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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Las adicciones
La adicción no es un concepto abstracto para mí. En mi ministerio he aconsejado a muchas personas que han sido asaltadas por la adicción. El encuentro más costoso que he tenido con este problema fue con mi madre, que era adicta al alcohol. Tengo muy pocos recuerdos de mi madre sobria antes de cumplir los trece años. Debido a que crecí rodeado de adicciones y respondiendo a sus consecuencias, este tema es profundamente personal para mí.
Nuestra palabra adicción proviene de un término en latín que significa darse a uno mismo o rendirse. En efecto, las adicciones son cosas a las que nos entregamos. Los adictos se entregan en obediencia a algún objeto. La palabra adicción no es de las que aparecen en las Escrituras, pero el concepto al que se refiere es eminentemente bíblico. La realidad más profunda que la Biblia usa para describir este problema es la esclavitud.
En Romanos 6:15-23, el apóstol Pablo usa la metáfora de la esclavitud para describir el dominio del pecado sobre todo ser humano que existe aparte de Cristo. Dice: «¿No saben ustedes que cuando se presentan como esclavos a alguien para obedecerle, son esclavos de aquel a quien obedecen…?» (Ro 6:16). El pecado nos esclaviza. Nos convoca a la obediencia y nos rendimos de manera diligente al entregarnos a sus caprichos. Esta es la forma exacta en que funcionan las adicciones. Los adictos son cortejados por el objeto de su esclavitud y se rinden en obediencia a las órdenes de su amo. Pero las adicciones son amos crueles. Cuando seguimos los dictados de nuestras adicciones, terminamos sufriendo con el tipo de dolor que viene al seguir los mandatos de un gobernante malévolo. En Romanos 6, el apóstol Pablo detalla al menos tres consecuencias que inundan la vida de las personas que están atrapadas en el tipo de esclavitud que representan las adicciones.
En primer lugar, el tipo de esclavitud que vemos en la adicción es pecaminosa y lleva a más pecado. Pablo se dirige a los cristianos que en el pasado «presentaron sus miembros como esclavos a la impureza y a la iniquidad, para iniquidad» (Ro 6:19). Las adicciones están mal porque es pecaminoso entregarse a cualquier cosa que no sea Dios mismo. Pablo dice que aunque los cristianos son libres de disfrutar todos los buenos dones de Dios (1 Co 6:12), los creyentes no deben ser dominados por nada más aparte de Cristo. La esclavitud de la adicción es pecaminosa en sí misma y conduce a más pecado.
La adicción de mi madre al alcohol la condujo a muchos otros pecados. Bebía para emborracharse porque quería olvidar toda la oscuridad de su vida que le causaba tanto dolor. Llegó a depender de este olvido etílico a pesar de todas las demás maldades que tuvo que cometer para recibirlo. La esclavitud de mamá al alcohol la condujo a la pereza, la ira, el robo, el abuso infantil, la mentira, la promiscuidad y la manipulación, todo en formas que estaban conectadas de manera intrínseca con su llamado continuo a obedecer a su amo, el vodka. Como es el caso con todos los adictos, su esclavitud pecaminosa de adicción la llevó a más y más pecado.
En segundo lugar, la esclavitud de la adicción conduce a la vergüenza. En Romanos 6:21, Pablo pregunta: «¿Qué fruto tenían entonces en aquellas cosas de las cuales ahora se avergüenzan?». La vergüenza es el remordimiento doloroso que sentimos cuando, en nuestro sano juicio, reflexionamos sobre las cosas miserables que hicimos en nuestra necia obediencia al dominio duro de nuestras adicciones. El comportamiento ridículo y autodestructivo de los adictos en su esclavitud a los objetos de su devoción es obvio para todos excepto para los propios adictos. Cuando un razonamiento claro arroja luz sobre su insensatez, conduce al tipo de vergüenza a la que se refiere Pablo.
Años después de que ella dejó de beber, me senté con mi madre mientras reflexionaba sobre la locura pecaminosa que produjo su esclavitud al alcohol. Mientras ella pensaba en los años de violencia que había acumulado sobre mi hermano y sobre mí, las docenas de hombres con los que había compartido su cuerpo y las relaciones que alguna vez fueron preciosas y que habían sido destruidas, apenas se atrevía a hablar. El dolor de tales consecuencias la llevó al suelo en un charco de lágrimas y vergüenza.
Finalmente, el tipo de esclavitud que se manifiesta en las adicciones conduce a la muerte. Después de realizar su pregunta sobre la vergüenza, Pablo agrega de forma inmediata: «Porque el fin de esas cosas es muerte» (Ro 6:21). La esclavitud de la adicción lleva a más pecado, a la vergüenza y a la muerte. En la Biblia, por supuesto, la muerte expresa la experiencia física que apunta a una experiencia espiritual más profunda. La muerte de nuestros cuerpos físicos apunta a la separación espiritual de Dios que nos deja muertos en nuestros delitos y pecados (Ef 2:1). Cada uno de estos significados bíblicos de la muerte es resaltado en la experiencia de la adicción.
