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Nota del editor: Este es el octavo capítulo en la serie de artículos de Tabletalk Magazine: Metáforas bíblicas para la vida cristiana.

¿Alguna vez te han dicho que eres familia de algún famoso del pasado? Durante mi infancia, escuchaba con frecuencia que era descendiente de Davy Crockett, héroe del Álamo, por parte de mi padre. Eso no lo he confirmado, pero he confirmado algo infinitamente más significativo: soy parte de la familia de Dios.
Si eres mi hermano o hermana en Cristo, entonces también eres parte de la familia de Dios. Pero tu conexión no es distante ni trivial como la mía con Davy Crockett; más bien, es más cercana que la que tienes con tus propios padres terrenales.
Nuestra primera y más alta lealtad es a la familia de Dios.
Aunque es menos importante, es gloriosamente cierto que también eres familia de personajes bíblicos como Abraham, David, Elías, María, Pedro, Juan y Pablo, así como de Agustín, Martín Lutero, Juan Calvino, Jonathan Edwards, Charles Spurgeon y un sinnúmero de otros héroes de la historia cristiana. Cuando los conozcas en el cielo, te llamarán sinceramente: «¡Hermano!» o «¡Hermana!», y experimentarás un vínculo con ellos que aún no puedes imaginar, y una intimidad que nunca has conocido en la tierra.
Todo esto, y mucho más, lo revelan las metáforas familiares usadas en la Biblia para el pueblo de Dios. Aquí hay una lista parcial de ellas, seguida de algunas breves observaciones.
RELACIONES BÍBLICAS
- Jesús nos dice en Mateo 6:9 que nos dirijamos a Dios en oración como Padre.
Juan 1:12-13 dice que Dios da a los creyentes en Jesús el derecho de llegar a ser «hijos de Dios», y que estos han «nacido… de Dios». - Efesios 1:5 enseña que Dios nos predestinó para «adopción como hijos para Sí» a través de Jesucristo.
- Efesios 2:19 declara que somos «miembros de la familia de Dios».
- Efesios 5:23, 30 enfatiza que la iglesia es «Su cuerpo» y que «somos miembros de Su cuerpo».
- Efesios 5:25-27 nos recuerda que Jesús trata a la Iglesia como un novio amoroso trata a su novia.
- Hebreos 2:11 proclama que Jesús no se avergüenza de llamarnos hermanos.
Pablo nos enseña que debemos tratar a los creyentes ancianos como a padres, «a los más jóvenes como a hermanos, a las ancianas como a madres, a las jóvenes como hermanas, con toda pureza» (1 Tim 5:1-2). - Tanto Pablo como Juan se dirigen a los creyentes que leían sus cartas llamándoles «hijitos» (Gal 4:19; 1 Jn 2:1, 12-14, 28; 3:7, 18; 4:4; 5:21).
OBSERVACIONES
Estos términos son familiares. Por supuesto, el Nuevo Testamento se refiere a los cristianos con muchos otros términos relacionales, incluyendo «amigos», «discípulos», «seguidores» y «siervos». Pero los términos que indican relaciones familiares superan en número al resto.
Vuelve a revisar la lista. Todas estas son relaciones amorosas, no económicas. Somos hijos de Dios, no Sus clientes. No oramos para simplemente obtener cosas de Dios; más bien, el génesis de toda oración es «¡Abba! ¡Padre!» (Rom 8:15; Gal 4:6).
Somos parte de la familia de Dios, no meros súbditos de Su Reino. Ciertamente nos relacionamos con Dios como nuestro Creador, Rey, Señor, Juez y de muchas otras maneras. Estos términos enfatizan Su poder, autoridad y soberanía sobre nosotros. Son títulos y verdades preciosas en formas únicas. Pero Jesús también enfatizó y quiso que recordáramos que «el Padre mismo os ama» (Jn 16:27). Casi podríamos decir que nos ama «doblemente», ya que somos Sus hijos tanto por nuevo nacimiento (Jn 1:13) como por adopción (Ef 1:5). Incluso cuando nuestro Padre nos disciplina, lo hace porque nos ama. Como nos recuerda el escritor de Hebreos: «Porque el Señor al que ama disciplina», y cuando lo hace: «Dios os trata como a hijos» (Heb 12:6-7).
Dios es nuestro Padre ahora, y lo será para siempre cuando vivamos con Él en la «casa de nuestro Padre» (Jn 14:2). Luego de que lleguemos allí, nos regocijaremos en medio de una familia eterna. ¿Has visto alguna vez esas reuniones de hermanos que fueron separados por la guerra o alguna tragedia y que llevaban cincuenta años sin verse pensando que el otro estaba muerto? Es hermoso contemplar los abrazos amorosos y las lágrimas de alegría. Cristiano, pronto y por toda la eternidad verás los rostros sonrientes de personas que corren para abrazarte, gritando: «¡Hermano!» o «¡Hermana!».
Estos son términos de intimidad. Los que correrán para abrazarte realmente serán tus hermanos y hermanas, más cercanos que cualquier persona que hayas conocido en este mundo. Nota como todos estos términos se relacionan con el núcleo familiar. La Biblia no habla de tías, tíos ni primos en nuestras relaciones con Dios ni con Su pueblo. Puede que algunos de tus parientes te saluden en el cielo, pero allí te saludarán como «¡Hermano!» o «¡Hermana!» (incluyendo tu padre, madre o cónyuge terrenal, si están allí).
¿Te has dado cuenta de que ninguna otra relación de las que disfrutes en la tierra, por más larga o íntima que haya sido, se comparará con el vínculo que sentirás con cada persona en el cielo? Esto ocurrirá debido a la obra del Espíritu Santo y a los cambios inimaginables que experimentará cada parte de nuestro ser. De hecho, incluso ahora el Espíritu nos ha unido con otros creyentes, y esa unión es más profunda que la que tenemos con nuestra familia terrenal. Debido a esto, y de una manera coherente con todos los mandamientos bíblicos sobre cómo debemos relacionarnos con nuestra familia terrenal, nuestra primera y más alta lealtad es a la familia de Dios.
Estos son términos ideales. Con esto quiero decir que estos términos se refieren a lo que deberían ser nuestras relaciones, sin ninguna de las asociaciones negativas que pudieran tener en este mundo. En esta tierra quizás tengamos que soportar a un padre cruel, una rivalidad entre hermanos o a un cónyuge infiel. Y por causa de estas experiencias, a algunos les cuesta pensar bíblicamente acerca de Dios como Padre, o de sus compañeros cristianos como hermanos y hermanas en Cristo, y de Cristo como Esposo. Las Escrituras reconocen que el pecado mancha toda relación de este lado del cielo, incluso las relaciones cristianas más amorosas. Sin embargo, somos llamados a buscar la pureza y la santidad (el ideal) en todas ellas (ver 1 Tim 5:1-2).
La realidad en este momento es que Dios es un Padre perfecto y que Jesús es un Hermano perfecto. Un día, junto con todos los creyentes, seremos una novia perfecta para Cristo, «santa y sin mancha» (Ef 5:27). En aquel día, en el cielo que Jonathan Edwards llamó «un mundo de amor», toda relación con cualquier otra persona será verdaderamente perfecta.
Cristiano, todos estos términos son tu patrimonio espiritual. Úsalos, y regocíjate en ellos.