La prueba de Jonás
13 agosto, 2024La prueba de Pedro
20 agosto, 2024La prueba de Daniel y sus amigos
Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
Quizá uno de los mayores fracasos de la iglesia hoy sea sucumbir a la tentación de transigir. ¿Debemos aceptar las identidades queer, ordenar pastores gais o bendecir la unión de las parejas del mismo sexo (pero no casarlas)? Nuestros hermanos y hermanas cristianos del hemisferio sur están estupefactos por cómo pastores, iglesias y denominaciones del Occidente moderno se están conformando a la cultura neopagana y doblan la rodilla ante el ídolo de la identidad sexual y de género.
Antes de mi conversión a la fe en Cristo, hice una confidencia a un capellán sobre mi sexualidad. Me quedé atónito cuando el ministro me entregó un libro en el que se explicaba que la Biblia no condena la homosexualidad. Todo dentro de mí quería aceptar esas afirmaciones para justificar mi vida como homosexual. Empecé a leer aquel libro en una mano y la Biblia en la otra. En los meses siguientes, el Espíritu Santo me quitó las vendas de los ojos y me convenció de que el capellán y el libro distorsionaban claramente a Dios y Su Palabra.
Alrededor del siglo VI a. C., Daniel, Ananías, Misael y Azarías fueron arrebatados de sus hogares, exiliados a Babilonia y tentados a doblar la rodilla ante ídolos paganos. Sin embargo, su compromiso inquebrantable con el Señor los colocó entre los santos de Hebreos 11, «quienes por la fe […] cerraron bocas de leones, apagaron la violencia del fuego» (vv. 33-34).
En Daniel 6, el rey Darío firmó una orden por la que solo se podían hacer peticiones a él y a ningún otro hombre o dios. Daniel se enfrentó a esta prueba: desobedecer al rey para obedecer a Dios o desobedecer a Dios para obedecer al rey. Lo único que necesitaba hacer el profeta era no orar a Dios por treinta días y salvaría su propia vida. Solo necesitaba encontrar un «punto medio» y acomodarse externa y temporalmente al mandato del rey mientras en su interior mantenía sus convicciones personales. ¿Podría ser la asimilación la vía de escape de Daniel?
En Daniel 3, Ananías, Misael y Azarías —conocidos también como Sadrac, Mesac y Abed Nego— fueron tentados varias veces a abandonar a Dios y postrarse y adorar la imagen de oro. Nabucodonosor incluso les dio una salida fácil, ofreciéndoles otra oportunidad de adorar a este ídolo.
Sin vacilar, estos tres se mantuvieron firmes ante el gobernante más poderoso del antiguo Cercano Oriente de aquellos días. «Nuestro Dios a quien servimos puede librarnos…» (v. 17). Pero su fe y su determinación se hicieron explícitas en las siguientes palabras: «Pero si no lo hace, ha de saber, oh rey, que no serviremos a sus dioses ni adoraremos la estatua de oro que ha levantado» (v. 18).
La negativa de Daniel y sus tres amigos a claudicar señalaba el hecho de que ningún castigo por desobedecer al rey —ni los leones ni el horno de fuego— podría ser peor que desobedecer al Rey de reyes.
Después de que el horno fuera calentado siete veces más de lo normal, Nabucodonosor ordenó a algunos de sus hombres que ataran a Sadrac, Mesac y Abed Nego y los arrojaran con todas sus ropas (v. 20-21). Como el horno estaba tan caliente, las llamas consumidoras mataron a los poderosos hombres que ataron a los jóvenes hebreos, haciendo que los tres amigos cayeran atados en el horno ardiente (v. 23). Nabucodonosor, espantado, declaró: «¿No eran tres los hombres que echamos atados en medio del fuego?». (v. 24).
Nota que en el pasaje completo se repite cuatro veces la palabra «ataran» o «atados». La repetición es como un foco en una obra de teatro, que coloca nuestra atención en el punto clave. Una doble repetición puede ser fortuita. Una tercera aparición es con seguridad intencional. Sin embargo, una cuarta repetición es contundente y provocadora.
¿Por qué? La aclaración viene de los propios labios de Nabucodonosor: «Veo a cuatro hombres sueltos que se pasean en medio del fuego sin sufrir daño alguno» (v. 25). La palabra aramea traducida como sueltos, sherayin, puede traducirse también como liberados o libres. Las llamas no tocaron los cuerpos, los cabellos ni los mantos de los tres hombres; ni siquiera tenían olor a humo (v. 27). Lo único que Dios permitió que ardiera fue la propia cuerda que los tenía atados.
¿Por qué un Dios amoroso y soberano permite pruebas de fuego incluso como consecuencias de la obediencia? Es una pregunta que David hace en el Salmo 22: «Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?» (v. 1).
Las palabras de David en el Salmo 22 encuentran su cumplimiento final en Cristo en la cruz, pero también reflejan los sufrimientos de todos los fieles de Dios, incluidos Daniel y sus tres amigos. «Mi corazón es como la cera; / Se derrite dentro de mis entrañas» (Sal 22:14). «¡Sálvame de la boca del león!» (v. 21).
Sin embargo, al final, Nabucodonosor bendijo a Dios (Dn 3:28) y Darío hizo un decreto: «que […] todos teman y tiemblen delante del Dios de Daniel» (6:26). «Todos los términos de la tierra se acordarán y se volverán al SEÑOR» (Sal 22:27). La fidelidad del pueblo de Dios en la prueba de fuego trajo gloria a Dios.
Del dolor a la gloria. Esta ha sido la historia de los elegidos. ¿Consentiremos el despliegue vanguardista y multinacional de la idolatría? ¿O nos enfrentaremos sin miedo al fuego y a las fauces de los leones? Escojamos lo último, para que nos reciba la nube de testigos «de los cuales el mundo no era digno» (He 11:38).