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Nota del editor: Este es el sexto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
En las Escrituras, Dios a menudo permite que Su pueblo enfrente pruebas y tentaciones difíciles. Aunque a menudo solo Él conoce las razones específicas de estas pruebas, sabemos que Dios santifica y equipa a Su pueblo a través de estas. La vida de David ofrece uno de los ejemplos más conocidos de estas verdades. David es mencionado por primera vez en el Antiguo Testamento cuando fue levantado por Dios y ungido por Samuel para ser rey en Israel después de que Dios rechazara a Saúl. En lugar de llevar a David inmediatamente de la ceremonia de unción al trono, Dios hizo que esperara más de diez años para ser coronado rey. Durante muchos de esos años, vivió en el desierto, huyendo de Saúl y de los tres mil hombres que Saúl había designado para encontrarlo (1 S 24:2). Dios usó esta huida del peligro para ayudar a David a crecer, pues estas pruebas durante sus años en el desierto moldearían de manera significativa su reinado.
Una de las primeras pruebas de David ocurrió cuando Saúl se detuvo en una cueva donde David y sus hombres se estaban escondiendo. Los hombres de David concluyeron que Dios había entregado a Saúl en manos de David y lo animaron a matarlo (vv. 3-4). David se mostró reacio porque, a pesar de que Saúl había sido rechazado por el Señor (15:26), Saúl había sido ungido por el profeta Samuel para ser rey sobre Israel (10:1) y permaneció en ese oficio hasta la coronación oficial de David. David eligió solo «cortar a escondidas la orilla del manto de Saúl» antes de que «le remord[iera]» la conciencia por siquiera intentar hacer daño al «ungido del SEÑOR» (24:4-6).
En otra ocasión (cp. 26), David pudo colarse en el campamento de Saúl por la noche, «ya que un sueño profundo de parte del SEÑOR había caído sobre ellos» (v. 12). Con la «lanza [de Saúl] clavada en tierra a su cabecera» (v. 7), el compañero de David, Abisai, concluyó que David debía dejar que él clavara a Saúl en el suelo con su lanza. David nuevamente se negó a matar al ungido del Señor, creyendo que si Dios quería que Saúl muriera, Él «lo herirá, o llegará el día en que muera, o descenderá a la batalla y perecerá» (v. 10). En su lugar, David tomó la lanza y la vasija de agua de la cabecera de Saúl. En ambos casos, de manera irónica, lo que parecía una oportunidad en realidad era una tentación.
Las pruebas y tentaciones de David nos enseñan lecciones invaluables. Primero, es presuntuoso concluir que una acción es la voluntad de Dios simplemente por circunstancias fortuitas. Saúl fue puesto en manos de David no para que David asumiera el reinado, sino para que Saúl pudiera ver que Dios era el Rey supremo y se arrepintiera de su desobediencia. En ambos casos, David mostró a Saúl una señal (primero su manto, y luego su lanza y vasija) de que Dios había dejado a Saúl vulnerable al ataque de David. Sin embargo, a través de cada una de estas pruebas providenciales, la disposición de David a esperar en Dios le ofreció a Saúl una oportunidad adicional para arrepentirse. Del mismo modo, debemos ser lentos para sacar conclusiones definitivas sobre por qué ciertas circunstancias se presentan en nuestras vidas. En cambio, con otros líderes y amigos confiables de la iglesia, debemos considerar en oración cómo Dios quiere que respondamos al buscar en las Escrituras.
Segundo, es crucial esperar en el tiempo de Dios en lugar de manipular las circunstancias. Muchos de nosotros sabemos lo que Dios ha ordenado, y sin embargo, somos tentados a hacer las cosas a nuestra manera. David temía a Dios más de lo que deseaba ser rey. Confiaba en Dios y esperó a que Dios cumpliera Sus promesas. De la misma manera, Dios nos llama a temerle y confiar en Él, no solo en los buenos tiempos, sino especialmente en la incertidumbre. Si Dios nos tiene en el desierto, no hagamos las cosas a nuestro modo, sino rindámonos a Él. La confiabilidad de Dios brilla más cuando confiamos en Él en lugar de en nuestros propios recursos. Él no nos ha dejado. Él está con nosotros en nuestras pruebas, usándolas para nuestro bien.
Finalmente, las pruebas y tentaciones de David apuntan a Cristo. A pesar de las muchas fallas de David, él fue «un hombre conforme a Su corazón» (13:14). Sin embargo, el pacto de Dios con David —que su trono sería «establecido para siempre» (2 S 7:16)— se cumplió en Jesús, el verdadero y eterno Rey de Israel. Jesús confió en Dios en el desierto e incluso en la muerte. Cuando las cosas parecían más sombrías, Dios estaba obrando. Como Jesús es nuestro ejemplo supremo y esperanza en las pruebas y tentaciones, nos fortalecemos cuando acudimos a Él en cualquier circunstancia que enfrentemos hoy.