El testimonio de Mateo
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No debería sorprender que las esposas de los líderes de la iglesia reciban tanta importancia en 1 Timoteo 3. Cuando el Señor llama a un hombre al liderazgo, llama a su esposa para que lo acompañe y apoye. El rol de «ayuda» en Génesis 2:20 presupone una tarea para la que el hombre requiere asistencia. No puede hacerlo solo; por eso Dios hace una provisión creando una compañera humana perfecta. Sus habilidades no son las mismas que las de él, pero ella será parte de lo que él necesita para cumplir con la tarea que Dios le ha encomendado. Es obvio que en 1 Timoteo 3:11 este dúo «complementario» encuentra su expresión en la iglesia, donde, al compartir con su esposa, un anciano puede beneficiarse de una perspectiva más matizada que sería insensato descartar. Puede que ella no lo acompañe a una reunión de ancianos, pero la mayor parte del tiempo, mientras cumple con sus responsabilidades habituales, ella está a su lado desempeñando un papel vital. Dios ha unido a los ancianos y diáconos con esposas que los complementan en carácter y dones.
Si asumimos, por buena y necesaria consecuencia, que las virtudes femeninas enumeradas en 1 Timoteo 3:11 se aplican tanto a las esposas de los ancianos como a las de los diáconos, las cualidades buscadas deberían ser idénticas en ambos grupos de esposas. El mismo pasaje clave también revela que las cualidades combinadas requeridas en los ancianos, los diáconos y sus esposas son notablemente similares. En lugar de diseccionar cada atributo según se asigna al anciano, al diácono o a la respectiva esposa, tal vez una perspectiva más integral de 1 Timoteo 3 podría ser el reconocimiento de una gran imagen gloriosa de la «casa de Dios», supervisada por un grupo de hombres que son elegidos, junto con sus esposas, para servir en el cuidado pastoral continuo y natural. La soltería no es un impedimento para ser un anciano (de hecho, en algunas circunstancias, es una ventaja); sin embargo, en general, «más valen dos que uno solo, pues tienen mejor remuneración por su trabajo» (Ec 4:9).
Sus cualidades pueden describirse en cuatro calificativos: «dignas, no calumniadoras, sobrias, fieles en todo» (1 Tim 3:11). La dignidad que se espera de la esposa de un anciano no es menor que la que se espera de su marido: deben ser ejemplos de madurez en el Señor, comportándose de manera paciente y semejante a Cristo. Este comportamiento es más evidente en los momentos de tensión, cuando existe la tentación de reaccionar impulsivamente. El comportamiento regular de los líderes y sus esposas a menudo marcará la diferencia entre la unidad y la desunión, la paz o la tensión.
El anciano y su esposa serán también discretos, «no calumniadores» (1 Tim 3:11), lo que significa, por supuesto, que sus palabras son todas importantes. Siempre es bueno recordar que una conversación irreflexiva o un rumor ocioso pueden significar la diferencia entre la unidad o la ruina. El daño que se puede causar incluso a la comunidad más vibrante con un comentario inútil es incalculable. Mientras los ancianos y sus esposas interactúan con otros, la discreción significa el discernimiento para saber qué decir, cuándo hablar y cuándo callar.
Debido a su cargo en la iglesia, un anciano a veces poseerá información sensible. El tema de la confidencialidad es complicado y debe resolverse mediante la política de los ancianos, un juicio prudente y un sentido común piadoso. Por supuesto, hay escenarios profundamente delicados que es mejor no compartir, pero estos deben ser obvios, y una esposa con buen discernimiento se contentará con no saber lo que se considera imprudente divulgar.
Afortunadamente, estas situaciones son poco frecuentes. En realidad, las situaciones potencialmente difíciles suelen resolverse pronto mediante una interacción natural, cuando los líderes, con el apoyo de sus esposas, se toman en serio su responsabilidad de proporcionar una atención pastoral significativa en un modelo visible de matrimonio cristiano sólido. La disciplina eclesiástica sana no comienza cuando se presentan los cargos, sino que toma lugar de forma natural y regular durante el almuerzo y el café, donde las palabras sabias pueden marcar la diferencia entre la sanidad y el daño, el crecimiento y el retroceso. En estos escenarios preventivos, la contribución única de las esposas es absolutamente indispensable.
Las esposas también están llamadas, junto con sus esposos (1 Tim 3:3), a ser «sobrias». Esta cualidad describe una mentalidad clara y sensata, sobre todo en los desafíos imprevistos y difíciles en los que es necesario alcanzar un balance importante mediante el encuentro de dos mentes. Las esposas a menudo pueden proporcionar el tipo de evaluación objetiva y sensata que suele ser vital para un juicio «sobrio».
Del mismo modo, una esposa que muestra «fidelidad en todas las cosas» compartirá activamente la visión pastoral de su marido para la iglesia y su profunda y genuina preocupación por las personas de su comunidad. Ella, junto con su marido, aportará la estabilidad y la fiabilidad que mantendrá el enfoque en la centralidad de la iglesia y lo que representa.
En las complejidades de la iglesia de hoy, la sabiduría combinada de un esposo y una esposa es a menudo esencial para proporcionar un consejo equilibrado, particularmente en asuntos relacionales. Mientras que los hombres son asignados a «oficios» específicos de liderazgo, sería un hombre insensato el que no escuchara cuidadosamente la sabiduría de la esposa piadosa que Dios ha dado como compañera en la obra del evangelio.
Por último, hay que recordar que las esposas suelen soportar las tensiones indirectas que inevitablemente surgen como resultado de las dificultades relacionadas con el liderazgo de la iglesia. Además, independientemente de los sacrificios que se exigen a los que están en el ministerio, las esposas suelen estar dispuestas a hacer sacrificios mayores al dejar de lado sus intereses y comodidades para apoyar a sus maridos. Dios ve su constancia y paciencia y les asegura que su trabajo en el Señor no es en vano.