Cuando tenía once años, un juez finalmente le dio a mi papá la custodia total de mi hermano y mía. Cuando llegó con un oficial de policía para recogernos, la última imagen que vi de mi madre fue ella desmayada en su propio vómito. No la volvería a ver durante dos años y más tarde me enteré de que casi había muerto ese día. Su esclavitud al alcohol la llevó al borde de la muerte. Pero ella tenía problemas mucho peores que ese.
Su adicción pecaminosa al alcohol fue solo una manifestación de un corazón pecaminoso que se negó a expresar dependencia en el Cristo resucitado. Hizo cosas que la llevaron a la muerte porque era objeto de ira y la muerte era su destino. El mayor problema de mi mamá no era que su cuerpo físico se estuviera muriendo, sino que ya había muerto en su espíritu. Las adicciones conducen a la muerte física porque son manifestaciones de la muerte espiritual. La muerte es la paga que recibes por tu esclavitud al pecado como una persona que está muerta en sus delitos y pecados (Ro 6:23).
Esta verdad llega a una realidad en Romanos 6 sobre la adicción que es quizás más profunda que la honestidad de Pablo acerca de las consecuencias de esas adicciones. Al abordar la esclavitud al pecado, Romanos 6 no destaca la adicción. La metáfora de la esclavitud incluye la adicción, pero no se limita a ella. La esclavitud no es solo una ilustración poderosa para aquellos con una adicción obvia. Cada uno de nosotros sabe lo que es estar esclavizado. Eso significa que, de una forma u otra, todos somos adictos.
No tienes que luchar con las adicciones obvias del sexo, el juego, las drogas o el alcohol para ser un esclavo. La metáfora de la esclavitud demuestra que todos somos propensos a un dominio pecaminoso por cosas que no son Cristo. Todos estamos enganchados a algo. Pudiera ser la heroína, pero es más probable que sean los elogios, la televisión, la ropa nueva, Facebook, los helados o docenas de otros amos que compiten con el Cristo resucitado en nuestros corazones. La esclavitud a las adicciones sutiles conduce al pecado, la vergüenza y la muerte de manera tan segura como las más extravagantes. Simplemente lo hacen con más delicadeza y lentitud. La diferencia está en la gradualidad.
Mi mamá era adicta al licor. Su esclavitud pecaminosa la llevó a pecados atrevidos, a una vergüenza desgarradora y a una muerte obvia que aparecía en los titulares de su vida. Yo no lucho con su adicción. El amo que tiendo a seguir se parece más a un cono de helado que a una botella de alcohol. Pero mi corazón pecaminoso puede aferrarse a ese dulce aceptable con una falta de confianza en Dios tan profunda como la demostrada por mi madre cada vez que estaba de juerga. Mis esclavitudes pecaminosas no aparecen en los titulares sino en la letra pequeña de mi vida, al añadir pecados adicionales que son más sutiles y con consecuencias más aceptables socialmente que la borrachera de mi madre. Mis esclavitudes me matarán de manera más lenta de lo que el pecado de mi madre la estaba matando. Pero mi habilidad para pecar con mayor delicadeza que mi madre en última instancia no me libra de esas esclavitudes. En todos los sentidos importantes, todos somos adictos porque todos somos esclavos. Y todos nosotros, a nuestra manera, experimentaremos las consecuencias que vienen de vivir una vida de esclavitud.
Pero ahí es donde entran las buenas noticias. Romanos 6 enfatiza que los creyentes ya no somos esclavos del pecado. No estamos atados a las adicciones pecaminosas que nos dominan.
Pero gracias a Dios, que aunque ustedes eran esclavos del pecado, se hicieron obedientes de corazón a aquella forma de doctrina a la que fueron entregados, y habiendo sido libertados del pecado, ustedes se han hecho siervos de la justicia (Ro 6:17-18).
La Biblia promete que todos los que siguen a Jesús tienen un nuevo amo y al final conocerán la libertad de todo amo pecaminoso.
Esta es una buena noticia para los adictos. Mi madre finalmente se cansó de las consecuencias de su adicción al alcohol y se tomó en serio la idea de recuperar la sobriedad. Gracias al trabajo de algunas personas muy devotas, a la larga pudo dejar su hábito de beber. Pero ella seguía siendo una adicta. Fumaba de manera incesante, se arruinaba con las compras compulsivas y se acostaba con personas. No fue hasta que mi mamá conoció a Jesús que en verdad cambió. Su nuevo Amo, Cristo, finalmente rompió su esclavitud a todo pecado, no solo a la bebida.
Cómo Jesús rompe el control de la adicción sobre nosotros, lentamente y a través del tiempo, es el tema de otro artículo mucho más extenso. Pero el punto de Romanos 6:15-23 es que los adictos son esclavos que experimentarán las amargas consecuencias de esa esclavitud. Y, de manera más gloriosa, el punto es que Dios ha hecho provisión para que los adictos esclavizados sigan a un Amo mejor que los libera de la esclavitud al hacernos seguidores de Él. Esa es una buena noticia para todos nosotros, los adictos: mi mamá, yo e incluso tú.