Cómo se propagó la Reforma
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Nota del editor: Este es el tercer capítulo en la serie especial de artículos de Tabletalk Magazine: La historia de la Iglesia | Siglo VIII
Tal vez uno pudiera argumentar que la historia de la Iglesia consiste en un sinfín de divisiones. Sin embargo, si bien es cierto que la historia está repleta de divisiones eclesiásticas, hay una unidad que trasciende todo el bullicio mundano y la confusión diabólica que rodea a la historia del pueblo de Dios. Esta unidad no es el resultado de concesiones doctrinales ecuménicas, sino todo lo contrario, es una unidad que trasciende todas las herejías debido al hecho de que es una unidad establecida en Dios mismo.
Pues Dios no ve como el hombre ve, y Su narrativa del despliegue del pacto de redención trae unidad a toda la historia: una unidad gobernada por Dios, centrada en Dios y que glorifica a Dios. Así como Dios tiene un propósito para toda la historia, Dios está en toda la historia; de modo que hay una unidad general en toda la historia precisamente porque Dios es soberano sobre todos los acontecimientos de la historia, por derecho y por necesidad.
En la Alemania pagana del siglo VIII, Bonifacio, un monje agustino inglés que predicaba el evangelio, fue martirizado por construir un lugar de adoración cristiana usando la madera de un roble dedicado al dios del trueno. Bonifacio no sobrevivió físicamente las divisiones religiosas y sociales del siglo VIII, pero la verdad de Dios sí sobrevivió.
Ocho siglos después, un monje agustino alemán de la ciudad de Wittenberg llamado Lutero escuchó el mismo evangelio que Bonifacio había predicado. Su mensaje de reforma centrado en el evangelio hizo que ganara el derecho a recibir el título de «hereje» en la bula papal Exsurge Domine, publicada el 15 de junio de 1520 por el papa León X. Fue esa misma bula papal la que Lutero quemó el 10 de diciembre de 1520 junto a la puerta de Elster en Wittenberg, donde hasta el día de hoy permanece un enorme roble que fue dedicado a él en aquel histórico momento. A su tiempo, el mismo evangelio que Lutero proclamó encendió una llama que incendió el mundo, expandiéndose desde Alemania hasta Inglaterra, donde las llamas de la leña ardiente abrasaron los cuerpos de muchos mártires ingleses que predicaban el evangelio. Sus voces, junto con las voces de Bonifacio y Lutero, cantan mientras se postran ante el trono del Dios Altísimo, coram Deo: «Esa Palabra del Señor… Muy firme permanece; Nos pueden despojar; De bienes, nombre, hogar; El cuerpo destruir; Mas siempre ha de existir; De Dios el reino eterno».