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Soy un orante pragmático y egocéntrico en recuperación, un creyente que pasó muchos de sus primeros años en Cristo pensando en Dios más como un complaciente papito consentidor que como el Padre soberano. La oración, para mí, tenía más que ver con la programación de una computadora celestial que con el sometimiento a un Amo bondadoso. Me esforcé más en reclamar las promesas de Dios para mi propia comodidad que en ser reclamado por los propósitos de Dios para Su reino. En lugar de estar quieto y saber que Dios es Dios, mi vida de oración era la de un hombre ansioso, tratando de ayudar a Dios a ser Dios.
Desgraciadamente, esto fue una manifestación del evangelio centrado en el hombre que distorsionó mi visión de Dios y, como resultado, debilitó mi práctica de la oración. Afortunadamente, el crecimiento continuo en la gracia me ha llevado a una mejor comprensión del Evangelio, que, a su vez, ha reorientado radicalmente mi vida de oración. No es un cliché; es maravillosamente cierto: el Evangelio lo cambia todo.
Orar las Escrituras nos llama a buscar a Jesús en cada parte de la Biblia.
Nada ha sido de mayor importancia para mi crecimiento en la gracia que aprender a orar las Escrituras mientras uso el lente del Evangelio, y nada ha demostrado ser más fructífero. Un enfoque centrado en el Evangelio para orar a través de la Biblia producirá una mente informada por la voluntad de Dios, un corazón encendido con el amor de Dios y unas manos extendidas en el servicio a Dios. Estos tres son centrales a la vida en Cristo, y los tres fluyen de nuestra unión y comunión con Cristo.
Entonces, ¿qué implica esta disciplina doxológica de orar las Escrituras? No estoy diciendo que como lo hago es la única forma de hacerlo, pero así es como mi compromiso por el estudio de la Biblia y la oración se ha enriquecido enormemente en los últimos años.
Orar las Escrituras requiere que nosotros primero estemos en las Escrituras con regularidad, preferiblemente todos los días. Un “uso diligente de los medios de gracia” no hace que ganemos nada, pero nos beneficia en todos los sentidos. No podemos atesorar la Palabra en nuestros corazones si no estamos continuamente inmersos en las páginas de la Biblia. Personalmente, el mejor tiempo para encontrarme con Dios de una forma relajada y expectante es a primera hora en la mañana, pero todos somos diferentes.
Jack Miller, mi padre espiritual y profesor en Westminster Theological Seminary [Seminario Teológico de Westminster], me enseñó la importancia de leer a través de toda la Biblia, mientras que al mismo tiempo permito que una porción más pequeña de las Escrituras me lea a mí. Si no tenemos cuidado, podemos leer las Escrituras para obtener información e inspiración mientras jugamos dodgeball [balón prisionero] con nuestro llamado a la transformación. Dejar que las Escrituras “me lean” profundiza mi vida de oración porque expone mi pecado, revela a Jesús y me hace tener hambre y sed por más del Evangelio.
Como dijo Martín Lutero, necesitamos el Evangelio todos los días porque olvidamos el Evangelio todos los días. No hay nada como saber nuestra necesidad de que Jesús nos cure la amnesia del Evangelio. Nada encenderá nuestros corazones como una experiencia fresca de la gracia de Dios para nuestras necesidades actuales. Leer la Biblia y permitir que la Biblia me lea a mí constantemente me convence de lo siguiente: no hay nada más que el Evangelio, solo hay más del Evangelio.
Orar las Escrituras, por lo tanto, nos llama a buscar a Jesús en cada parte de la Biblia, porque Él es el corazón, el latido y el héroe del Evangelio. “Y comenzando por Moisés y continuando con todos los profetas” (Lc 24:27), queremos descubrir todo lo profetizado y prometido acerca de Jesús a medida que Él es progresivamente revelado en la historia de la redención desde el Génesis hasta el Apocalipsis.
Todas las promesas de Dios encuentran su “sí” en Cristo (2 Co 1:20), pero no son el “sí” de Dios a todos nuestros deseos y fantasías. Jack Miller me enseñó a orar las promesas de Dios con mis ojos puestos en Jesús y en los propósitos de Su reino. Esto representa un importante cambio de paradigma que nos aleja de la búsqueda de versículos que podemos nombrar y reclamar hacia la búsqueda del Cristo que podemos conocer y servir.
Las mentes informadas por la voluntad de Dios y los corazones encendidos con el amor de Dios serán autentificados por manos extendidas en el servicio a Dios. Cuanto más oremos a través de las Escrituras con el lente del Evangelio, menos nos encontraremos dando a Dios pedacitos en nuestra historia y más pensaremos en encontrar nuestro lugar en Su historia. La pregunta central y decisiva de la vida no es “¿Qué puedo hacer por Jesús?” mientras Él está en el cielo. Más bien es “¿Qué puedo hacer con Jesús?” ya que Él está aquí, ahora mismo. Cada uno de nosotros está llamado a vivir como un personaje y un portador de Su historia de redención y restauración.
Orar las Escrituras implica comprometerse sinceramente con Cristo en Sus tres oficios de profeta, sacerdote y rey:
Puesto que Jesús es nuestro Profeta —la Palabra definitiva de Dios— leer la Biblia no es simplemente para obtener información; es para escuchar en oración a Aquel en quien están escondidos todos los tesoros de la sabiduría y conocimiento. Debemos darle a Jesús nuestra total atención y nuestras conciencias liberadas por la gracia.
Puesto que Jesús es nuestro Sacerdote —nuestro gran Sumo Sacerdote— debemos leer las Escrituras doxológicamente, ya que Cristo es el sacrificio completo por nuestros pecados, nuestra justicia perfecta de Dios y el Pastor de nuestras almas. Debemos darle a Jesús nuestro quebrantamiento presente y nuestra adoración fresca.
Puesto que Jesús es nuestro Rey —el Rey de reyes y Señor de señores— debemos orar a través de la Biblia con cabezas inclinadas y vidas entregadas. Debemos dar a Jesús nuestra humilde reverencia y nuestra jubilosa obediencia.