La justa ira de Dios satisfecha
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Nota del editor: Este es el décimo capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
Escribo desde el contexto de Costa Rica y Latinoamérica, donde la «ira» a menudo se manifiesta como una falta de confrontación, y uno simplemente se retira de la relación. Podríamos hablar de una «ira pasiva». Si surge una controversia en la iglesia sobre alguna política interna, la gente simplemente abandona la congregación. La ira hacia un amigo puede no provocar una respuesta verbal, sino simplemente resultar en el fin de la relación. Creo que esta respuesta de «ira disimulada» podría ser común en otros lugares también.
Romanos 12:19-20 forma parte de una serie de mandamientos del apóstol Pablo para los cristianos que viven en este mundo con otros pecadores. La perspectiva general es de suma importancia para todos nosotros. Juan Calvino nos lleva directamente al corazón de cada uno de estos elementos al preguntar: «¿Cuál es el propósito de nuestras acciones?». En este sentido, solo hay dos opciones: o pensamos y actuamos teocéntricamente (centrados en Dios) o lo hacemos antropocéntricamente (centrados en el hombre). O Dios y Su Palabra son nuestro objetivo y nuestra guía, o los deseos del hombre determinan nuestras acciones y actitudes. O Cristo y Su gloria son nuestro objetivo, o buscamos nuestra propia gloria.
En Romanos 12:19-20, Pablo nos exhorta a abstenernos de intentar usurpar el papel de Dios en la historia. Dios es el Gobernante y Juez, y Él impartirá justicia en Su forma perfecta. Las palabras de Pablo son directas. Tenemos una orden del Juez. De hecho, todo el contexto nos dirige hacia lo opuesto de buscar venganza personal o «justicia» desde nuestro propio punto de vista. Debemos bendecir a quienes nos persiguen (Ro 12:14), nunca pagar a nadie mal por mal (Ro 12:17), y estar en paz con todos los hombres (Ro 12:18).
Pablo cita varios pasajes del Antiguo Testamento para mostrar que la voluntad de Dios siempre ha sido que los hombres se abstengan de intentar impartir Su justicia en la tierra en cualquier forma personal. Dios ha otorgado a los magistrados la función de vengar la injusticia, pero esta no es venganza personal. En nuestras relaciones personales, nuestra actitud debe ser la opuesta: ante las acciones malvadas hacia nosotros, debemos bendecir. Necesitamos hacer dos observaciones sobre la interpretación de nuestro texto.
En primer lugar, el versículo 19, en el original griego, no incluye las palabras «de Dios» en relación con la ira. El texto simplemente dice «den lugar a la ira». Sin embargo, William Hendriksen y otros argumentan de manera convincente que esta «ira» debe interpretarse definitivamente como la ira de Dios. Él es quien se encarga de «pagar» cualquier mal que deba ser castigado.
En segundo lugar, ¿cómo debemos interpretar amontonar «carbones encendidos» sobre la cabeza de nuestros enemigos (Ro 12:20)? Algunos ven esto como un añadido a su castigo en el día del juicio o alguna otra forma de retribución. No obstante, esta interpretación es completamente opuesta al contexto, donde el cristiano busca que el bien surja de sus acciones. La mejor interpretación coincide con lo que expresa el apóstol Pedro en 1 Pedro 2:15: «Porque esta es la voluntad de Dios: que haciendo bien, ustedes hagan enmudecer la ignorancia de los hombres insensatos». Las acciones generosas de los cristianos ante la mala voluntad hacia ellos tienen como objetivo traer vergüenza y humillación al malhechor.
Al considerar el contexto más amplio de la epístola de Pablo a los Romanos, este pasaje ayuda al cristiano a entender que cada uno de nosotros merece la ira de Dios debido a nuestro pecado. Solo la gracia de Dios en Cristo nos ha brindado liberación. Un cristiano nunca debería desear que la ira caiga sobre otro ser humano por un agravio personal. Hacerlo sería entender mal la gracia de Dios hacia nosotros en Cristo. Dejamos en manos de la perfecta justicia y sabiduría de Dios el destino final de cada individuo, y simplemente vivimos agradecidos en la gracia de Dios que hemos recibido en Cristo.
Regresando al concepto de la «ira pasiva», podemos ver que nuestra respuesta cristiana al resentimiento pasivo debería ser positiva. A menudo, cuando percibimos esta «ira latente», tendemos a retirarnos también. Nuestra reacción habitual es: «¡Pues vete, entonces!». Sin embargo, bíblicamente debería ser justo lo contrario. Nuestra buena voluntad expresada en términos concretos debe ser tan sincera que la persona enojada sienta vergüenza por querer abandonar o romper la relación. Esto no suele ser fácil, ya que a menudo nos sentimos traicionados. Sin embargo, en el contexto de la «ira pasiva», nuestro pasaje nos impulsa firmemente hacia el «amor activo».