Los propósitos de Dios en las pruebas y tentaciones
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: Las pruebas, tentaciones y la prueba de nuestra fe
Conocido en la tradición judía como la Aqedah, «la atadura», el relato del viaje de Abraham a Moriah para sacrificar a su hijo Isaac, registrado en Génesis 22, es incomparable por su poder y la conmoción que genera. Gracias al magistral uso que hace el relato de la ironía dramática, los lectores saben desde el principio lo que Abraham no sabía: que la orden de Dios de sacrificar a su hijo era una prueba para la fe de Abraham (v. 1). Sin embargo, no podemos evitar sentirnos arrastrados por el miedo, la confusión y la fe del patriarca mientras emprende obedientemente un viaje que, por lo que sabe, culminará con la muerte de su hijo Isaac, que, según se nos dice al principio, es su único hijo, el hijo a quien ama (v. 2). ¿Sacrificará el patriarca a su único hijo, a quien ama, por el Dios a quien se supone que debe amar más? La tensión de la historia es palpable.
El hecho de que Dios condene inequívocamente en toda la Biblia el sacrificio infantil (Dt 12:31; 18:10; Sal 106:37-38; Jr 32:35) hace que Su mandato a Abraham sea especialmente sorprendente. Pero lo que lo hace aún más desconcertante es que a Abraham se le ordena matar al mismo hijo a través del cual Dios había prometido establecer Su pacto (Gn 17:19). Isaac era el hijo de la promesa, aquel a través del cual Dios había prometido cumplir Sus propósitos redentores de bendecir y redimir a un mundo maldito por el pecado. La orden de Dios parecía no tener sentido, pero, sorprendentemente, Abraham obedeció.
A lo largo de su vida, Abraham luchó por creer en las promesas de Dios y vivir a la luz de ellas. En esta ocasión, sin embargo, Abraham partió en obediencia a Dios para ofrecer a su hijo como holocausto al Señor. Sin duda fue un viaje angustioso, pero sus palabras revelan su fe íntima y profunda en que Dios sería fiel y cumpliría Su promesa. Dejando a sus criados con las provisiones, Abraham les dice: «Yo y el muchacho iremos hasta allá, adoraremos y volveremos de nuevo a ustedes» (Gn 22:5, traducción del autor; énfasis añadido). Después, Isaac le dice a su padre: «Aquí están el fuego y la leña […] pero ¿dónde está el cordero para el holocausto?». Abraham responde: «Dios proveerá para Sí el cordero para el holocausto, hijo mío» (vv. 7-8). Estas palabras no son un pensamiento iluso, sino que revelan la confianza de Abraham en que Dios le devolverá de algún modo al hijo que le ha pedido que sacrifique. Abraham cree que su Dios es fiel y cumplirá Su promesa aunque eso signifique resucitar a su hijo de entre los muertos, pues el autor de Hebreos nos dice que Abraham «consideró que Dios era poderoso para levantar [a Isaac] aun de entre los muertos, de donde también, en sentido figurado, lo volvió a recibir» (He 11:19).
Ciertamente, Dios no puso a prueba a Abraham para descubrir algo sobre el patriarca que Él no supiera. El Dios que lo sabe todo, que conoce el fin desde el principio (Is 46:10), conocía sin duda la naturaleza y el carácter de la fe de Abraham. Pero Dios puso a prueba a Abraham para revelar, fortalecer y probar la realidad de su fe cuando fue llamado a confiar en la palabra de la promesa de Dios por encima de su propia razón humana falible. La Biblia deja claro que Dios pone a prueba nuestra fe por la misma razón. A veces, Dios permite que Sus hijos experimenten grandes pruebas y dificultades porque «la prueba de su fe produce paciencia, […] para que sean perfectos y completos, sin que nada les falte» (Stg 1:3-4). La fe es fortalecida por medio de la prueba.
Sin embargo, la prueba por parte de Dios de la fe de Abraham en Génesis 22 fue ciertamente única, pues apuntaba hacia el Cristo que había de venir. Después de que el ángel del Señor detiene la mano de Abraham y le proporciona un carnero como sustituto de Isaac, Dios le jura:
Por cuanto has hecho esto y no me has rehusado tu hijo, tu único, de cierto te bendeciré grandemente, y multiplicaré en gran manera tu descendencia como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar, y tu descendencia poseerá la puerta de sus enemigos. En tu simiente serán bendecidas todas las naciones de la tierra, porque tú has obedecido Mi voz (Gn 22:16-18).
Las bendiciones del pacto de gracia fluirán a la descendencia de Abraham, y al mundo a través de ella, porque Abraham soportó esta prueba.
La obediencia de Abraham, sin embargo, era un tipo o sombra del Cristo que obedecería a Dios perfectamente toda Su vida, no solo en una ocasión. Jesús confió en Su Padre y estuvo dispuesto a obedecerle incluso hasta la muerte en una cruz (Flp 2:8). Las bendiciones del pacto que Israel disfrutó por la obediencia imperfecta de Abraham no eran más que una imagen tenue de las bendiciones eternas y duraderas que el pueblo de Dios recibe debido a la obediencia personal, perfecta y perpetua de Cristo. Dios proveyó para Abraham, para Isaac y para nosotros cuando no perdonó a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros (Ro 8:32). De este modo, la prueba de Abraham fue única, pues apunta a los creyentes de todas las épocas a la obra consumada del Cordero de Dios, que fue ofrecido por los pecados del mundo (Jn 1:29).