¿Juegas con fuego?
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Nota del editor: Este es el noveno capítulo en la serie de artículos de la revista Tabletalk: La ira
En la carta a los Romanos, el apóstol Pablo comienza una acusación contra toda la raza humana con la temible declaración de que «la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres» (Ro 1:18). La conclusión de Pablo a su argumento se encuentra en el tercer capítulo de la carta, donde afirma que todos han pecado y no alcanzan la gloria de Dios (3:23). Entre estos dos puntos, el apóstol advierte que aquellos que pecan están acumulando ira para sí mismos en el día de la ira y de la revelación del juicio justo de Dios (2:5). Esta misma perspectiva de juicio es la que lleva a David a clamar: «SEÑOR, no me reprendas en Tu ira, / Ni me castigues en Tu furor» (Sal 6:1). En cambio, David pide gracia: «Ten piedad de mí, SEÑOR, porque estoy sin fuerza; / Sáname, SEÑOR, porque mis huesos se estremecen» (Sal 6:2).
Pero ¿hay lugar para la gracia en un Dios que revela Su ira contra toda impiedad e injusticia de los hombres? De manera maravillosa y llena de gracia, las palabras de condenación de Pablo están enmarcadas dentro de una proclamación de las buenas nuevas para todas las naciones: Dios ha proporcionado una remisión completa y total de los pecados para todos los que confían en Cristo. Esta buena noticia no se basa en la idea de que Dios ignorará nuestros pecados y los olvidará, simplemente pasándolos por alto para siempre. No, no puede haber salvación para los pecadores de esa manera de parte de un Dios justo y santo. Donde hay impiedad e injusticia, la ira de Dios debe ser y será revelada. Él puede pasar por alto los pecados por un tiempo, pero no para siempre.
Sin embargo, ese día del juicio llega de dos maneras distintas. Viene al final de la historia de este mundo:
Cuando el Señor Jesús sea revelado desde el cielo con Sus poderosos ángeles en llama de fuego, dando castigo a los que no conocen a Dios, y a los que no obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesús. Estos sufrirán el castigo de eterna destrucción, excluidos de la presencia del Señor y de la gloria de Su poder
(2 Ts 1:7-9).
También hay otra manera en que llega el día del juicio. Ocurrió en el monte Calvario, justo afuera de Jerusalén, alrededor del año 30 d. C. Allí fue crucificado el Señor Jesucristo.
Jesús murió injustamente a manos de los romanos, ya que tanto Pilato como Herodes afirmaron que Él no había hecho nada que mereciera la muerte (Lc 23:14, 15, 22). Sin embargo, también murió de manera justa por la mano de Dios (Hch 4:27-30), soportando la ira de Dios que correspondía a aquellos que ponen su fe en Cristo. Pablo lo expresa de manera concisa en 2 Corintios 5:21: «Al que no conoció pecado, lo hizo pecado por nosotros, para que fuéramos hechos justicia de Dios en Él». Esto se desarrolla más plenamente en Romanos 3:21-26.
Dado que el día del juicio ha sido retrasado, la justicia de Dios es cuestionada. El mundo tiende a malinterpretar la tolerancia divina hacia el pecado. Su propósito es llevar a los pecadores al arrepentimiento (Ro 2:4). Sin embargo, se trata solo de una tolerancia temporal; no durará para siempre. Por lo tanto, Dios envió a Su Hijo para ser la propiciación por el pecado mediante Su muerte en la cruz. Dios Padre envió a Su Hijo para soportar el castigo del pecado de todos aquellos que creyeron en Él (en el pasado, en el presente y en el futuro). «Propiciación» es la traducción de la palabra griega hilastrion, que se usa solo una vez más en el Nuevo Testamento, en Hebreos 9:5, donde se traduce como propiciatorio. Este es el lugar en el tabernáculo del Antiguo Testamento sobre el arca del pacto, donde se rociaba la sangre de un novillo y de un macho cabrío sacrificados en el día de la expiación (Lv 16). Como la muerte es la paga del pecado (Ro 6:23), al morir y derramar Su sangre, Jesucristo pagó la pena de muerte por todos aquellos que creen en Él. Es un regalo de Dios que es recibido por fe. De esta manera, Dios se revela como justo al castigar los pecados de aquellos perdonados en Cristo, y como el que justifica a aquellos que tienen fe en Jesús, a pesar de que hayan pecado (3:26).
De una forma o de otra, Dios castiga todo pecado. Pero solo en Jesucristo se satisface la justa ira de Dios mientras Él también extiende Su gracia perdonadora a aquellos que creen. Que todos los que lean estas palabras huyan de la ira venidera y encuentren refugio en la muerte de Jesucristo.