo en Cristo que me fortalece».
En resumen, la satisfacción del apóstol se basaba en su unión con Cristo y en su teología. No veía la teología como una disciplina teórica o abstracta, sino como la clave para entender la vida misma. Su satisfacción con su situación en la vida se basaba en su conocimiento del carácter y las obras de Dios. Pablo estaba contento porque sabía que su condición había sido ordenada por su Creador. Entendía que Dios traía a su vida tanto el placer como el dolor con un buen propósito (Ro 8:28). Pablo sabía que, puesto que el Señor ordenó sabiamente su vida, podía encontrar fortaleza en el Señor para todas y cada una de las circunstancias. Pablo comprendió que estaba cumpliendo el propósito de Dios tanto si experimentaba abundancia como abatimiento. La sumisión al gobierno soberano de Dios sobre su vida era la clave de su contentamiento.
Mientras seguimos luchando con los deseos de la carne, podemos ser tentados a creer que Dios nos debe una condición mejor de la que disfrutamos actualmente. Creer tal cosa es pecado y conduce a una gran miseria, que se supera solamente confiando en la gracia sustentadora y providencial del Señor. Encontraremos el verdadero contentamiento solo cuando recibamos y caminemos en esa gracia.