La prueba de Abraham
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Nota del editor: Este es el cuarto capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
El libro de Job aborda, entre otras cosas, la respuesta a la pregunta: ¿Por qué sufren los justos? Los teólogos se refieren a esto como el problema del dolor. Pero es más que el problema del sufrimiento; es también la cantidad de sufrimiento. ¿Por qué sufren tanto los justos?
Algunos objetarán citando las palabras de la Escritura: «NO HAY JUSTO, NI AUN UNO» (Ro 3:10; citando Sal 14:3). Sin embargo, eso sería errar al blanco. Es Dios mismo, en el prólogo del libro de Job, quien señala (dos veces, además del testimonio del autor) la reputación de Job como hombre justo: «No hay ninguno como él sobre la tierra; es un hombre intachable y recto, temeroso de Dios y apartado del mal» (Job 1:8; 2:3; ver también 1:1). Probablemente no encontramos gran dificultad cuando los pecadores sufren, pues están recibiendo la justa recompensa por su rebelión contra un Dios santo. Pero ¿por qué sufren los piadosos, y sufren tanto como sufrió Job? Esa es la pregunta que plantea el libro de Job.
Una posible respuesta es que Satanás es la causa. Y en parte es cierto. Al principio del libro, se nos presenta (aunque no al propio Job) al «Acusador» o «Adversario», traducido en la NBLA como «Satanás» (1:6; 2:1). ¿Por qué está ahí? Como aclara Pedro: «el diablo, anda al acecho como león rugiente, buscando a quien devorar» (1 P 5:8). Si buscamos la causa del sufrimiento, la respuesta (en parte) está en el hecho de que vivimos en un mundo caído, donde Satanás sigue ejerciendo su malicia. Es cierto que somos nuevas criaturas en Cristo, pero aún no estamos en la Ciudad Celestial donde no hay sufrimiento (Ap 21:4).
Sin embargo, la intervención de Satanás en este mundo no es la respuesta completa al problema del dolor. Hay otra causa, y el libro de Job nos recuerda explícitamente la causalidad divina en el problema del dolor. Es Dios quien presenta a Job ante Satanás: «¿Te has fijado en Mi siervo Job?» (Job 1:8; 2:3). Nos rascamos la cabeza y preguntamos: ¿Por qué hace Dios eso? El propio Job ignora lo que nosotros (los lectores) sabemos sobre la conversación entre Dios y Satanás. Job sufre en silencio, al menos en lo que respecta a Dios. Él debe escuchar las interminables quejas de sus tres amigos, que le torturan sin piedad al decir que todo sufrimiento es, en todos los casos, el justo castigo de Dios. Según sus amigos, Job debe examinarse a sí mismo, descubrir sus pecados y arrepentirse, o le ocurrirá algo peor. Aunque los estudiosos difieren, la contribución de Elihú en los capítulos 32-37, aunque sugiere que el dolor puede enseñar lecciones importantes, parece ir en la misma dirección de la narrativa de los tres amigos de Job.
No es sino hasta el capítulo 38 que Dios le habla a Job. En lugar de la «brisa apacible» (1 R 19:12), viene de un «torbellino» (Job 38:1). Para agravar la situación, ahora es Dios quien hace las preguntas, y Job es quien debe dar las respuestas. Job no puede responder ni una sola. Después de no poder articular respuesta alguna, se le habla a Job de Behemot y Leviatán, grandes bestias que muchos eruditos sugieren que son descripciones poéticas de un hipopótamo y un cocodrilo. ¿Por qué hizo Dios un cocodrilo, y qué tiene esto que ver con el sufrimiento de Job? Una respuesta es: «No sé». Y el dolor es así. ¿Por qué Dios trae temporadas de dolor? No sé.
Satanás al principio había apostado con Dios que Job repudiaría su fe ante el sufrimiento, y esa apuesta estaba ahora perdida. El sufrimiento era una prueba y Job la superó, arrepintiéndose en polvo y ceniza de las cosas que había dicho durante la prueba. Como deja claro Juan Calvino en su sermón inaugural sobre el libro de Job (en una serie de 159 sermones predicados en 1554-55), Job tenía un buen caso, pero lo argumentó mal, y sus amigos tenían un mal caso y lo argumentaron muy bien.
Job aprendió a través del sufrimiento que Dios no está obligado a darnos una razón de nuestras pruebas. No es importante que lo entendamos; solo es importante que Dios lo entienda y que confiemos en Él.