La prueba de Daniel y sus amigos
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Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
Fui pastor por veinticinco años. Duré ocho años en posiciones de pastor asociado, y entonces pasé a ser pastor principal de una iglesia local que se encontraba en dificultades, en el sur de Louisville. Allí fui pastor por diecisiete años. Los primeros cinco años fueron muy difíciles. En ese periodo, hubo tres intentos distintos para despedirme. Hubo amenazas de violencia contra mí. Los miembros del equipo pastoral que me había contratado, me difamaban en la comunidad. La iglesia acabó quedándose sin dinero, y al final de aquellos cinco años, a la «avanzada edad» de treinta y cuatro años, empecé a tener problemas de salud producto del estrés acumulado por mi experiencia.
Luché con las mismas dudas y temores persistentes de cualquier otro pastor en tales circunstancias. «¿Por qué ocurre esto? ¿Estoy siendo castigado? ¿Qué estoy haciendo mal?». Lo que más preocupaba a mi alma era: «¿Está Dios probándome?». Esta pregunta me atormentaba por encima de todas las demás, porque implicaba que yo podía estar sufriendo de esta manera como parte del misterioso plan y la providencia de Dios. Si yo estaba haciendo algo mal, podía intentar arreglarlo. Si esto estaba orquestado por la mano de un Dios amoroso, solo me restaba soportarlo y confiar en Él.
Es probable que Pedro se sintiera atormentado de manera similar cuando oyó las siguientes palabras de Jesús:
Simón, Simón, mira que Satanás los ha reclamado a ustedes para zarandearlos como a trigo; pero Yo he rogado por ti para que tu fe no falle; y tú, una vez que hayas regresado, fortalece a tus hermanos.
Y Pedro le dijo: «Señor, estoy dispuesto a ir adonde vayas, tanto a la cárcel como a la muerte». Pero Jesús le dijo: «Te digo, Pedro, que el gallo no cantará hoy hasta que tú hayas negado tres veces que me conoces» (Lc 22:31-34).
Lo que debería impactarnos inmediatamente de estas palabras de Jesús es que Él no se apresuró a declarar que ejercería Su dominio sobre Satanás manteniéndolo alejado de Pedro por completo. De hecho, Jesús le dijo explícitamente a Pedro con antelación que sería zarandeado por Satanás y que después sería restaurado para la edificación de la iglesia de Cristo. Había un propósito divino. Ese propósito se encuentra en el versículo 32: demostrar que Pedro sería guardado por Jesús cuando fuera zarandeado y que, como resultado, Pedro estaría más capacitado y equipado para fortalecer a sus hermanos después de eso. La palabra esperanzadora pero inquietante de Jesús para Pedro nos dice que Él no evitará que Su pueblo sufra y sea zarandeado por el enemigo. No obstante, Él sí promete guardarnos, sostener nuestra fe y hacernos más útiles para Él cuando hayamos llegado al otro lado.
Este es el plan misterioso de Dios para todos aquellos que, a lo largo de los siglos, toman su cruz y, por la fe, siguen a Jesús. Dios no promete una protección total de las tentaciones y pruebas en un mundo caído, ni de los zarandeos y ataques del enemigo. Sin embargo, sí promete estar siempre con nosotros, sostenernos y guardarnos por medio de Su mano poderosa (Jud 24-25) y Su obra intercesora (He 4:14-16) delante de Su Padre celestial. Y como Pedro, cuando pasemos al otro lado de nuestras pruebas, tentaciones y pruebas de fe, seremos más útiles a nuestro Redentor y más útiles en la vida de los demás (1 P 5:10).
Esto resultó cierto en mi propia vida. Después de aquellos cinco años brutales en la iglesia, decidí quedarme. En la misteriosa providencia de Dios, al sexto año algo cambió. El barco viró y la iglesia empezó a florecer. La gente empezó a venir a Cristo. Dios envió personas que se convirtieron en algunos de nuestros miembros más fieles. Envió a hombres y mujeres a fin de formarlos para el ministerio y enviarlos a cumplir la gran comisión. Dios también redimió muchas de las relaciones con mis adversarios, quienes más tarde se convirtieron en algunas de las personas más queridas para mí.
Casi veinte años después, al recordar aquellos primeros cinco años, veo aquel periodo como una designación divina de un Dios bueno y fiel. Dios permitió un zarandeo providencial del enemigo, pero Jesús me sostuvo, me guardó y me ha hecho más útil para Él gracias a ello. Irónicamente, gran parte del fruto de mi actual ministerio con pastores procede de aquellos primeros años de dolor, pruebas, sufrimiento y pruebas de fe. Estoy convencido de que ahora soy aún más útil para mi generoso Maestro porque fui moldeado en el fuego de las pruebas y la adversidad mientras mi bendito Redentor me sostenía, me guardaba e intercedía por mí.
Si eres cristiano, Dios también te moldeará a fin de que seas útil para Su obra, incluso mientras te sostiene en el ministerio.